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Edmundo es el segundo niño en arribar en Narnia y sufre la terrible desgracia de ser el primero en encontrarse con la mismísima Bruja Blanca. Ella es astuta y rápidamente puede enfocarse en las debilidades de la persona. Para Edmundo, es su insaciable apetito. A cambio de unas delicias turcas, inmediatamente se entrega a sus apetitos carnales y cede todas sus defensas ante la Bruja. La pendiente resbaladiza es engañosa y Edmund pierde toda comprensión de la realidad. Todo lo que toma para cegarlo de su propio pecado son regalos que mete en su boca. Algunas veces, obtener lo que queremos puede ser la peor cosa posible que nos puede pasar.

Al principio, a Edmundo le aterroriza la Bruja, pero solamente le toma unos minutos antes de ser seducido y le suplica que lo lleve y le dé más delicias para llevar a su boca. La Bruja Blanca ya no es más un enemigo para ser temido, al contrario, Edmundo le promete lealtad y le llama “reina”, y desea darle cualquier cosa que ella quiera para obtener lo que él quiere. Debemos notar que aunque él parece completamente entregado a ella, esto es solamente por su propio beneficio. A fin de cuentas, Edmundo es fiel solo a sí mismo.

Sin embargo, la Bruja Blanca aprovecha el interés personal de Edmundo. Ella se muestra amable y seduce al niño diciéndole que es “inteligente y apuesto” cuando el lector sabe claramente que él no es más que codicioso y glotón. Los esfuerzos de la Bruja dan resultado. Con un ego adulado y un sentido de superioridad con respecto a sus hermanos, a quienes Edmundo desdeña como “nada especial” cuando la Bruja inquiere sobre ellos, el pecado de la glotonería comienza no solo a afectarlo a él, sino también a los que están a su alrededor. Los pecados nunca son casos aislados. Si se les alimenta, crecerán e infectarán a los que están alrededor tuyo.

 Lo que comienza como un simple pecado de apetito rápidamente se expresa en otra cosa, pecados aún más espirituales”.  – Jonathan Rogers

Esto sale a la luz cuando todos los niños finalmente arriban en Narnia. Sin embargo, aun cuando es expuesto como un mentiroso y traidor, él está convencido que más son los pecados contra él cometidos que los propios. Edmundo sabe que ha actuado equivocadamente pero hace un balance en su cabeza en el cual los pecados en su contra pesan más que los propios. Su hambre por más delicias y su deseo egoísta por satisfacerla (lo cual nunca será posible) lo ha puesto en contra de su hermano y sus hermanas. Esto ya no es acerca de delicias turcas, sino de un ego lastimado.

Mientras caminan por el bosque encuentran a un petirrojo que les hace señas para que lo sigan. Sabiendo que el petirrojo no los llevará hacia la Bruja Blanca, Edmundo inmediatamente pone en duda las intenciones del pájaro y su posición en toda la situación. Él plantea el dilema filosófico ¿cómo sabemos lo que sabemos? ¿Quién dice que podemos confiar en este pájaro? ¿Quién dice que los faunos están en el lado correcto o que se puede confiar en ellos? Él plantea preguntas válidas, pero sus intenciones son maliciosas. Para Edmundo, esto no se trata de quién es su compañero de batalla, qué creer, o qué acción sería la correcta a tomar. Para Edmundo, todo esto se trata de manipular a la gente a su alrededor para alimentar su apetito egoísta. De hecho, la única vez que Edmundo cuestiona las circunstancias que le rodean es cuando esas circunstancias desafían sus propios planes.


Esta es la tercera entrada (6 en total) de la serie de artículos Un cristiano en Narnia, donde sigo la historia de Las Crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero, proveyendo un comentario bíblico y enfocado en el evangelio. Asegúrate de consultar el blog pronto para la próxima publicación en esta serie. Otras entradas:

  1. Una carta a C. S. Lewis
  2. ¿Hay otros mundos?
  3. Nuestro apetito por el pecado
  4. El pecado es suicidio espiritual
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