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De vez en cuando en Coalición, a mi y a otros autores nos gusta escribir sobre temas culturales: películas, música, temas de actualidad, y más. Sin embargo, al publicar artículos sobre estos temas, siempre hay una reacción particular entre algunos de nuestros lectores.

“¿Por qué hablar de estos temas, hermanos? Mejor hablemos de la Biblia”.

“¿Por qué hablar de lo mundano, si nuestro llamado es a cosas más elevadas”.

“Me parece inmaduro darle importancia a las fábulas, la fantasía, y la ficción”.

En otras palabras, la pregunta de una forma u otra es: ¿por qué hablar de temas culturales si tenemos la Biblia?

Dos extremos: la pareja adolescente y la señora legalista

En su libro The Stories We Tell (Las historias que contamos), Mike Cosper describe dos extremos peligrosos en cuanto a la manera en que nos acercamos a temas culturales. El primer extremo se expresa perfectamente en la pregunta que escuchamos frecuentemente de parejas adolescentes: ¿cuánto me es permitido? o ¿Qué tanto puedo hacer sin que sea pecado? Esta perspectiva es una que trata de definir claramente los límites del pecado para poder ir lo más cerca posible hasta el borde. A la pareja adolescente realmente no le interesa la pureza, ellos solo quieren saber hasta qué punto pueden salirse con la suya.

Muchos actuamos de esta manera en cuanto a nuestro consumo de la cultura: sea con música, el cine, libros, comics, etc. Queremos estirar los límites de lo que es aceptable. Tratamos de encontrar temas redentores en la cultura mientras que dejamos la puerta abierta al pecado. Buscamos razones para ver 50 Sombras de Grey, Deadpool, o Game of Thrones, sin reconocer que estos son productos de entretenimiento que dehumanizan a personas creadas a la imagen de Dios.

El otro extremo es ejemplificado en la señora legalista que típicamente encuentras en tu iglesia que, al igual que los fariseos, es motivada por la religión. A ella también le importa los límites del pecado, no para caminar de puntillas sobre el borde, sino para levantar paredes y juzgar a los que están afuera. Siendo motivada por su corazón santurrona, ella siempre está buscando razones para auto-justificar su supuesta santidad y condenar a los demás. Ella siempre quiere salir delante de otras personas y la mejor manera de hacerlo es arrastrándoles al suelo.

Algunos actuamos de esta manera al enfrentar la cultura. En lugar de examinar la cultura con lentes bíblicos, creamos una división entre lo que “es de Dios” y lo que “es del diablo”, y por casualidad, todo lo que no nos gusta es del diablo. Ignoramos el hecho que todas las cosas creadas le pertenecen a Dios: ritmos e instrumentos musicales, géneros literarios, el humor, el romance y la acción; y al igual que los monjes o eremitas, pensamos que ser santo significa alejarnos de las personas y la cultura que cultivan. Condenamos cualquier tema cultural como algo del diablo: los super héroes blasfeman el nombre de Dios, el Pato Donald es inapropiado porque no usa pantalones, la música con ritmos rápidos es satánica, el Super Bowl es un complot de los Iluminati, y más.

Ambos extremos reconocen que el mundo es un lugar peligroso, ensuciado por el pecado. Pero ninguno de ellos entiende cómo ser luz en el mundo porque tratan de encontrar justificación en la modificación de su comportamiento: uno al tratar de acercarse lo más posible al borde sin cruzarlo, y el otro vigilándolo para juzgar a otros.

Enfrentemos la cultura, pero comencemos con el evangelio

El evangelio es las buenas noticias que Dios nos ha redimido a Su reino a través de la vida, muerte, resurrección, y ascensión de Su Hijo Jesús. Y esto no porque lo merecíamos, sino porque Él es misericordioso con nosotros (Ef. 2:4-5). Estas buenas noticias forman la manera en que pensamos sobre el mundo, la cultura, y nuestro rol en él.

El evangelio nos recuerda que todo en el mundo fue creado por Dios y fue bueno. Esto no solamente incluye los arboles, sino también los violines, las esculturas, y los muebles escondidos en su madera.[1] Dios creó un jardín y de ese jardín las culturas que vemos hoy fueron cultivadas. Libros, historias, obras de arte, música, ciencias: todos estos son productos de las culturas que provienen de la creación de Dios. Y estas forman parte del mundo que Cristo vino a restaurar.

Sin embargo, el evangelio también nos recuerda que el mundo es caído y si vamos a vivir en él, vamos a toparnos con temas y situaciones pecaminosas. Aquí la señora legalista respondería con orgullo y condenación. El mundo es del diablo y todo en él, entonces es mejor separarse y juzgar a los que no lo hacen. Mientras tanto, la pareja adolescente no se preocupa por esas cosas y se concierne más con cómo poder disfrutar las cosas del mundo, aún en su estado caído. Ambas respuestas son inadecuadas porque fallan en cumplir con el mandato de ser una luz en este mundo (Mt. 5:14-16).

Cristo vino al mundo para restaurarlo, y esto lo está cumpliendo a través de personas quienes están siendo restauradas a Su imagen. Cuando estas personas, Su Iglesia, viven en el mundo, son espejos de la gracia que han recibido en Cristo y reflejan Su luz a toda la creación. Siendo ciudadanos del Cielo, viven como extranjeros en el mundo, y en cualquier momento que encuentran algo bueno y bello en este mundo, escuchan el eco de la gloria de Dios. Después de todo, todo lo bueno encuentra su raíz en la bondad de Dios. Por el otro lado, cuando encuentran algo malo y cruel en este mundo, contemplan la gravedad de su maldad para llegar a un entendimiento más profundo de su necesidad de Dios y la necesidad del mundo de una restauración completa.

El cristiano debe reconocer que la respuesta no es la modificación de su comportamiento (en tratar de hacer lo más posible sin pecar o abstenerse de todo por temor a ser manchado por el mundo). Todo le pertenece a Dios, incluso las cosas que hemos manchado con nuestro pecado, y obedecerle significa traer la luz del evangelio a todos lugares, especialmente los lugares más oscuros. Esta es una parte de las buenas obras que glorifican al Padre (Mt. 5:14-16).

Enfrentemos la cultura, para cumplir con nuestra misión

Las películas, la televisión, los deportes, los libros, las ciencias, y las artes son algunas de las expresiones más claras del pensamiento de la cultura. Estas cuentan historias, predican sermones, y nos enseñan una manera de vivir. En otras palabras, forman cosmovisión. Como cristianos, debemos procurar enfrentar y lidiar con temas culturales, no como partícipes ciegos que aceptan lo que sea, sino como representantes de Cristo que pesan los argumentos de la cultura con las verdades de la Biblia con el fin de presentar el evangelio de la manera más clara posible. ¿Hay algo bueno en la cultura? ¿Hay algo restaurable? ¿O hay algo que debemos rechazar y condenar?

En su libro, Everyday Theology (Teología cotidiana), Vanhoozer da cuatro razones por las que debemos ser “culturalmente alfabetizados”:

  1. Para resistir las tentaciones de los tiempos. En cada época, la Iglesia ha enfrentado diferentes enemigos. Con el pasar del tiempo estos enemigos se vuelven irrelevantes porque están arraigados en tendencias culturales y temporales. Sin embargo, es importante saber cuáles son los mensajes, las tentaciones, y los obstáculos que existen en la cultura de nuestros tiempos para poder ser más fieles a nuestro llamado.
  2. Para seguir las Escrituras con mayor fidelidad. Pensar críticamente sobre la cultura nos ayuda a formar una cosmovisión que no simplemente acepta cualquier mensaje que escucha en una canción o mira en un programa de televisión. Se trata de comparar el mensaje de la cultura con la verdad del Biblia.
  3. Para conocer el contexto de nuestro testimonio. Si vamos a compartir el evangelio en un contexto particular, debemos entender las luchas, los problemas, y la cosmovisión compartida del mismo.
  4. Para amar y entender a nuestro prójimo. No podemos amar a nuestro prójimo si no entendemos el mundo en el que vive. Este es un mundo cultural, y luchar por entender lo que forma su vida cotidiana es necesario para poder practicar el amor genuinamente.

Nuestro llamado es vivir como ciudadanos del Cielo en este mundo (Fil. 3:20-21). No podemos separar esas dos cosas. ¿Podemos luchar por nuestra santidad sin ser llamados puritanos? ¿Podemos enfrentar la cultura sin ser acusados de “satanizar” la Biblia? Solo si colocamos el evangelio en el centro de nuestra cosmovisión. Solo si tenemos claros que el mundo y sus culturas le pertenece a Dios, han sido manchadas por el pecado y serán restauradas en Cristo.

Entonces, ¿por qué hablamos de temas culturales si tenemos la Biblia? Porque nos importa la Biblia, y nos importa pensar bíblicamente sobre todas las cosas. En las palabras de Nate Wilson, “Al artista infinito, un Creador enamorado con su artesanía, no hay una esquina insignificante, no hay una imagen desperdiciada…”.

Todo le pertenece a Cristo, y queremos reflejarle a todas las culturas del mundo.


[1] Mike Cosper, The Stories We Tell, p. 43

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