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La palabra bienaventurados viene del vocablo griego makarios, y se puede traducir al español como dicha o felicidad. Las Bienaventuranzas (Mateo 5:1-12) son la introducción del conocido sermón del Monte que nuestro Señor enseñó a sus discípulos. Algunos comentaristas bíblicos han descrito a las Bienaventuranzas como “las nuevas tablas de la ley”, porqué ambas fueron dadas en un monte (Éxodo 20).

Sería provechoso empezar diciendo que las bienaventuranzas no son una lista de ordenanzas que debemos observar. Tampoco las podemos considerar como una manera de volvernos cristianos. Al considerar el sermón del monte en su totalidad, los Evangelios y las epístolas, debemos concluir que las bienaventuranzas no son primordialmente mandamientos que tenemos que cumplir al pie de la letra, ni una lista de cosas que los cristianos debemos hacer.

Para tener una definición más precisa de las bienaventuranzas, debemos considerar el tema que se nos presenta en ellas. Y una mirada cuidadosa a estos doce versículos nos demuestran al menos dos contrastes llamativos. Veamos:

Primero

Las bienaventuranzas nos presentan un marcado contraste entre la dicha según Dios y la dicha según el mundo. Dicho de otra manera, al usar la palabra makarios lo que nuestro Señor está haciendo es redefinir el concepto de felicidad. El mundo llama bienestar a la fama, el dinero, la comodidad, la aceptación, la seguridad financiera, pero estos conceptos no necesariamente representan la dicha desde la perspectiva divina. Por ejemplo, el mundo escapa del dolor y la tristeza, pero Cristo llamó bienaventurados a los que lloran (Mateo 5:4). Asimismo el hombre valora la agresividad y la astucia, pero Jesús llamó dichosos a los mansos (Mateo 5:5). El mundo procura su seguridad a toda costa, pero son bienaventurados los que padecen persecución (Mateo 5:10). Es evidente que la definición de felicidad según el mundo está en abierto contraste al concepto bíblico. Lo que Dios llama bienaventuranza, el mundo lo llama miseria y desdicha.

Segundo

Las bienaventuranzas también nos permiten discernir las diferencias entre un cristiano y un incrédulo. Es decir, las bienaventuranzas son una descripción del carácter cristiano, que inevitablemente contrasta con el carácter del mundo. En ellas se nos presenta al verdadero creyente. En estos versículos al repetir la frase “de ellos es el reino de los cielos”(Mateo 5:3,10) el Señor nos está describiendo a un ciudadano de Su reino. En ese sentido, podemos decir que las bienaventuranzas son el termómetro que toma la temperatura de nuestra condición espiritual. Las bienaventuranzas son el espejo que exponen y nos permiten ver nuestro propio carácter. Es por eso que Pablo decía “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos… (2 Corintios 13:5 ) y al parecer las bienaventuranzas nos ayudan en este ejercicio.

Pobres en espíritu (5:3), los que lloran (5:4), los mansos (5:5), los que tienen hambre y sed de justicia (5:6), los misericordiosos (5:7), los de limpio corazón (5:8), los pacificadores (5:9) y los que padecen persecución (5:10) son las cualidades de una persona feliz a los ojos de Dios y a su vez, son las marcas de un creyente genuino. Las bienaventuranzas son la muestra de aprobación divina y la evidencia de una naturaleza regenerada. Ser bienaventurado es el estado de dicha y favor en el que se halla una persona ante los ojos de Dios.

Mientras leemos y estudiamos las bienaventuranzas, qué crezcamos en apreciar los valores que Dios estima. Qué seamos cada día más conscientes de nuestra nueva naturaleza, vivamos en conformidad a ella y que disfrutemos de la felicidad que es según Dios, porqué al final ésta es la auténtica felicidad.

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