La perseverancia no necesita adornos,
porque ella misma es hermosa;
natural es su belleza.
No requiere estar acompañada de grandes testimonios
ni de proezas de fe, porque ella misma es una proeza;
una obra del cielo.
No necesita adornos,
porque ella misma es hermosa;
natural es su belleza.
No requiere compañía de grandes testimonios,
porque ella misma es una proeza.
La perseverancia es hija que
la confianza engendra y la paciencia pare.
Ella avanza tranquila, sin detenerse.
En ocasiones corre, otras camina y también se arrastra.
La perseverancia tiene el rostro de Cristo
entre ceja y ceja.
Aspira a verle cara a cara.
Continúa sin jactancias, sobria y calmada,
hasta cruzar la bendita meta.
Se detendrá aliviada, cuando escuche:
«entra al gozo de tu Señor».
¡Allí todo será celebración!
Don del cielo es la perseverancia.
Una obra de Dios.
Una joya para ser admirada.
Dicha y bienaventuranza.