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La palabra “trivializar” quiere decir quitarle o no darle importancia a algo. Esto lo podemos hacer con las cosas, situaciones, acciones, eventos de la vida, y también con nuestras palabras. La trivialización de las palabras sería no dar importancia a ellas y a cómo las usamos. Para un creyente, esto constituye un pecado.

En un sentido, evitar la trivialización de nuestras palabras es una aplicación natural al noveno mandamiento que dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éx. 20:16). El creyente no solo debe evitar mentir, sino que también debe esforzarse por hablar siempre lo que es cierto. Debemos tener en cuenta que los mandamientos de Dios no solo prohíben algo, sino que también nos exigen lo opuesto.

Las palabras de un creyente también deben estar centradas en el evangelio. Nuestras conversaciones, diálogos, expresiones, y palabras deben glorificar al Señor. Santidad de vida también supone santidad de palabras. Pero ¿cómo son las palabras piadosas?

Se puede decir mucho sobre el tema, pues la Escritura nos enseña bastante sobre cómo usar el lenguaje. Pensando en esto, creo que podemos dar por lo menos tres características de las palabras piadosas.

1) Son palabras que corresponden a la verdad

Es decir, las palabras piadosas corresponden con la realidad a la que nos referimos o describimos. Salomón decía: “Él que habla verdad declara lo que es justo”; “El testigo verdadero no mentirá” (Pr. 12:17, 14:5). Pablo escribió: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo” (Ef. 4:25). Nuestras palabras deben estar en armonía con la verdad, sea cuál sea el contexto, las circunstancias, y las consecuencias. Sea incómodo, perjudicial, o difícil, nuestras palabras deben ser habladas de cara a Dios.

Las palabras piadosas reflejan la verdad de la santidad de Dios, y la verdad del mundo, del hombre, del pecado, de la gracia, la cruz, la salvación, la vida eterna, el cielo, y el infierno. El creyente no solo evita hablar la mentira, sino que también se esfuerza para que sus palabras sean congruentes con la realidad de lo que expresa. El creyente piadoso afirma, alaba, y reconoce cuando algo es justo, pero no huye de la confrontación cuando la circunstancia lo amerita. Corrige, redarguye, y censura cuando es necesario.

Es por eso que debemos ser cuidadoso con las exageraciones, la adulación, las “medias verdades”, las indirectas, los sarcasmos, y la ostentación.

2) Son palabras que corresponden con la gracia

Es decir, las palabras piadosas reflejan la gracia con la que Cristo nos ha tratado. El apóstol Pablo dijo: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6). Las palabras piadosas toman en cuenta la gracia del evangelio. Procuran imitar y ofrecer esa misma gracia al prójimo.

La verdad sin gracia puede ser como un remedio amargo que muchas veces es expulsado por el paciente dejándolo enfermo. Por eso es importante “sazonar” nuestras palabras con la gracia de la salvación, para que al ofrecerlas, puedan ser bien recibidas y beneficien al oyente.

¡Cuántas veces decimos la verdad, pero de una manera que no edifica a otros y no trae honra a Cristo! La actitud que tenemos al decir las palabras es tan importante como las palabras mismas. La ira, el enojo, el sarcasmo, la crítica, la burla, y la ironía no son buenos ingredientes para las palabras de un santo. La paciencia, la gratitud, la mansedumbre, la condescendencia, y la humildad son mejores condimentos para las palabras piadosas.

3) Son palabras dichas en el momento debido

Es decir, las palabras piadosas son aquellas dichas con prudencia y discreción buscando el momento justo. Salomón escribió: “El hombre se alegra con la respuesta adecuada, y una palabra a tiempo, ¡cuán agradable es!” (Pr. 15:23). Otra versión del mismo pasaje dice: “es muy grato dar la respuesta adecuada, y más grato aún cuando es oportuna”.

Reconocer el momento oportuno muchas veces requiere discernimiento y oración. Por eso no deberíamos reprender con dureza a quién se encuentra en aflicción; debemos evitar decir lo que sabemos que avergonzará innecesariamente al prójimo. Debemos mostrar sensibilidad y prudencia al hablar. El creyente que ejerce discernimiento busca decir las cosas correctas, de la manera correcta, y en el tiempo correcto. El hombre piadoso pide perdón, alaba, reconoce, explica, se justifica, y también se calla en el momento justo, según lo dicta la prudencia. Las palabras piadosas también guardan silencio. La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!

Pensamientos finales

Por último, creo que es importante recordar que los creyentes debemos ser serios y responsables en nuestro uso del lenguaje. Sobre todo, no deberíamos ser ligeros en cómo usamos algunas palabras. A veces fallamos al tomar palabras que describen realidades extraordinarias y las usamos para describir cosas ordinarias. Hermanos, esto no debe ser así. Debemos cuidarnos de no usar palabras que evocan realidades sobrenaturales para uso corriente.

Hablando de esto, sería bueno recordar las palabras de los conocidos teólogos Eugene Peterson y Dietrich Bonhoeffer. Eugene Peterson decía:

Es necesario poseer una atención constante y vigilante para que nuestro lenguaje permanezca en buen estado. Las palabras se desagastan. Pierden textura y los colores se desvanecen. Necesitan rehabilitación, restauración, renovación. Ya sea por un uso excesivo y equivocado, las palabras que solían ser vigorosas terminan perdiendo su filo. Los que usan el lenguaje tienen la responsabilidad de devolverle su vigor, limpiándolo y quitándole la suciedad de las asociaciones inapropiadas. La mayoría de nosotros ponemos más atención en mantener los platos y tenedores y cuchillos limpios para comer, que en mantener las palabras en buen estado para pronunciar nuestro amor y promesas, nuestros compromisos y lealtades”.[1]

Mientras estaba en prisión, Dietrich Bonhoeffer (un pastor luterano que fue ahorcado por participar en una conspiración para asesinar a Hitler) fue visitado en una ocasión por su padre, su madre, su novia y su mejor amigo. La visita produjo una gran impresión en Bonhoffer. Cuando regresó a su celda, escribió en su diario:

“Será algo que guardaré por largo tiempo: El recuerdo de haber tenido a las cuatro personas más cercanas y queridas para mí durante un breve momento. Cuando volví a mi celda, caminé de un lado a otro durante toda una hora, mientras que mi cena seguía ahí y se enfriaba. Al final, no pude evitar reírme de mí mismo cuando me di cuenta de que repetía una y otra vez: Ha sido fabuloso’. Siempre titubeo a la hora de utilizar la palabra ‘indescriptible’ en relación con cualquier cosa, porque si te tomas la suficiente molestia de aclarar algo, creo que no debe existir muchas cosas que sean realmente indescriptibles. Sin embargo, en estos momentos, es la opinión que me merece esta mañana”.[2]

Para Peterson y Bonhoeffer, el uso del lenguaje es una disciplina sagrada. Ciertamente para el cristiano debería serlo. Dios creó las cosas con el poder de Su palabra, envió a la Palabra encarnada para traer salvación, y se comunica con los hombres por medio de Su palabra escrita. Si existen personas en el mundo que deberían tomar con seriedad el uso de las palabras, esos somos nosotros.

En resumen, las palabras piadosas son aquellas que se corresponden con la verdad, son palabras dichas con gracia, y también son habladas en el momento oportuno. Que el Señor nos ayude a cultivar palabras que reflejen la piedad de nuestro Salvador, y así podamos edificar y ser de bendición a todos aquellos que nos escuchan para honra de nuestro Padre.


[1] Eugene Peterson, Así hablaba Jesús (Editorial Patmos), p 119.

[2] Eric Metaxas, Bonhoeffer (Grupo Nelson), p 473.


Imagen: Unsplash
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