×

El pasado sábado la selección mexicana de fútbol fue eliminada de la Copa América Centenario, celebrada en los Estados Unidos. La eliminación tiene tintes de escándalo por el abultado marcador del partido: 7-0 a favor de la selección chilena. Las reacciones no se han hecho esperar, por las grandes expectativas que había en México (por su selección) y, sobre todas las cosas, por el histórico resultado.

Me gustaría hacer una reflexión acerca de las reacciones (que me parecen exageradas), pues creo que nos dejan algunas lecciones paralelas para los creyentes. La sabiduría clama en las calles, decía Salomón. Por eso podemos obtener sabiduría y sacar conclusiones de lo sucedido en la Copa América. En particular hay cuatro lecciones que quiero considerar:

1. Lo ligero que somos para pasar de una emoción a otra

La euforia que se vivió los días y las horas previas al partido se esfumó como neblina matutina. Y eso nos demuestra qué tan dependientes somos de las circunstancias terrenales. Nuestras emociones son esclavas de eventos diarios. Y aunque las emociones fuertes son legítimas como una reacción preliminar a las cosas que suceden, no debemos volvernos esclavos sentimentales de nuestras experiencias. Las buenas nuevas del evangelio deben ser las únicas que dirijan, controlen, produzcan, y calibren nuestras más profundas emociones.

2. Lo rápido que cambia nuestra opinión de una persona

El profesor Osorio, entrenador del seleccionado mexicano, pasó de héroe a villano en 90 minutos. Aunque no gozaba del respaldo de toda la prensa, en líneas generales había consenso en cuanto a su labor. Sin embargo, las críticas y las muestras de desprecio no se han hecho esperar. Críticas hacia él y hacia los jugadores.

Esto nos demuestra una vez más cómo nuestras opiniones y sentimientos hacia una persona pueden cambiar con asombrosa rapidez. A veces apreciamos y valoramos a las personas si ellas representan un beneficio para nosotros. Asimismo, nuestras opiniones y nuestros juicios de los demás están condicionadas al provecho personal que podemos obtener de ellas. Eso no es un ejercicio piadoso. Debemos amar a nuestros prójimo al margen de su conducta. Debemos tenerlos en alta estima aún cuando sus acciones nos perjudiquen. La conveniencia no debe ser el criterio para apreciar a las personas. Aún cuando la conducta de las personas sea pecaminosa, nuestra responsabilidad es orar por ellas y mostrar compasión y misericordia. No podemos referirnos a las demás personas con arrogancia y desprecio, incluso si nos decepcionan, pues hemos sido tratados con compasión y eso nos obliga a ser compasivos.

3. No somos los mejores cuando ganamos ni los peores cuando perdemos

En el fútbol hay una máxima que dice, no somos los mejores cuando ganamos ni los peores cuando perdemos. En un sentido, esta expresión evoca la proclamación de Pablo cuando dijo que antes en todas estas cosas “somos más que vencedores” (Rom. 8:37). Es decir, a pesar de la tribulación, la angustia y las derrotas terrenales, seguimos siendo vencedores en el sentido que nada de lo que hemos ganado en Cristo se perderá. Lo que un creyente obtiene en Él –el perdón, la aceptación, la adopción, la glorificación y la vida eterna– es seguro, ya que Cristo lo aseguró en la cruz. No debemos evaluar nuestra espiritualidad, nuestra justificación, nuestra posición ante de Dios por los eventos de la vida. Somos aceptos solo por la persona y los méritos de nuestro Salvador.

4. Hay cosas más importantes que un deporte

Hay cosas más importantes que el fútbol. Y más importantes que el entretenimiento y la diversión. Los creyentes debemos cuidarnos de no darle a los eventos deportivos ni a la diversión más valor de lo que merecen. Pero esto es cierto no solo del entretenimiento, sino también de toda clase de eventos. El hijo de Dios mira toda su vida con los lentes de su salvación. El pueblo cristiano debe filtrar todos los eventos –sean buenos o malos, alegres o tristes– a la luz del evangelio. No debemos exagerar el valor del entretenimiento, ni tampoco debemos exagerar el valor de los problemas. Darle mucha importancia a los triunfos y a las derrotas no es un ejercicio sabio. Los creyentes gozamos de una salvación grande, misericordiosa y segura que está por encima de cualquier acontecimiento.

CARGAR MÁS
Cargando