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¿Qué pasaría si alguno de mis hijos no está entre los elegidos? Creo que esta es una pregunta que asalta la mente de padres piadosos que están genuinamente interesados en la salvación de sus hijos. Una posibilidad que puede inquietar aún al más maduro de los santos. Una pregunta que puede consumir a un creyente, al punto de llevarlo a la desesperanza y la tristeza extrema. La angustia de pensar en un hijo no elegido puede convertirse en una amarga experiencia, sobre todo si no se encuentran respuestas.

En mi labor pastoral, he tenido que responder varias veces a esta legítima interrogante. ¿Qué hacer? ¿Cómo lidiar con esta terrible posibilidad? Aquí tres factores que debemos considerar cuando pensamos en la salvación de nuestros hijos a la luz de la predestinación. Estos tres aspectos deben formar parte de nuestra confianza en la soberanía divina:

No estamos llamados a averiguar quiénes son elegidos

La doctrina de le elección es enseñada en las Escrituras con regularidad y claridad para nuestro gozo y consuelo. Pero la Biblia no nos manda a averiguar si una persona es elegida o no. Mejor dicho, a los creyentes no se nos pide “investigar” quienes son los que Dios ha predestinado para salvación. Eso pertenece al sabio consejo de Dios que permanecerá secreto al menos, hasta que los elegidos vengan a la fe. A este respecto, las palabra de Moises son instructivas: Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley. (Deuteronomio 29:29 LBLA). Nosotros debemos ocuparnos de obedecer las cosas que Dios nos ha revelado y debemos descansar en la soberanía de Dios por las cosas que todavía permanecen secretas para nosotros. Al final, sabremos que una persona fue escogida para salvación cuando ésta venga a Cristo en fe y arrepentimiento. De nuestra parte, tenemos que predicarles el evangelio a todas las personas, porque Dios salva a los hombres por medio de la predicación. Y eso incluye predicar el evangelio a nuestros hijos.

 

La soberanía de Dios debe ser entendida en el contexto de sus demás atributos

Cuando pensamos en la soberanía de Dios, en este caso en la salvación de los perdidos, debemos hacerlo sin excluir sus demás perfecciones. Es decir, cuando contemplamos la predestinación  no debemos separar la soberanía de Dios de sus otros atributos. Por ejemplo, debemos recordar que Él es soberano y también es sabio. Él sabe mejor que nosotros todas las cosas. En la predestinación también debemos ver la sabiduría de Dios obrando. Asimismo, debemos recordar que él es misericordioso. La predestinación no debe ser interpretada como una acción caprichosa de un despiadado monarca, más bien, como un acto de misericordia de un Dios que desea la salvación de los perdidos. Además, debemos tener presente que Dios es justo y bueno. Él es un Dios de justicia y de bondad. No hay nada injusto en sus obras y todas ellas están bien hechas, incluyendo la elección de los pecadores.

 

Orar por la salvación de nuestros hijos

El aspecto más importante que no debemos descuidar en cuanto a la salvación de nuestros hijos, es la oración. Los padres debemos orar por el alma de nuestros hijos. Pedir al Señor que les de un nuevo corazón, que abra sus ojos, que su Espíritu les de convicción de pecado y les revele a Cristo. A este respecto es muy aleccionador el testimonio de Mónica, la madre del gran Agustín. Ella fue de gran influencia para la conversión de su hijo. Oraba constantemente por él, se preocupaba por él y hasta lo perseguía como lo confiesa Agustín en su biografía. Pero lo que más destaca es la intercesión de su madre cuando el todavía no era salvo: “Mi madre cuyo corazón era puro en tu fe y quién buscaba vehementemente a Dios por mi salvación…” Luego él mismo recuerda con nostalgia que “ella empapaba el suelo cada día con sus lágrimas por mi”.  Para Agustín, su salvación fue la respuesta de Dios a la intercesión de su madre. Ella oró hasta que su hijo llegó a la fe aproximadamente a los 35 años de edad. Eso debe ser motivo de esperanza para todo padre que se preocupa por el estado espiritual de sus hijos. Esa es la actitud que debemos imitar. Orar al Señor. Orar con fe. Orar sin desmayar por la salvación de nuestros hijos. El resto se lo debemos dejar al Señor.

Que Dios nos conceda confiar en él y nos ayude a descansar en Su amor, Su sabiduría y Su buena voluntad. Recordando que Dios no quiere la muerte del impío (Ez 33:11 ), más bien es paciente, no queriendo que ninguno perezca, sino que todo vengan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9). Recuerda que el Dios soberano, desea que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim 2:4) y eso incluye a los hijos inconversos de los creyentes.

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