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“Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio“, Hebreos 13:13.

La palabra “vituperio” describe la censura o desaprobación que una persona hace con mucha dureza contra algo o alguien. En el diccionario, vituperio es un insulto, injuria o infamia que se pronuncia contra otra persona.[1]

Por eso, en un sentido preliminar la frase vituperio de Cristo apunta al desprecio y al rechazo que Cristo padeció. Es una descripción de la afrenta, la vergüenza y la deshonra a la que fue sometido. Los vituperios describen el maltrato y desprecio de los hombres hacia Cristo mientras pagaba el precio de nuestra redención.

Pero en una sentido más amplio, la expresión vituperio de Cristo hace referencia a los sufrimientos del Salvador durante su ministerio terrenal. Es decir, es una forma de referirse al padecimiento, el dolor y la aflicción de nuestro Señor en su obra redentora. El uso de la palabra en singular, apoya esta idea.

Ahora bien, en Hebreos el autor hace mención del vituperio de Cristo pero lo introduce como algo que nosotros los cristianos también llevamos. Es decir, lo mismo que Cristo experimentó, nosotros también lo experimentamos: Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio (Hebreos 13:13).

Esto quiere decir que los cristianos nos apropiamos, tomamos parte, y por así decirlo, probamos lo que Cristo probó. Esta misma verdad es la que Pedro y Pablo expresaron en sus cartas. El apóstol Pedro decía que los cristianos experimentamos y participamos de los padecimientos de Cristo y Pablo decía que en los creyentes abundan las aflicciones de Cristo (1 Pedro 4:13; 2 Corintios 1:5).

En este capítulo (Hebreos 13:1-12) el autor está llamando a sus lectores a vivir la vida cristiana, y para el efecto menciona distintos escenarios y responsabilidades. Al llegar al verso 12 dice: “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”. Es decir, así como Cristo sufrió fuera de la puerta de la ciudad, los cristianos somos llamados a “salir” para vivir la vida como un fiel reflejo de nuestro Salvador.

El padecimiento de Jesús fuera de Jerusalén está puesto como el patrón que debemos seguir. El padecimiento de nuestro Señor (fuera de la puerta) se constituye en el modelo que imitamos, la característica y el rasgo que distingue la vida cristiana. Así como Cristo experimentó sufrimiento, dolor y vituperios, los creyentes somos llamados a tomar esa misma actitud y ese mismo camino. Es decir, los creyentes somos llamados a seguir a Cristo por el mismo sendero que él caminó: el sufrimiento. Incluso si el sufrimiento no es provocado directamente por nuestra lealtad a Cristo, sino por el hecho de vivir en un mundo caído, aún así somos llamados a seguir a Cristo y a sufrir como Él.

Esto quiere decir que para el creyente, sufrir es un llamamiento. Un santo llamamiento. Eso es lo que Pedro nos dice en su primera carta:

“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:21-23).

Note la expresión: “pues para esto fuiste llamados, porque tambien Cristo padeció por nosotros”. Esto es equivalente a decir, “si ustedes son seguidores de Cristo esperen sufrir como él sufrió”. Seguirle implica seguirle en la senda del dolor, del padecimiento y del vituperio.

Ahora bien, al mirar este verso podemos ver que el llamamiento cristiano al sufrimiento, tiene un doble beneficio o un doble efecto:

1. Cuando llevamos Su vituperio nos identificamos con Cristo

Esta es la lectura natural de pasajes como 1 Pedro y Hebreos 13:13. Crecer en semejanza a Cristo incluye sufrir como Él sufrió. Crecer en la semejanza a nuestro Señor es padecer burla y persecución de parte de los hombres. Nuestra identificación con el Salvador se hace más clara cuando llevamos sus vituperios. Es decir, el Cristo que llevó vergüenza, dolor y aflicción, nos lleva a la gloria por el mismo camino del dolor y la aflicción. Jesús marcó el camino para los suyos, y por eso Él nos sigue diciendo “Sígueme”.

El mismo Pablo decía que “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Fil. 1:29). Es decir, el padecimiento es el don de Dios a su iglesia a causa de Cristo. Ser como Cristo es sufrir como Cristo. Crecer en la semejanza de Jesús es padecer como Él padeció.

El Salvador vituperado tiene discípulos que también son vituperados. El Salvador sufriente tiene seguidores sufrientes. Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada son los senderos que los redimidos caminan, para identificarse con el Redentor. “Llevando su vituperio”, dice el autor. Llevar su nombre es llevar su aflicción. Caminar con Él, implica caminar en las sendas del dolor y la aflicción.

2. Cuando llevamos Su vituperio crecemos en compañerismo con Cristo

Esta es otra implicación, sobre todo si miramos el mismo pasaje: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio“. Note que no solo dice “salgamos fuera del campamento”. No solo es salir del campamento, sino que añade: “salgamos a él”. O sea, encontrémonos con él. Cuando lleves tu vituperio estarás con Él. Cuando lleves tu aflicción te estarás dirigiendo y acercando a Él. Nos reunimos con el Salvador mientras llevamos su vituperio. Los cristianos tenemos compañerismo con Él en el sufrimiento.

Pablo establece esta misma verdad en Filipenses cuando dice que él quiere “la participación en sus padecimientos” (Fil. 3:10), es decir los padecimientos de Cristo. La palabra que se traduce como participación es koinonian, un término que se puede traducir como participar, compartir y compañerismo. Dicho de otra manera, Pablo quiere experimentar el compañerismo con Cristo por medio de sus aflicciones.

Ser uno con Cristo no solo implica sufrir por Él, sino también sufrir con Él y en Él. El espíritu de Cristo reposa sobre el creyente de una manera especial en la aflicción. Nuestra comunión con el Salvador se intensifica en medio de los padecimientos. Por eso Pedro decía: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1 Pedro 4:14). Es decir, en el momento de la aflicción, el Espíritu de Cristo descansa sobre nosotros intensificando nuestra experiencia de la comunión con Él.

El sufrimiento es el contexto donde redimidos y Redentor se encuentran de una manera especial. Esto lo podemos comprobar nosotros mismos porque las aflicciones son las experiencias que más nos acercan al Señor y nos hacen más sensibles a Él. Para un creyente, los días de aflicción son los momentos en lo que más necesidad tenemos de estar con Él y cuando más aprendemos a depender de Él. El dolor nos mueve hacia el Salvador. La tribulación nos predispone de una manera única y especial para acercarnos al Señor.

Conclusión

Para resumir lo que los escritores de la Biblia nos enseñan una y otra vez: para el cristiano, el sufrimiento es un llamado. Es el llamamiento que nos identifica con Cristo y nos une más en comunión con Él. Salgamos a Él, llevando su vituperio.

Esto dista mucha de la visión pesimista que muchos tienen del dolor. Este entendimiento nos puede dar una mejor perspectiva y esperanza para la aflicción. Esta visión es la que nos permitirá abrazar con gozo los padecimientos que Dios en su sabio (y buen) propósito ordena para los suyos. Por eso la aflicción es un don. No solo porque Dios la ordena para nosotros, sino porque por medio de ella somos más como Cristo y tenemos mayor comunión con Él. Al fin y al cabo, esto es el todo de la vida cristiana: ser como Cristo y estar con Cristo.


IMAGEN: UNSPLASH.

[1] Real Academia Española.

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