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“Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos”, 1 Corintios 3:20 RV60.

La mentalidad del hombre sin Cristo es vana, dice Pablo. Hueca, ilusoria, infundada y sin contenido. Para ser más precisos, el hombre del mundo tiene una mente llena de vapor y humo, pues ese es el sentido de la palabra vano. Por eso, aunque profesan ser sabios, se volvieron necios, dijo también el apóstol (Ro. 1:22). Es decir, la manera en que entienden la vida e interpretan la realidad es hueca y vacía, por mas que esté adornada de resultados o buena retórica. 

Al ignorar a Dios en su interpretación de la realidad, entonces en toda su vida se expresa esa ausencia de Dios. Incluso en sus pensamientos. En otras palabras, en su intento de entender la realidad viven ignorando a Dios quien es precisamente la mayor y más fundamental realidad que existe en el universo. Al no considerar a Dios, entonces no tienen un punto de partida coherente para su manera de pensar. No hay marco de referencia para su razonamiento. No hay brújula.

Desconectado de Dios, todo pensamiento es vano, toda sabiduría es necedad, toda visión del mundo es irrealista, y todo proyecto de vida es un fracaso. Es por eso que el hombre natural ve todo distorsionado y llama bueno a lo “malo” y a lo malo “bueno”.

Es así que el hombre sin Cristo ama lo que Dios odia y odia lo que Dios ama. Estima las cosas más triviales y desprecia las valiosas. Se interesa por lo corruptible y hace caso omiso a lo incorruptible. Se deleita en lo profano y lo aburre la virtud. Se emociona por lo superficial y resiste lo solemne. Se aferra a lo que perece, ignorando lo que permanece. Se afana por lo temporal y se olvida de lo eterno.

El problema del hombre no es solo su corazón inclinado al mal y al error, sino también su mentalidad. Su pensamiento es vano, superficial, y sin provecho. “Shallow”, dirían en inglés. Y por eso la visión que los incrédulos tienen de la vida es absurda. Así son los hombres sin Cristo. Todos sin excepción. El rico o el pobre, el blanco y el negro. El inculto y el educado. Incluso en el más letrado, tarde o temprano su necedad se asomará.

Es por eso que la superficialidad siempre será un peligro para el cristiano. La visión frívola del mundo, la mentalidad superficial, los pensamientos vanos, son peligros de los que un creyente debe estar alerta. Vivir en un mundo habitado por gente de mentalidad superficial y pensamientos vanos, siempre será un riesgo para los hijos de Dios.

Hagamos de nuestra mente un armazón de verdad bíblica que pueda sostenerse en este mundo de mentiras y engaños.

Por eso debemos cultivar una mentalidad bíblica. Debemos trabajar por una estructura de pensamiento que no solo esté informada por la Biblia, sino moldeada por ella. No solo tener o “llenar” nuestra mente de pensamientos de la Palabra, sino tener una mente formada y marcada por ella.

Hagamos de nuestra mente un armazón de verdad bíblica que pueda sostenerse en este mundo de mentiras y engaños. Construir una mentalidad bíblica, cual edificio, que resista los vientos de superficialidad que soplan en toda dirección en la sociedad. Una mentalidad preparada para interpretar correctamente nuestro mundo. Para interpretar la vida, la muerte, el dolor, el sufrimiento, el gozo, las relaciones, y nuestra humanidad. Interpretar todo en relación a Dios, a su gloria, su gracia, y su evangelio.

Queridos hermanos, oremos fervorosamente, busquemos sin desmayar, estudiemos con diligencia, y meditemos constantemente para ese efecto. Trabajemos con determinación y tenacidad a fin de construir un marco de pensamiento definido por la Escritura. Esforcémonos día a día, sin olvidar que el mandamiento más importante incluye amar a Dios con toda nuestra mente.

Recordemos que la transformación de un creyente toma lugar por medio de la renovación de su entendimiento (Ro. 12:2). Es decir, desarrollar una mentalidad bíblica es indispensable para nuestro crecimiento en la fe. Ella glorifica a Dios. Que Él nos ayude.


Imagen: Unsplash.
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