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“Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios”, Éxodo 3:1.

Moisés se encontraba en un lugar lejano y de pronto tuvo una experiencia que vino de parte de Dios y causó un impacto profundo en su vida.

Era un momento “Kairos”, una cita divina para los propósitos de Dios. Moisés se encontraba quizás pensando que simplemente estaría apacentando ovejas por el resto de su vida. Había tenido una niñez privilegiada en la casa de Faraón, una educación envidiable y una carga por su pueblo en esclavitud que le había llevado a intentar guiarlos a la libertad. Pero todo se había derrumbado y había salido mal. Moisés tuvo que salir huyendo de los egipcios después de matar a uno de ellos y ser rechazado también por los mismos israelitas.

Ahora se encontraba en una tierra lejana, había “hecho su vida” en otro lugar casándose, teniendo familia y trabajando con su suegro. Lo que él no esperaba era que Dios todavía tenía planes para su vida.

Cuando menos se lo imaginó Dios mismo se le apareció y le dio un cuadro bastante específico de lo que tenía planeado. Sin embargo, aquel Moisés que había sido poderoso en palabra y seguro de sí mismo, era ahora inseguro y tartamudo. Estaba en el lugar correcto para que Dios quitara ese sentido de justicia propia, moldeara su corazón y pudiera estar ahora listo para ser usado en la misión de Dios y en Sus planes para Su pueblo.

Sí, Dios tendría que tener mucha paciencia con este varón que llegaría a ser uno de los mayores líderes de Dios en la historia de Israel, tendría sus momentos difíciles y aun recaídas, pero habría  comprendido el compromiso de Dios de completar Su obra en él y a través de él.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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