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Nota del editor: 

Este es el tercer artículo esta serie sobre el matrimonio. En el primer escrito observamos el matrimonio según Dios, y en el segundo lo que significa dejar padre y madre.

Vivimos una época en la que los matrimonios se rompen como el cristal. Muchas parejas ya contraen matrimonio pensando “si no funciona, siempre nos queda el divorcio”. Muchos prometen amarse “en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…”, pero en su interior piensan, “a no ser que los problemas sean demasiado grandes”. O como alguien dijo bromeando, “Te amaré… hasta que tu muerte nos separe…”. Demasiada gente se acerca al matrimonio como quien va a comprar un melón a la frutería… “a ver si este me sale bueno”. Y nosotros nos preguntamos, ¿por qué tanto fracaso matrimonial en nuestro tiempo?

Básicamente podemos dar respuesta a esta pregunta en dos: en nuestra cultura no se sabe lo que realmente es un pacto, ni tampoco se sabe lo que es el amor. De ahí tantos fracasos matrimoniales.

Un pacto, no un contrato

En primer lugar, veamos lo que representa el pacto matrimonial. Sabemos que en la antigüedad bastaba con dar la palabra para cerrar un acuerdo, y como garantía de que aquel trato se cumpliera. Luego, viendo que “las palabras se las lleva el viento”, se inventaros los contratos escritos y firmados como garantía de su cumplimiento. En nuestro tiempo todo lo queremos por escrito, y a veces ni aun así podemos tener la certeza de que el otro cumpla con su parte del acuerdo. En la Palabra de Dios no vemos que el matrimonio sea un contrato sino un pacto, hecho delante de Dios y al cual estamos ligados el resto de nuestros días (Mal. 2:14).

¿Cuál es la diferencia entre un pacto y un contrato? Un contrato es un acuerdo entre dos partes, según el cual cada una de las partes debe cumplir con algo, y si uno de los dos no cumple, el contrato se acaba. Por ejemplo, hablamos de un contrato laboral para describir la relación entre el empresario y el trabajador. Si por un lado un jornalero no trabaja tal como se ha acordado, o si por otro lado el jefe no le paga el salario que había dicho, se estará incumpliendo el contrato y se acabará la relación laboral entre ambos. Hay personas que pretenden vivir así el matrimonio.

En el matrimonio-contrato cada uno de los cónyuges estará esperando que el otro cumpla con su parte: que te haga feliz, que lave la ropa como tú, que lave los platos como tú, que contribuya económicamente como tú… de modo que si el otro incumple su 50% del trato, se acaba la relación.

Hace tiempo escuché un chiste al respecto. Decía que un matrimonio estaba buscando una casa donde vivir, y decidieron comprar una casa con jardín. En el jardín había un gran árbol de hoja caduca, pero ambos estuvieron de acuerdo en recoger al 50% las hojas del árbol cuando cayeran en otoño. Al llegar el primer otoño en aquella casa, la esposa estuvo trabajando varias horas para recoger las primeras hojas del suelo, y ya cansada de ver que su marido no se levantaba del sofá le dijo, ”¡Cariño! ¿Acaso no acordamos que recogeríamos las hojas al 50%?” A lo que el marido respondió con parsimonia, “Así es amor… pero es que mi 50% de las hojas aún está en el árbol”.

El matrimonio-contrato solo puede llevar al fracaso, a la ansiedad y a una profunda insatisfacción. Según el matrimonio-contrato, nunca sabes si el otro está cumpliendo con su 50%, y ¡tu inercia siempre será hacer menos que el otro por si el otro está haciendo menos que tú! Recuerdo un episodio del Lazarillo de Tormes en el que Lázaro y el ciego con el cual vivía llegaban a un acuerdo sobre cómo comer las uvas que tenían. Decidieron comerlas por turnos, y de una en una. Al cabo de un rato, el ciego le dio una cachetada a Lázaro, y Lázaro dolorido preguntó, “¿Por qué me pegas?”. A lo que el ciego respondió de inmediato “¡Por comer las uvas de tres en tres!”. “¿Y cómo sabes que las como de tres en tres si no ves?”, “Pues porque yo las estoy comiendo de dos en dos, ¡y tú no te quejas!”.

Del contrato al pacto

Insatisfacción. Disimulo. Hipocresía. Legalismo. Acusaciones. Picaresca. Desconfianza. Desánimo. Algunas de las muchas consecuencias del matrimonio-contrato, en el cual nuestro corazón pecaminoso procurará a toda costa su propio beneficio. Pero el matrimonio diseñado por Dios no es un contrato sino un pacto. En un pacto, el esposo y la esposa prometen estar junto al otro y ser fieles toda la vida pase lo que pase. En un pacto, cada uno de los contrayentes es capaz de decir “tienes el 100% de mi entrega y mi amor, a pesar de lo que pase y a pesar de lo que tú puedas hacer o dejar de hacer”.

En palabras de Wayne Mack, en un pacto “la esposa promete que será fiel aunque el esposo engorde, se ponga calvo, o tenga que usar bifocales; aunque pierda su salud, su riqueza, su empleo, su atractivo; aunque aparezca alguien más excitante… El esposo promete ser fiel aunque la esposa pierda su belleza y atractivo; aunque no sea tan pulcra y ordenada o sumisa como él quisiera; aunque no satisfaga sus deseos sexuales completamente; aunque gaste el dinero neciamente o que sea una mala cocinera… El matrimonio significa que el marido y la mujer entran en una relación por la que aceptan total responsabilidad y se comprometen el uno al otro sin tomar en cuenta los problemas que puedan surgir”. [1]

Esa es la relación que Dios tiene con nosotros: Dios te dice “No te dejaré ni te desampararé”. A pesar de nosotros, Dios sigue siendo fiel. ¡El matrimonio es un pacto incondicional entre un hombre y una mujer para toda la vida! ¡Con un amor semejante como el de Dios por su pueblo! Dios inventó el matrimonio, y el carácter de Dios está reflejado de algún modo en el matrimonio. De hecho, Dios está presente como testigo en cada matrimonio.

Leemos en Proverbios 2:17 “Serás librado de la mujer extraña, De la ajena que halaga con sus palabras, La cual abandona al compañero de su juventud, Y se olvida del pacto de su Dios”. Tu matrimonio es un pacto con tu cónyuge, ante el mundo entero, y un pacto ante Dios, un pacto de no abandonar el pacto con tu esposa. El matrimonio es una verdadera escenificación de la relación de Dios con su Iglesia, en un pacto de entrega y amor y fidelidad. “Permanecer casado, por lo tanto, no se trata principalmente de permanecer enamorados. Se trata de guardar el pacto” John Piper.[2]


[1] Mack, Fortaleciendo el Matrimonio, 12.

[2] Piper,. Pacto Matrimonial, p.9.

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