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“Hay mentes reverentes que exploran sin cesar los libros de ciencia para buscar los espacios vacíos”, escribió Henry Drummond, “espacios vacíos que llenan con Dios. ¿Como si Dios viviera en los espacios vacíos?”.

En sus Conferencias de Lowell sobre el ascenso del hombre, Drummond continúa:

Cuando las cosas son conocidas, es decir, las concebimos como naturales, al nivel del hombre; cuando son desconocidas, las llamamos divinas… como si nuestra ignorancia acerca de algo fuera un sello sobre su divinidad. Si Dios solo queda en los espacios vacíos de nuestro conocimiento, ¿dónde quedaremos cuando esos espacios se llenen? Y si nunca se llenan, ¿Dios solo se encontrará en los desórdenes del mundo? Aquellos que ceden a la tentación de reservar un punto por aquí y por allá para la intervención divina especial son propensos a olvidar que esto virtualmente excluye a Dios del resto del proceso. Si Dios aparece periódicamente, Él desaparece periódicamente. Si Él aparece en escena en las crisis especiales, Él está ausente de la escena en los intervalos. ¿Es Dios en todo o Dios en lo ocasional la teoría más noble?

Drummond, un escritor y orador evangélico del siglo XIX, originó el término “Dios de los espacios vacíos” al amonestar a los cristianos por su perspectiva no escritural respecto a la historia natural. Desafortunadamente, esta confusión acerca de lo “natural” y lo “sobrenatural” continúa hasta hoy, aunque es, como lo explica el filósofo Alvin Plantinga “en el mejor de los casos un semideísmo algo anémico y diluído” que “está muy lejos del teísmo cristiano serio”.

Para los cristianos, sin embargo, un proceso “natural” es simplemente un proceso que parece normal en el que permanece el diseño providencial y el control de Dios. La diferencia entre los procesos de apariencia natural y de apariencia milagrosa no es si Dios está actuando o no —su acción ocurre en ambos procesos— sino la manera en que Él elige actuar.

Entonces, ¿qué significa el “Dios de los espacios vacíos”? La frase, de acuerdo al químico Craig Rusbult, en realidad abarca cuatro perspectivas diferentes basadas en las distinciones entre un “vacío de la ciencia” (un vacío en nuestro conocimiento científico actual) y un “vacío de la naturaleza” (una ruptura en la cadena continua de causa y efecto de un proceso natural) que podría o no haber sido unida por una acción teísta de apariencia milagrosa. Las cuatro perspectivas son:

Una perspectiva de “siempre en los vacíos”: La afirmación de que siempre debemos asumir que un vacío de la ciencia es un vacío de la naturaleza.

Una perspectiva de “solo en los vacíos”: Lo que implica que Dios trabaja solamente en los vacíos de la naturaleza, que Dios no está activo en los procesos naturales y define “natural” de manera que quiere decir “sin Dios”.

Una perspectiva de “los vacíos son posibles”: Una afirmación humilde de que “quizá Dios existe y quizá los vacíos de la naturaleza existen”.

Una perspectiva de “los vacíos son imposibles”: Una creencia en que (1) Dios no existe, así que los vacíos de la naturaleza son físicamente imposibles o en que (2) Dios sí existe, pero los vacíos de la naturaleza son teológicamente imposibles porque Dios no los permitiría.

Rusbult recomienda desechar esta confusa frase. Pero, él sugiere, cuando alguien critique una teoría llamándola una teoría del “Dios de los espacios vacíos” preguntemos: “¿Qué quieres decir con esto exactamente?”.

¿Se refiere a una perspectiva de “los vacíos son posibles” (esto es teológicamente aceptable para un teísta cristiano) o una teoría específica que afirma que “ocurrió un vacío” (esto debe ser evaluado utilizando la evidencia y la lógica), o un hábito de “siempre en los vacíos” (esto es científicamente ingenuo) o una perspectiva de “solo en los vacíos” (que es teológicamente inaceptable y debería ser criticada)?

Una perspectiva de “siempre en los vacíos” es científicamente ingenua mientras que una perspectiva de “solo en los vacíos” es teológicamente frágil. Decir que Dios no existe, así que los espacios vacíos de la naturaleza son físicamente imposibles, también es una declaración poco sofisticada e incapaz de sostenerse. Decir que Dios existe pero que un vacío de la naturaleza es teológicamente imposible porque Dios jamás lo permitiría es simplemente pretencioso.

La posición más razonable es la perspectiva de “los vacíos son posibles”, un espectro amplio que va desde “los vacíos son extremadamente probables” a “los vacíos son estadísticamente improbables”. Debido a que esta amplitud concede una cantidad significativa de margen de maniobra, la perspectiva de que los vacíos son posibles no es muy útil como categoría descriptiva. De hecho, existe una gran variación incluso entre los que creen que Dios (o, al menos, en algún ser inteligente) es la causa de toda la creación.

Algunas personas, por ejemplo, creen que el simple hecho de encontrar evidencia de un agente inteligente es suficiente para explicar “los vacíos” mientras que otros (incluyéndome) creen que esa información es solo el punto de partida para postular un marco explicativo más robusto. Después de todo, la creación entera —incluyendo todos los procesos, todas las leyes “naturales”— son las acciones de un agente inteligente, el creador y sustentador divino del universo. La distinción entre la apariencia natural y la apariencia milagrosa es, una vez más, asunto de la manera en que Dios elige actuar. Las leyes “naturales” que requieren contenido bajo de información son tan producto del diseño con propósito e intencionalidad como los procesos más complejos.

Tampoco hay razón para preocuparse de que los descubrimientos científicos degraden a Dios a un rol secundario. Cerrar los “vacíos de la ciencia” casi siempre tiene el efecto contrario. La ciencia es una criatura con cabeza de hidra; con cada “vacío de la ciencia” que se cierra, surgen dos más para reemplazar el que ha sido cerrado. Por ejemplo, cuando la evolución fue propuesta por Darwin por primera vez, no había explicación para el mecanismo de transmisión de las características de una generación a otra. Con el descubrimiento del ADN, parecía que Watson y Crick habían cerrado ese “vacío” en particular, reemplazándolo con una teoría centrada en la genética. Pero esa teoría creó nuevos vacíos que necesitan cerrarse:

La perspectiva centrada en los genes es entonces un “artefacto de la historia”, dice Michael Eisen, un biólogo evolutivo, que estudia las moscas de la fruta en la Universidad de California, Berkeley. “Surgió simplemente porque fue más fácil identificar los genes individuales como algo que moldeó la evolución. Pero eso trata de oportunidad y conveniencia, no de precisión. Las personas confunden el hecho de que podemos estudiarlo más fácilmente con la idea de que es más importante”.

El poder del gen para crear características, dice Eisen, es solo uno de los muchos mecanismos evolutivos. “La evolución ni siquiera es tan sencilla. Cualquiera que haya trabajado en sistemas mira que la selección natural toma ventaja de los aspectos más bizarros de la biología. Cuando algo tiene tantas partes, la evolución actuará en todas ellas.

“No es que los genes no impulsen el cambio evolutivo en ocasiones. Es que este modelo mutacional —un gen cambia, por lo tanto el organismo cambia— es solo un modo de hacer el trabajo. Otras maneras podrían en realidad hacer más”.

El vacío de la ciencia más grande en la biología sigue siendo el origen de la vida. Como observa el físico David Snoke, nadie tiene todavía una explicación adecuada de cómo esta molécula enormemente complicada surgió de la nada. Tampoco tenemos una explicación adecuada en la teoría evolutiva química para la aparición del mecanismo que lee la información, o para la aparición de métodos que replican la información sin error, o para la aparición del delicado balance de reparación y mantenimiento de los sistemas moleculares que utilizan la información almacenada en el ADN.

Dios no aparece de manera periódica en la naturaleza para luego desaparecer. Él no aparece en escena en las crisis especiales para llenar los “vacíos” de nuestro conocimiento, ni está ausente de la escena en los intervalos. El Dios del cristianismo no es un mero “Dios de los vacíos”, sino el creador, sustentador, y redentor siempre presente y trabajando en toda la creación. Los únicos vacíos reales que necesitan ser llenados son los vacíos de conocimiento que existen entre nuestras orejas.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Ana Ávila.
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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