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2 Reyes 2:31 – 25   y   Apocalipsis 13 – 14

Joaquín tenía dieciocho años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. El nombre de su madre era Nehusta, hija de Elnatán, de Jerusalén. Hizo lo malo ante los ojos del Señor, conforme a todo lo que había hecho su padre.
En aquel tiempo los siervos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron a Jerusalén, y la ciudad fue sitiada.

(2 Reyes 24:8-10)

Hace unos años vi unas imágenes de un noticiero que se quedaron grabadas en mi mente. Con consternación vi como se derrumbaba el edificio de un local de fiestas en Jerusalén filmadas por un video casero. La pantalla nos mostraba una amena fiesta particular con gente bailando y conversando animadamente hasta que de repente el piso se desplomó con un gran estruendo. Una gran grieta y polvo fue lo único que quedó un segundo después del desastre. En mi retina quedó la imagen de una mujer vestida de azul que bailaba sola mirando indirectamente la cámara sin ninguna preocupación, hasta que el piso se abrió bajó sus pies. El dueño del negocio afirmó que había sacado algunas vigas del edificio de cuatro pisos para aumentar la capacidad de los salones. El resultado: 25 muertos, no menos de 250 heridos y mucha gente atrapada entre los escombros.

Reconozco que soy absolutamente ignorante en cuanto a obras de ingeniería, pero si hay algo que sé es que las vigas y los cimientos son muy importantes para que un edificio pueda mantenerse en pie. Hace algunos años atrás también se desplomó un centro comercial en Corea del Sur producto de la mala calidad del concreto con el que se habían construido las estructuras del colosal edificio. Muchas personas murieron ese día y algunos encontraron la muerte muchos días después, todavía atrapados entre los fierros retorcidos del lugar. Por eso es que un verdadero portento arquitectónico no sólo debe maravillarnos por la belleza de sus líneas o lo dinámico de sus espacios, sino también por lo seguro de sus pilares que sostienen esas estructuras. En Madrid tuve la oportunidad de ver un par de edificios inclinados como clones de la vieja torre italiana de Pisa pero sin ningún defecto en su sostenimiento; sólo una maravilla de la ingeniería moderna que nos demuestra el genio creativo del hombre y lo sólido y lo funcional de sus estructuras.

En los capítulos finales del libro de los Reyes vemos con tristeza el final indecoroso del reino hebreo. Ya Israel había sucumbido y ahora le tocó el turno a Judá por presión de los babilonios en el año 597 a.C. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué hizo que se desmoronase todo un reino? La respuesta es muy sencilla: Cada generación creyó que podía dejar de considerar los cimientos y las vigas en sus construcciones espirituales, sociales y morales.  Una y otra vez sometieron al reino a presiones injustificadas producto de su paganismo, idolatría, corrupción y desinterés espiritual… y Judá no lo pudo soportar más, cedieron las bases y en un gran estruendo todo se vino abajo.

La verdad es que la nación ya estaba deshecha antes de la llegada de Nabucodonosor. Él sólo encontró los escombros escondidos del debilitamiento de las bases y de años y años de quebrantamientos y destrucción y se aprovechó de la situación como una fiera que atrapa fácilmente a un animal herido: “Nabucodonosor sacó de allí todos los tesoros de la casa del Señor, los tesoros de la casa del rey, y destrozó todos los utensilios de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho en el templo del Señor, tal como el Señor había dicho. Y se llevó en cautiverio a todo Jerusalén: a todos los jefes, a todos los hombres valientes, 10,000 cautivos, y a todos los artesanos y herreros. Nadie quedó, excepto la gente más pobre del país.” (2 Re. 24:13-14).

¿Se podrá levantar de las ruinas un edificio mal construido? Definitivamente, no. Después del terremoto que azotó a Haití hace ya varios años atrás, los expertos llegaron a la conclusión que grandes edificaciones eran inhabitables y debieron ser demolidas. En algunos casos fue por el enorme poder del sismo, pero en otros (su gran mayoría) eran las deficiencias estructurales y la mala calidad de los materiales empleados en la construcción los que impidieron mantener el edificio en pie después del terremoto.

Muchos piensan que a Dios le interesan más las formas que el fondo, lo que falso en su totalidad. La lógica divina es la siguiente: Pinta las paredes como quieras, coloca cortinas floreadas, chillonas o de colores pastel, acomoda tu casa a tu gusto, pero nunca dejes de cerciorarte que tienes buenos cimientos y que las vigas están donde deben estar. Jesucristo es el único cimiento estable que puede sostener nuestra vida y son sus palabras eternas las vigas poderosas que pueden soportar y cobijar toda la estructura de nuestras vidas.

Nunca los principios y valores cristianos han intentado restringir nuestra vitalidad, como tampoco nunca la ingeniería ha frenado a un buen arquitecto al crear un edificio hermoso; pero si él olvida las leyes de la ingeniería, su edificio sólo será una linda maqueta o, peor aún, una inmensa amenaza para la vida humana. De la misma manera, un ser humano que no se sujeta a los principios espirituales nunca podrá sostener su existencia más allá de lo que sus debilitados pilares podrán soportar. Tarde o temprano, un breve estruendo sonará y luego surgirá la pregunta… ¿Por qué me pasó esto a mí?

Los asistentes del salón de fiestas de Jerusalén se quejaron unas semanas antes de que el piso del tercer nivel temblaba demasiado. Se sentía la inseguridad, pero nadie podía imaginar que las vigas habían sido eliminadas y, aparentemente, el ligero temblor sólo parecía ser una sensación a la que uno podía o debía acostumbrarse. Finalmente, el edificio cedió y se llevó consigo la vida de inocentes que estaban en el lugar y el momento equivocado. Por eso te invito a que observes con absoluta sinceridad y cuidado las pequeñas o grandes señales que pudieran estar demostrando que el edificio de tu vida no es tan seguro como parece. Si esas señales aparecen te doy los datos de un buen ingeniero y arquitecto: Jesucristo de Nazaret. Él se especializa en reciclar edificios personales dañados imposibles de ser rescatados por los hombres pero no por Él. Si lo consultas y te sometes a su sabiduría y obra, no te arrepentirás, sino que, por el contrario, ¡vivirás!

Imagen: Lightstock
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