¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Victoria Osteen (esposa de Joel Osteen, de “Su Mejor Vida Ahora” y celebridad del evangelio de la prosperidad) ha causado una gran tormenta en internet por los comentarios que hizo en un servicio reciente en la Iglesia Lakewood en Houston, Texas. Al exhortar al público a participar, presentó el caso de cuál debería ser su motivación.  En resumen, ella afirmó que cuando obedeces: “No lo estás haciendo por Dios, en realidad lo estás haciendo por ti”.

Aquí pueden el video en cuestión:

Ahora, no puedo mejorar las réplicas a esto que ya se han hecho (la respuesta de “Bill Cosby” es, tal vez, mi favorita), pero quiero llevarles a reflexionar sobre un asunto serio que trae a colación este triste ejemplo de lo que está a la venta allá afuera en el mundo de la programación “cristiana” y lo que sucede en las “iglesias” en el nombre del cristianismo.

Entonces, ¿adoramos Dios por su propia gloria o adoramos a Dios para nuestro propio bien?  Los reformados afirman decididamente que el propósito fundamental de la existencia humana es la gloria de Dios, pero nos rehusamos a enfrentar la gloria de Dios y la felicidad humana la una contra la otra (como la Sra Osteen, quizás sin darse cuenta, hace en su equivocada exhortación). La primerísima pregunta del Catecismo Menor de Westminster se ocupa de esto. ”¿Cuál es el fin principal del hombre?”, pregunta. La contundente respuesta es: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. En otras palabras, nuestro principal y más alto objetivo, meta y fin en la vida es la gloria de Dios. Para eso es que vivimos. Mientras que muchos de nuestros contemporáneos piensan que Dios es el medio principal para nuestro fin más alto (la felicidad), los reformados no creen que Dios es un medio para un fin: Él es el Fin. Él es la razón y la aspiración por la cual existimos. En última instancia, no hay felicidad y satisfacción y plenitud y alegría apartados de Él.

PERO, los reformados no creen que la gloria de Dios y nuestro gozo se contraponen. No creemos que esas dos cosas están en contradicción. De hecho, creemos que son inseparables. Los reformados creemos que es imposible perseguir la gloria de Dios sin que nuestras propias almas sean bendecidas con bien eterno. Pensamos que nuestro gozo más pleno no puede ser completado o experimentado fuera de la búsqueda de la gloria de Dios. Escuchen la respuesta a la pregunta de nuevo: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. El fin principal del hombre (noten, no fines) envuelve tanto la gloria de Dios como nuestro gozo en Dios. No puedes glorificar al verdadero Dios sin disfrutar de Él, y no puedes disfrutar del verdadero Dios sin glorificarlo.

Por lo tanto, cuando nos reunimos para adorar, vamos para AMBAS cosas: para bendecir a Dios y para recibir la bendición de Dios (Salmo 134). Una congregación bien instruida aprecia que la adoración cristiana es tanto algo que hacemos como algo que Dios nos habilita para hacer. Y también que la adoración cristiana es a la vez algo que le damos a Dios y algo en lo cual Dios derrama su favor y presencia sobre nosotros. La adoración se ofrece a Dios por creyentes, pero eso no quiere decir que “no nos toca nada”. La verdadera adoración glorifica a Dios y satisface el alma a la vez. Se centra tenazmente en Dios mismo, pero se desborda abundantemente con toda bendición espiritual. ¿Por qué? Porque la más alta bendición de la adoración es la bendición de Dios dándose a sí mismo a nosotros. Porque Él es la más alta de las bendiciones, así como nuestro fin más alto. Por lo tanto, para el creyente, la adoración es deber y placer, un deber que es inseparable del placer, una búsqueda que hace del deber un placer.

Hablando de la oración, Samuel Rutherford dijo una vez: “Yo nunca hago una petición al trono de la gracia, en la que no traiga de vuelta una bendición para mí”. En otras palabras, Rutherford está diciendo que incluso cuando él estaba orando o intercediendo por otros, encontró que Dios lo bendijo. Esto es cierto sobre la adoración también. Cuando nos entregamos a Dios para su gloria, siempre obtenemos más de Dios que lo que le damos a Dios. No puedes dar más que Dios. Eso puede sonar a cliché, pero es cierto.

Otro ejemplo de la conexión de la gloria de Dios y nuestro bien está en la cita del afamado Eric Liddell. “Dios me hizo rápido. Y cuando corro, siento su placer “. Liddell, el amado escocés olímpico y mártir misionero (cuya historia fue contada en la película “Carros de Fuego”) estaba explicando lo que lo motivó a correr. Él estaba haciendo aquello para lo que Dios lo hizo. Él estaba ejercitando un don que Dios le había dado. Y cuando lo hacía, él experimentaba los placeres de Dios.

Traduce eso al reino de la adoración y he aquí cómo funciona. Dios nos hizo para glorificarlo. Para eso es que existimos. Para eso es que estamos aquí. “Para eso es que estoy aquí”, para citar a James Taylor. Y cuando hacemos aquello para lo que Dios nos hizo, cuando cumplimos el propósito para el cual nos puso aquí, experimentamos su placer, el disfrute de su gloria, la bendición de la comunión con Él. Nuestro fin más alto no puede ser experimentado sin nuestro gozo más alto.

Hay más que decir sobre todo esto. Pero este es un comienzo. Tal vez la señora Osteen provocó sin querer una importante discusión.


Publicado originalmente el 1 de Septiembre 2014 para Ligonduncan.com. Traducido por Mariel León Pimentel.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando