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Cuando la vergüenza persiste después del divorcio

Lo que Juan 4 nos enseña sobre la sanidad tras el divorcio

Más de Vaneetha Rendall Risner

Divorcio.

Nunca imaginé que me pasaría a mí. El divorcio era para otras personas, no cristianas, personas que toman los compromisos a la ligera. Pero cuando firmé los papeles finales del divorcio, me di cuenta de lo equivocada que estaba. Lo inimaginable había sucedido y ahora tenía que encontrar mi camino en un mundo desconocido en el que me sentía mal juzgada, rechazada y sola.

Los primeros años tras la marcha de mi exesposo fueron los más duros. Quería huir de la comunidad cristiana, sintiendo que ya no encajaba. Me avergonzaba cuando escuchaba personas hablar de nuestra situación, especulando sobre lo que había pasado. Quería dar demasiadas explicaciones y justificarme ante todos los que sabían que estaba divorciada.

Las personas se divorcian por diversas razones: algunas son pecaminosas y egocéntricas, otras tienen que ver con cónyuges infieles o abusivos, mientras que otras son difíciles de definir. Sea cual sea la razón, los que estamos en Cristo podemos acudir con confianza al Señor y encontrar gracia y misericordia en nuestra necesidad (Heb 4:16). El Señor conoce nuestros corazones. Cuando nos convence de pecado, podemos confesárselo, y Él perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad (1 Jn 1:9).

Cuando la vergüenza permanece

Incluso cuando nuestros corazones están limpios, la vergüenza parece estar entrelazada con el divorcio. Los chismes a menudo nos separan de una comunidad que una vez se sintió como un hogar. Podemos evitar las reuniones sociales porque no estamos seguros de con quién hablaremos o qué preguntas incómodas podrían surgir.

Es posible que la mujer samaritana se sintiera así (Jn 4). Se encontró con Jesús en el pozo al mediodía, una hora en la que pocas mujeres se reunían debido al calor, tal vez para evitar toda la incomodidad. No conocemos toda su historia, pero sabemos que había estado casada con cinco maridos y que vivía con alguien con quien no estaba casada (Jn 4:18).

En esa cultura, los hombres tenían el poder y podían divorciarse de sus esposas prácticamente sin motivo, dejándolas solas y desprotegidas. Si la mujer samaritana hubiera sido infiel, es poco probable que hubiera podido evitar ser apedreada y mucho menos volver a casarse. Quizás sus maridos le fueron infieles, se cansaron de ella o quizás alguno murió en sus brazos. Sea cual sea la razón para sus muchos matrimonios, es probable que llevara ese día una carga de vergüenza al pozo.

Después de que la mujer samaritana encontrara a Jesús, la trayectoria de su vida cambió

Pero después de que la mujer samaritana encontrara a Jesús, la trayectoria de su vida cambió. Volvió a su comunidad y ya no vivía en las sombras, sino que hablaba con entusiasmo de Jesús a todo el mundo. Su historia nos enseña grandes verdades sobre cómo seguir adelante después de sentirnos quebrantados y rechazados.

1. No dejes que la vergüenza te aleje de la iglesia.

Entiendo que se evite el contacto y la conversación. Para mí fue difícil relacionarme con amigos de la iglesia que no conocían los detalles de mi divorcio. Había enseñado el estudio bíblico de las mujeres durante años, pero de repente sentí que mi ministerio había terminado y que mi testimonio estaba manchado.

La vergüenza nos susurra que no tenemos valor y nos aleja de las relaciones. Es más fácil huir de los demás, querer un nuevo comienzo. Pero hay una sanidad increíble cuando permanecemos en comunidad y confiamos en que Dios proveerá. Tuve que dejar de preocuparme por lo que pensaban los demás y arraigar mi identidad firmemente en Cristo.

El Señor me ayudó a enfrentar mis temores, a dejar de lado mi vergüenza y reconocer mis propias percepciones erróneas mientras me acercaba a Él a través de las Escrituras. Las palabras y las promesas de Dios pronunciadas originalmente a Israel en el cautiverio, adquirieron un nuevo significado: «No temas, pues no serás avergonzada… Porque tu esposo es tu Hacedor… Porque como a mujer abandonada y afligida de espíritu, Te ha llamado el Señor, Y como a esposa de la juventud que es repudiada» (Is 54:4-6). Dios me había llamado, había comprendido mi dolor y me había quitado la vergüenza.

2. Corre a Dios, quien te ofrece agua viva.

Jesús dijo a la mujer samaritana que podía darle agua viva para que nunca más tuviera sed. Esa agua viva es Cristo mismo, pero a menudo la rechazamos y tratamos de proveer para nosotros mismos. Es un cambio sutil pero destructivo, ya que cada vez acudimos menos a Dios y confiamos más en nuestra propia sabiduría. Puede que encontremos nuevos amigos, que adoptemos nuevos hábitos, que busquemos una vida fuera de Cristo que pueda satisfacer por un tiempo, como pueden proveer agua por un tiempo las cisternas rotas. Sin embargo, su lenta fuga de agua turbia acabará por secarse dejándonos agotados y sedientos.

Nuestra historia de la fidelidad de Dios en medio de sueños destrozados puede ser el mayor testimonio que podamos ofrecer

Sintiéndome sin esperanza después de mi divorcio, me preguntaba si la vida podría volver a ser buena. Me sentía vacía y seca. Desesperada, empecé a levantarme muy temprano, a leer la Biblia y a clamar a Dios, rogándole que se encontrara conmigo. Todos los días repetía el Salmo 119:25: «Postrada está mi alma en el polvo; vivifícame conforme a Tu palabra», y milagrosamente, Dios me empapó con Su agua viva. Lo que comenzó como una época devastadora en mi vida, fue lo que cimentó mi fe de una manera que aún recuerdo con asombro.

3. Confía en que Dios usará tu historia para ministrar a otros.

Muchos samaritanos del pueblo de la mujer creyeron en Jesús gracias a su testimonio (Jn 4:39). Aunque ella sintió vergüenza por su pasado, escuchar su historia atrajo a otros a Cristo. El Señor a menudo utiliza las cosas más difíciles de nuestra vida —incluso el divorcio— para mostrar a las personas quién es Él.

El divorcio no significa necesariamente que nuestro ministerio haya terminado. Mi ministerio fue más fructífero después del divorcio, no menos, y la gente me apoyó más de lo que imaginaba. Cuando vemos familias aparentemente perfectas en la iglesia, queremos sus vidas, pero cuando vemos familias rotas confiando en el Señor, queremos a su Dios. Nuestra historia de la fidelidad de Dios en medio de sueños destrozados puede ser el mayor testimonio que podamos ofrecer.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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