¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Intenta imaginar un color que jamás hayas visto. Encontrarás que no es una tarea sencilla. Y, sin embargo, los colores que podemos identificar con nuestros ojos humanos representan solo una pequeña fracción del espectro electromagnético. Los fotones —las partículas de luz— viajan en un amplio rango de frecuencias, desde los rayos gamma hasta las ondas de radio y más allá. Hay más luz de la que podemos ver.

El “ojo” de nuestra mente es muy limitado… para algunos más que otros. Se nos dificulta entender cómo funciona el mundo a nuestro alrededor y qué hay más allá de aquello con lo que interactuamos todos los días. Aún así, Dios ha revelado mucho acerca de su persona y su obra. Quiere que lo entendamos. Así que se acerca y empieza a hablar en nuestros propios términos.

Con frecuencia, el Señor utiliza la naturaleza para dibujar una imagen de quien Él es y lo que Él ha hecho. Lo vemos en Salmos, donde Dios nos dice que Él es nuestra roca, nuestro sólido refugio. Lo vemos cuando Jesús nos dice que es la Vid y que nosotros somos los sarmientos que no pueden llevar fruto apartados de Él. Él utiliza estas imágenes para comunicar ideas importantes y para que podamos ver cómo todo alrededor de nosotros está adorando a Aquel que hizo el universo. Para que recordemos su gloria cada vez que miremos la creación.

Cuando contemplamos los cielos podemos maravillarnos en lo asombroso que es nuestro Dios. Y también podemos hacer esto cuando miramos a través de un microscopio.

De Verbo a carne

“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. […] El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. […] Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él Lo ha dado a conocer”, Juan 1:1, 14, 18.

La encarnación hizo visible lo que nunca habíamos podido ver. Moisés clamó: “¡Muéstrame tu gloria!”, pero no le fue permitido ver plenamente porque hubiera muerto. Dios es tres veces santo, y un hombre pecador no puede ver su rostro. Pero, aún así, Él quiso mostrarnos quien Él es, así que se hizo como nosotros. El Verbo —la Palabra— se hizo carne, y todos pudieron ver cómo lucía la gloria de Dios en Jesús.

¿Cómo es esto posible? ¿Cómo alguien infinito pudo volverse un pequeño y frágil ser humano? ¿Cómo la Palabra puede convertirse en algo tangible?

Aunque no podemos entenderlo, sabemos que es verdad. Nuestro Dios, el Verbo, se hizo hombre. La palabra haciéndose carne es algo increíblemente único y maravilloso, pero interesantemente, también es algo que sucede todos los días.

De letras a humanos

¿Alguna vez te has puesto a pensar en cómo has llegado a ser quien eres hoy? No me refiero a tu personalidad o carácter, sino algo mucho más elemental. Me refiero a esa pregunta que todo niño hace eventualmente: ¿Cómo nacen los bebés?

Vayamos más allá de la nerviosa respuesta que un padre primerizo tendrá que ofrecer; vayamos al mundo microscópico. Dos células se unen para formar otra célula más grande, que se divide a una velocidad increíble para fabricar todo aquello que da forma a un ser humano.

Gran parte de la actividad de esta fábrica celular se concentra en formar proteínas, que son grandes moléculas responsables de la mayoría de las funciones de nuestro organismo. Nuestro cuerpo cuenta con miles y miles de tipos de proteínas que trabajan desde proveyendo estructura a nuestras células hasta catalizando las reacciones químicas que nuestro organismo necesita para funcionar.

Estas enormes biomoléculas están formadas por bloques químicos llamados aminoácidos. Cada una de las células de nuestro cuerpo, desde el momento de la fecundación hasta hoy, está trabajando continuamente para fabricar estas proteínas que necesitamos para existir. Pero ¿cómo es que nuestras células saben cómo armar estas proteínas a partir de “bloques” de aminoácidos? La respuesta se encuentra en el ADN.

Nuestro ADN es como un gran libro de recetas. En los genes se encuentra la información que la maquinaria bioquímica de la célula necesita para construir todo tipo de proteínas. ¿Qué es un gen? Si el ADN es un libro, el gen es una oración. Esa oración está compuesta de palabras de tres letras escogidas entre A, T, C, y G en distintas combinaciones. Cada una de esas palabras codifica para un aminoácido diferente (entre otras instrucciones para la “receta” de la proteína). Por ejemplo, la palabra GCC codifica para un aminoácido llamado Alanina, mientras que la palabra AGT codifica para un aminoácido llamado Serina.

Para fabricar las proteínas que tu cuerpo necesita, un complejo sistema molecular “lee” las letras de cada gen y transcribe la palabra en una molécula de ARN. Este ARN es transportado a una pequeña fábrica de proteínas llamada ribosoma. En el ribosoma, el ARN se traduce y la cadena de aminoácidos se ensambla hasta formar una proteína.

¿Puedes ver lo que está pasando? La información en nuestro ADN se encuentra codificada en palabras de 3 letras. Estas palabras son traducidas para construir proteínas, las cuales forman gran parte de nuestro organismo.

La creación no está callada

El misterio de la encarnación es sublime; no lo podemos comprender. Con todo, nuestros propios cuerpos son una analogía constante del milagro único de Dios tomando forma de hombre y habitando entre nosotros. A cada momento nuestras células están trabajando a todo vapor construyendo nuevas proteínas para cumplir toda clase de funciones en nuestros cuerpos. A cada momento las palabras se están haciendo carne en nosotros.

Por supuesto, la analogía no es perfecta. La información en las palabras de nuestros genes está contenida en moléculas físicas (el ADN), mientras que nuestro Dios es espíritu y no material. Con todo, no podemos negar la belleza de que las palabras se hagan carne en nosotros cada día, recordándonos de Aquel que se hizo carne por nosotros para pagar el precio por nuestro pecado.

Es un privilegio saber que el Ser más sublime del universo se deleita en comunicarse a los hombres. Es un gozo saber que, aunque Él no necesita de nada ni de nadie, Dios se acerca a nosotros y nos habla de manera que podemos entender, en la Escritura y en la creación. Él revela no solo lo que demanda de nosotros, sino que también se revela a sí mismo. Dios ha mostrado su carácter, su persona. Dios mostrado quien Él es y lo que Él ha hecho a nuestro favor. 

La creación no está callada. Tanto las gigantescas galaxias como los microcosmos celulares proclaman la gloria de Aquel que formó el Universo y lo sostiene. Que Dios nos conceda ojos para ver, oídos para oír, y bocas para unirnos a esta alabanza.

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando