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Todo el mundo se sorprendió con la noticia de que Benedicto XVI renunciaba:

“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino… Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma…  desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante”.

Con estas palabras, el obispo de Roma daba a conocer el fin de su papado. El mundo quedó sorprendido por su renuncia, y junto con las sorpresas también surgen las preguntas: ¿realmente está renunciando el Papa por razones de salud y vejez?, ¿o hay otras razones que el mundo más allá del Vaticano no conoce? Cuando examinamos la historia de la iglesia católica nos damos cuenta que varios papas[1] han renunciado:

  1. Benedicto IX (del 10 marzo al 1 de mayo de 1045), en un primer momento renunció a favor de Silvestre III, y después retomó el cargo para pasarlo a Gregorio VI, quien fue acusado de haberlo adquirido ilegalmente y decidió también renunciar.
  2. Celestino V, quien ha pasado a la historia como el pontífice del “gran rechazo”, pues su pontificado duró del 29 de agosto al 13 de diciembre de 1294
  3. Gregorio XII (1406 a 1415), que vivió el llamado Cisma de Occidente, en el que coincidieron tres papas al mismo tiempo: además de Gregorio XII, el papa de Roma; Benedicto XIII, el papa de Avignon; y el llamado “antipapa”, Juan XXIII. Con el concilio de Constanza, el emperador Segismundo obligó a dimitir a los tres pontífices, pero sólo Gregorio XII obedeció.

Al examinar las razones por las cuáles estos papas renunciaron, la evidencia histórica nos sugiere que siempre lo hicieron por presiones internas o externas. Si la razón de la renuncia de Benedicto XVI es su estado de salud y su edad, es bien comprensible y hasta justo. Sin embargo, la opinión pública en general va más allá de aquello que oficialmente dice el Vaticano. Benedicto XVI es lo que algunos llaman papa de transición, ya que al haber tenido una avanzada edad (78) cuando fue elegido papa, no se esperaba que su gestión fuera larga.

Sin embargo, aun con esto es casi ineludible que surjan preguntas en torno a las motivaciones más allá de las expresadas por él. Y la verdad es que aunque fuera de transición, nadie esperaba que renunciara. Joseph Aloisius Ratzinger, culto e intelectual, representa una era de ortodoxia estricta dentro del catolicismo de los últimos años. Reafirmó la salvación solo a través de la iglesia católica (Dominus lesus), y enfrentó la Teología de la liberación. Además, dejó fuera del debate teológico temas como el celibato de los curas, el estatuto del teólogo, el papel de los laicos, la comunión para los divorciados, preservativos contra el sida, la fecundación artificial, etc. Es decir, impuso lo que algunos llaman “tesis del romano-centrismo”.

¿Quién será el nuevo Papa? Esa es la interrogante que todos tienen. Hay muchos nombres papables alrededor del mundo, pero para Roma no bastan los nombres, ni la popularidad, ni la preparación de estos. No olvidemos que aparte de una religión, el Obispo de Roma representa un estado, y como jefe de estado debe procurar con pragmatismo los intereses de quien representa a toda costa. Lo primero que pienso en torno a esto es que el próximo papa deberá ser más joven que Joseph Ratzinger, y por lo tanto no será un papa de transición, sino alguien para un papado más largo.

También pienso que el próximo papa tendrá que enfrentarse a las presiones propias del liberalismo que Benedicto XVI resistió y hasta cierto punto puso en jaque. El azote del liberalismo y sus presiones no son solo a nivel de la iglesia cristiana evangélica, sino que la ortodoxia católica también tiene sus propias guerras tanto internas como externas. Desde luego no debemos pensar que lo que es ortodoxo para nosotros lo es también para ellos. Por ejemplo, un teólogo católico que crea que adorar a la virgen María no debería enseñarse en sus seminarios porque es contrario a las Escrituras sería considerado liberal o hereje. Si un evangélico promueve el ecumenismo con los católicos sería considerado por nosotros como liberal. Lo que quiere decir es que no estamos hablando de la misma ortodoxia, aunque entre los conservadores de ambas iglesias hay puntos comunes, como lo son básicamente las posiciones en torno al aborto, la eutanasia y la homosexualidad.

Lo cierto es que el nuevo Papa, aparte de ser más joven, y no ser de transición, deberá enfrentar esas realidades que abarcan todas las áreas que inciden en la sociedad. Tengo algunas preguntas que orbitan en mi mente: ¿será el próximo Papa de corte liberal debido a las presiones internas y externas que soplan en este mundo posmoderno? ¿Será africano o hispano para dar una nueva imagen a un Vaticano que a través de la historia ha pasado por tantos escándalos? No sería una sorpresa para mí ver un Papa diferente a lo que estamos habituados a ver. Ya los Estados Unidos dieron ese salto con un presidente negro y de corte muy liberal, por cierto. Pero por ahora, tendremos que esperar la reunión del collegio cardinalizio y esperar la fumata bianca desde la Capilla Sixtina y la frase habemus Papam.

 


[1] La teología cristiana evangélica no reconoce la lista oficial de Papas tal como la presenta la iglesia católica romana. Estos últimos enseñan que el primer Papa fue el apóstol Pedro y que antes de su muerte delegó su autoridad apostólica. Justo L. González dice con mucha precisión: “Pero no hay documento antiguo alguno que diga que Pedro transfirió su autoridad apostólica a sus sucesores. Además, las listas antiguas que nombran a los primeros obispos de Roma no concuerdan… Esto es tanto más notable por cuanto en los casos de otras iglesias sí tenemos listas relativamente fidedignas. Esto a su vez ha llevado a algunos historiadores a conjeturar que quizá al principio no había en Roma un episcopado “monárquico” (es decir, un solo obispo), sino más bien un episcopado colegiado en el que varios obispos o presbíteros conjuntamente dirigían la vida de la iglesia. Sea cual fuera el caso, el hecho es que durante todo el período que va de la persecución de Nerón en el año 64 hasta la Primera Epístola de Clemente en el 96 lo que sabemos del episcopado romano es poco o nada. Si desde los orígenes de la iglesia el papado hubiera sido tan importante como pretenden algunos, habría dejado más rastros durante toda esa segunda mitad del siglo primero”.
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