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Aldous Huxley fue un escritor y filósofo inglés, reconocido como uno de los grandes novelistas de nuestra era por su destacada prosa y erudición literaria. En 1932 escribió su novela más conocida, “Un mundo feliz”, donde utiliza la ciencia ficción para hacer diferentes críticas sociales. Tardó solo cuatro meses en escribirla, pero sería esta novela quien lo llevaría al reconocimiento mundial.

Un mundo feliz fuera de Dios

En la novela se nos presenta un mundo donde todos están condicionados a ser felices. En esta nueva sociedad no se permiten cosas como la familia, la historia, la religión, o el enamoramiento. Los nacimientos son programados, y la sociedad está dividida en diversas clases sociales. Cuando un hombre siente tristeza, se le da una pastilla que le ayuda a regresar a su ilusoria felicidad. Aquellos que no se sienten conformes con su estilo de vida son enviados a una reserva de “Salvajes” que aún conservan sus antiguas costumbres, como la familia y el experimentar distintas emociones.

Huxley, muy posiblemente sin estar consciente de ello, nos mostró una gran verdad teológica en su novela: La lucha del hombre por ser feliz sin Dios y ser el nuevo señor de la creación.

En la novela encontramos la conversación entre un Salvaje y uno de los controladores del Estado Mundial, llamado Mustafá Mond. Esta charla me pareció muy significativa, ya que en ella podemos ver la raíz del problema de este mundo feliz.

[…] Me parece que habrá pagado muy cara su felicidad  —dijo el Salvaje, cuando se quedaron solos—. ¿Algo más aun?
Sí, la religión ni qué decir tiene —replicó el inspector—. Había antes algo que se llamaba Dios, antes de la Guerra de los Nueve Años. Pero me olvidaba, supongo que sabe usted lo que es Dios.
La verdad… —El Salvaje titubeaba—. Hubiese querido decir algo acerca de la soledad, acerca de la noche, acerca de la mesa yaciendo lívida bajo la luna, del precipicio, de la buceada en las sombrías tinieblas, de la muerte. Hubiese querido hablar, pero le faltaron palabras. Ni aun en Shakespeare.
El inspector, entre tanto, había atravesado la habitación y abría una gran caja de caudales empotrada en el muro entre estantes de libros. La pesada puerta se abrió. Rebuscando en la oscuridad de la caja:
He aquí algo —dijo— que me ha interesado siempre mucho. Sacó un grueso volumen negro. —No habrá leído este nunca, me parece. El Salvaje lo tomó.
La Santa Biblia, que contiene el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, – leyó en voz alta en la portada.
[…] Y tengo aún muchos más —continuó Mustafá Mond volviendo a su silla—. Toda una colección de libros, pornográficos. Dios en la caja y Ford en los anaqueles.
[…] Pero, si sabe usted de Dios, ¿por qué no les habla de él? —
Preguntó indignado el Salvaje— ¿Por qué no les da estos libros sobre Dios?
Por la misma razón que no les damos Otelo: son viejos; hablan de Dios como hace cientos de años. No como es ahora.
Pero Dios no cambia.
Pero los hombres, sí”.
(p. 188-189)

Nuestra fuente de gozo

Mustafá tuvo razón al decir que Dios no es el que cambia, sino nosotros. La Palabra dice que cambiamos la verdad de Dios por la mentira y que cambiamos al Creador por la criatura (Rom. 1:25). Mustafá quiso tener como dios a los grandes inventores y a los placeres carnales; al hacer ese terrible intercambio, creyó que estaba construyendo la verdadera felicidad para esta nueva sociedad.

Ese mundo quería ser feliz dejando fuera al Dios que es la fuente de toda verdadera felicidad. Esto es algo imposible, y no necesitamos que traten de convencernos de ello, en nuestro interior sabemos que es cierto. Bien lo dice la Escritura: “Me darás a conocer la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; en Tu diestra hay deleites para siempre” (Sal. 16:11).

Tal vez no nos identificamos con las ideas de Mustafá, pero seguramente hemos actuado como él. El mundo está lleno de “sustitutos de Dios” que prometen una felicidad ilusoria. Pero por más falsa que sea la felicidad de los ídolos, nuestro pecado desea buscarlos.

El problema del pecado

El pecado es darle más valor a una cosa en lugar de a Dios. Justo ahí es donde yace el problema del pecado: queremos encontrar satisfacción en todo menos en Dios.

Cuando queremos vencer los falsos placeres del pecado con una serie de reglas, es como si quisiéramos sanar una herida profunda con una pequeña banda adhesiva. No funcionará. Para poder combatir los deleites ilusorios del pecado, debes conocer un gozo superior. Esto fue lo que descubrió Agustín: “¡Qué dulce fue librarme de inmediato de aquellos goces infructuosos que alguna vez temí perder! […] Los quitaste de mí, tú que eres el gozo verdadero y soberano. Los quitaste de mí y tomaste su lugar, tú que eres más dulce que todo el placer junto”.

El gozo verdadero solo se encuentra en Dios, y para encontrarlo debemos conocerlo. ¡No podemos amar lo que ni siquiera hemos conocido! Saca tu Biblia del cajón y ábrela para conocer al Dios que no cambia.

Creados para otro mundo

El “mundo feliz” de Adouls Huxley en realidad era un mundo distópico, una visión futurista de una sociedad indeseable. El problema de esta sociedad —que Huxley no pudo notar— es que el hombre no puede llegar a ser feliz sin Dios. El novelista C.S. Lewis, al meditar sobre lo que le hacía feliz, dijo: “Si encuentro en mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo logre satisfacer, lo más probable es que me hayan creado para vivir en otro mundo”.

Nuestra felicidad proviene de algo fuera de este mundo, porque fuimos creados para ser felices en Dios. Aunque puede sonar imposible ser feliz en un mundo caído, lo imposible se hace posible cuando nuestros ojos contemplan la gloria de Cristo en su evangelio. Como cristianos, debemos seguir peleando por encontrar cada día nuestro gozo en Dios, y aunque la guerra contra el mundo puede ser agotadora, nuestra esperanza está en la gloria futura, el día en que el Padre nos llevará con el Hijo al mundo verdaderamente feliz.


Crédito de Imagen: La Audioteca.

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