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El plantar una iglesia ha sido una total aventura. En tan poco tiempo, he visto cómo la mano de Dios se ha movido en la vida de personas que han estado congregándose con nosotros. He hablado con algunos que han estado dentro de la iglesia por más de diez años decir que nunca habían escuchado antes el evangelio. He escuchado historias de cosas que a veces me cuesta creer que pasen en las congregaciones, pero también he escuchado testimonios que me han animado y alentado a seguir trabajando en la predicación del evangelio y en hacer discípulos de Jesús día a día.

La pregunta

Hace unos días, mientras nos reuníamos con un grupo de amigos de la congregación a comer juntos y pasar tiempo en comunidad, surgió una pregunta:  “¿Cómo sabemos que no vamos a volver a caer en el mismo activismo y manipulación en el que caímos ya varias veces antes?”. En el instante, la respuesta obvia fue que seguramente íbamos a cometer errores, sino es que ya los hemos cometido, pero que nuestro apego a la Escritura y el hecho de que nuestro equipo de ancianos y liderazgo se mantiene vulnerable, rindiendo cuentas de lo que hacemos, nos iba a guardar de errores mayores. Sin embargo, mientras meditaba en la pregunta, recordaba mi experiencia siendo parte del staff de al menos dos iglesias, y parte del equipo de liderazgo de al menos cinco más. El meditar en esta experiencia me hizo pensar en el grave y mortal error que muchas veces cometí siendo parte de estos equipos. Este es un peligro genuino para cada pastor y para cada congregación.

El error

Todos somos un evangelista de las cosas que amamos. Recuerdo cómo muchas veces mi pasión por la misión y la visión de las congregaciones, los programas novedosos, y las enseñanzas sobre el “ADN” del ministerio eran mi pan diario. Cada oportunidad que tenía la ocupaba en evangelizar a las personas, presentándoles las ventajas, cualidades, beneficios y garantías del ministerio al que pertenecía. Cada tiempo de discipulado, cada oportunidad de sentarnos y conversar se convertía en momentos en los cuales yo hacía discípulos… de la congregación, no necesariamente de Jesús.

Y es que es tan fácil el que nosotros realmente estemos haciendo discípulos de nuestra congregación, pero no de Jesús.

En medio de esta meditación, y de algunas lágrimas rogando a Jesús su perdón, le rogué también que cada día podamos ver congregaciones que recuerden realmente cuál es la misión de Dios para nosotros. La misión de Dios nunca cambia, ni cambiará, simplemente toma cada contexto y lo enfoca en ella misma: hacer discípulos de Jesús.

Niel Cole, autor del libro “Organic Church” (Iglesia Orgánica) cita lo siguiente:

Al final de cuentas, cada congregación será juzgada por una sola cosa: sus discípulos. Nuestras congregaciones serán tan sanas como sus discípulos. No importa qué tan buena sea la música, enseñanza, programas o el edificio. Si sus discípulos son pasivos, dependientes, consumistas, y no se mueven en dirección de una obediencia radical a Jesús, nuestras congregaciones no son sanas.

¿Podemos ver el gran riesgo que existe en hacer discípulos, pero no discípulos de Jesús? Necesitamos re-evaluar si lo que estamos haciendo está haciendo personas consumistas de nuestra organización, o personas hambrientas de la Palabra y de la obra de Cristo en sus vidas y las vidas de otros.

La pregunta que responde

En una cultura llena de manipulación, abuso, estrés, inseguridad y duda, es sumamente difícil creer que podemos ser vulnerables respecto a lo que sentimos, pensamos y creemos. En esta cultura, la pregunta más común de las personas al momento de acercarse a una organización, comunidad o grupo social es: “¿Y qué obtengo yo a cambio?”. Por años, creí que la respuesta a esa pregunta eran cosas como reconocimiento, éxito, comodidad, altura, etc. Pero esa pregunta nos abre el camino para dar la respuesta bíblica más concisa y satisfactoria de toda la historia de la humanidad: a través de Cristo, obtienes perdón de pecados, justificación completa, y vida eterna. Y eso es lo que verdaderamente ofrece una iglesia sana.

Necesitamos entender que los beneficios de cualquier organización nunca serán la respuesta, nunca serán satisfactorios a la necesidad de los corazones. La única respuesta suficientemente grande y perfecta para nuestros corazones se llama Cristo. Un Cristo que nos invita a ser evangelistas de Su mensaje y a seguirle, siendo discípulos de Él. Recordemos que ser discípulos de Cristo es “simple y sencillamente” ser cada día más como Él. Esto es lo único que nos garantizará “éxito ministerial” y nos dará la esperanza que todo lo que estamos haciendo alrededor de la misión de Dios, está realmente centrado en el evangelio.

“Es únicamente por el hecho de que Cristo se hizo como nosotros, que nosotros podemos ser como Él”, Dietrich Bonhoffer.

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