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El jueves recién pasado miles de personas a lo largo de Estados Unidos se ausentaron de sus trabajos y escuelas, cerraron sus negocios, no fueron de compras, y realizaron otros tipos de manifestaciones a modo de protesta en contra de las medidas inmigratorias del presidente Donald Trump.

El objetivo del “Día sin inmigrantes” fue un gesto para demostrar la importante contribución a la cultura, la economía, y el funcionamiento del país norteamericano que los inmigrantes han hecho y hacen día a día, la cual, según algunos, el nuevo presidente está socavando por medio de las órdenes ejecutivas en los primeros días de tu cargo (especialmente la construcción de un muro a lo largo la frontera con México, las medidas de seguridad pública al interior del país, y la prohibición de entrada al país de pasajeros provenientes de un número países de mayoría musulmana).

No está claro quién lo organizó, pero los medios sociales tuvieron un rol importante en la convocatoria. Si bien miles de personas participaron en diferentes ciudades y estados, al menos hasta donde se ha informado, el impacto fue principalmente simbólico, y las protestas fueron pacíficas, lo cual es positivo. (Si quieres más información, aquí tienes una, dos, tres fuentes.)

Las complejidades de la inmigración

El tema de la inmigración (tanto de documentados como indocumentados) en Estados Unidos es complejísimo, como ya otros han dicho (puedes ver estos artículos de Joselo Mercado, y Félix Cabrera). Si bien no hay ninguna razón bíblica por la cual los cristianos deberíamos estar en contra de la inmigración en principio, cada cual tiene razones y experiencias por las cuales apoyar o rechazar una u otra política migratoria. Solo para citar un ejemplo (quizás el más controversial), piensa en el caso de la política conocida como “pies secos, pies mojados” que Estados Unidos tuvo para inmigrantes cubanos que existe desde los 60’, que Bill Clinton modificó en los 90’, y que Barack Obama terminó al final de su presidencia. ¿Buena o mala política? ¿Bueno o malo que Obama la haya terminado? Sin entrar en detalles, el punto es que el tema de la inmigración en Estados Unidos —desde Cuba, México, Siria, o de donde sea— tiene más matices de lo que nos gustaría y no nos permite quedarnos cómodos.

Ya que no hay una postura cristiana oficial respecto a una u otra medida migratoria, como cristianos tenemos que aprender a vivir en esta tensión, y tomar los desacuerdos como oportunidades para aprender de otros con diferentes perspectivas, y crecer en humildad, paciencia, tolerancia, y sabiduría en nuestra participación política, mientras que confiamos en nuestro Dios.

En cuanto al “Día sin inmigrantes”, es cierto que Estados Unidos no sería un país tan rico económica y culturalmente si no fuera por aquellos que han —hemos, digo— venido a lo largo de varios siglos desde otros países a ser parte del experimento estadounidense, tanto legal como ilegalmente. (Aunque probablemente los nativos norteamericanos tengan una postura radicalmente diferente en este punto.) En un sentido, todos somos inmigrantes. Pero no es cierto que los que afirman lo anterior necesariamente tengan que apoyar, o rechazar, una medida migratoria particular. “Todos somos inmigrantes” no significa “cualquiera puede entrar, a cualquier hora, por cualquier parte, a hacer lo que quiera y hasta cuando quiera”.

Algunas preocupaciones

En lo personal, aunque mi perspectiva ha cambiado en ciertos puntos luego de conversaciones con amigos que amablemente me han ayudado a refinar mis posturas, todavía mantengo la preocupación que expresé antes que Donald Trump fuera electo y después:

Como latino, creo que también debemos orar que la promesa de Trump de construir un muro en la frontera con México haya sido simplemente un chiste de mal gusto. Obviamente, construir un muro no es la peor cosa que Trump podría hacer. Pero esta promesa encapsula varios —o la mayoría— de los problemas sociales que muchos de nosotros tememos que la elección de Trump podría agravar: miedo de los extranjeros e inmigrantes, de otras religiones, racismo, trato indigno de los que son diferentes, etc. Oremos que el fruto de su presidencia no sea lo que sus pronunciamientos durante la campaña dieron a entender.

Por favor, esto no quiere decir que todo es horrible con Trump como presidente y que todo habría sido “Bilz y Pap” (expresión chilena: mundo de ensueño) con Hillary Clinton; en lo absoluto. De hecho hay muchos argumentos válidos a que las cosas podrían ser mucho peor. Creo, espero, y oro que Donald Trump y su equipo pueden hacer mucho bien a Estados Unidos, mi nuevo país. Pero eso no quiere decir que el agua potable no venga con algo de cloro. En este contexto, creo que protestas como la del “Dia sin inmigrantes” del jueves pasado son positivas y significativas, y demuestran que hay muchos que comparten esta y otras preocupaciones.

Nuestro deber y nuestra esperanza

Como cristianos, son principios de justicia, misericordia, generosidad, y sabiduría característicos del reino de Dios los que deben darle forma a nuestras posturas en general, en este caso, migratorias. Debemos promover que los procesos migratorios —de bienvenida o de despedida— se lleven a cabo correctamente y dentro de los márgenes de la ley, y no indiscriminadamente. Además, los cristianos deberíamos ser los primeros en reconocer la riqueza de la multiculturalidad y las posibilidades para la expansión del evangelio. Deberíamos ser los primeros en agradecer a los demás por su contribución al enriquecimiento de la sociedad. Por lo mismo, debemos rechazar con todo nuestro ser cualquier tendencia en nosotros mismos a deshumanizar personas porque opinan distinto, o porque vienen legalmente de otros países o no tienen papeles y están ilegales. Debemos rechazar la tendencia a simplificar realidades políticas, sociales, y familiares, y a no querer escuchar a gente en el otro lado de la opinión. Debemos rechazar la tendencia pesimista a creer que los líderes políticos de turno no pueden hacer nada bueno, como también la tendencia optimista a creer que ellos van a arreglarlo casi todo.

Los cristianos sabemos que viene un día en el que viviremos en cuerpo y alma en un país al cual no teníamos ningún derecho de entrada, pero cuya ciudadanía ya tenemos solo por gracia. Ese día no será un día sin inmigrantes, sino un día eterno en el que hombres y mujeres provenientes de toda lengua y nación morarán en cielos nuevos y tierra nueva con el Dios que los creó y redimió para su gloria y gozo eternos.


Crédito de imagen: Lightstock.

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