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Nota del editor: 

Una parte de este artículo fue tomada del libro Decisiones que transforman (B&H Español, 2019), por Wendy Bello.

En nuestra cultura latina es muy común escuchar frases como esta: “Primero que nada, ¡yo soy madre!”. Es algo que vemos generación tras generación. De modo que muchas crecemos creyendo que así debe ser. Sin embargo, la Palabra de Dios enseña algo muy diferente.

En el relato de la creación encontramos a Eva, la primera mujer que desempeñó el rol de madre y esposa. Génesis 2:18 nos muestra que Dios creó a Eva como compañera para Adán:

Entonces el Señor Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada”.

Aunque en este espacio no podemos profundizar mucho en el tema de los roles, sí nos queda claro que Eva fue primero la esposa de Adán porque para eso la creó Dios, para ser su ayuda idónea. Más adelante en el mismo relato nos encontramos con uno de los versículos más leídos en bodas, Génesis 2.24:

“Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.

Lo conocemos muy bien, ¿verdad? Sin embargo, por alguna razón, solo lo aplicamos a la idea de que ya no viviremos más con los padres, en el sentido físico de la casa, aunque en realidad también tiene implicaciones para nuestra tarea de madres.

Diseño divino

Comenzamos una nueva familia cuando nos casamos. Una familia donde, aunque no desechamos a nuestros padres ni los descuidamos (la Biblia nunca respalda eso), ahora nuestra responsabilidad principal está en ese pequeño núcleo que comenzamos con nuestro esposo, y al que luego se añadirán los hijos. Pero esos hijos un día dejarán a su padre y a su madre y se unirán a su esposa o esposo, según corresponda. Formarán su propia familia. Y nosotras seguiremos junto a nuestro esposo, tal y como comenzamos. Y así el ciclo continúa.

Los hijos estarán con nosotros un tiempo limitado, unos 18 o 20 años más o menos, y en ese tiempo, a pesar de que tenemos que dedicarles gran parte de nuestras fuerzas, energías, y tiempo, no podemos descuidar la relación principal que dio origen a nuestra familia: nuestra relación con el compañero que Dios nos dio.  

Es ahí justamente donde viene el problema. Muchas mujeres deciden poner primero su rol de madres y luego el de esposas, alterando el orden que Dios dio, y el matrimonio comienza a sufrir. Si en esos 18 a 20 años en que nuestros hijos estén en casa no cultivamos la relación matrimonial, si no buscamos tiempo para compartir con nuestro esposo, para disfrutar juntos las cosas que nos gustan, cuando los hijos se vayan de casa y el nido quede vacío, miraremos a ese hombre que está a nuestro lado y solo será un extraño, alguien con quien hemos convivido, pero nada más.

Si les mostramos a nuestros hijos un matrimonio precioso donde sus padres se aman, se cuidan, y se dan prioridad, les estaremos dejando una herencia valiosa.

Puede parecer muy radical lo que te digo, pero lamentablemente es algo que he visto muy a menudo. He conocido mujeres que han sido madres muy dedicadas y excelentes amas de casa, pero descuidaron su relación con el esposo, y entonces terminaron con un matrimonio mediocre o destruido.

No me malentiendas. No estoy promoviendo que seamos madres descuidadas ni que no nos ocupemos de nuestro hogar, ¡todo lo contrario! Si les mostramos a nuestros hijos un matrimonio precioso donde sus padres se aman, se cuidan, y se dan prioridad (y sí, ¡salen solos a pasear!), les estaremos dejando una herencia valiosa, un patrón que la sociedad no sabe mostrarles: el modelo bíblico. Y cuando ellos tengan sus propios matrimonios, sabrán qué hacer para tener éxito.

Mira lo que nos enseña la Palabra en Tito 2:3-4: “Asimismo, las ancianas […] que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos”.

Ahí está el orden bien claro: ¡esposo primero, hijos después!

Cada cosa en su lugar

Las tantas responsabilidades, los hijos, el trabajo, incluso la iglesia y el servicio a Dios, todos requieren tiempo y atención. Pero al seguir el orden divino, en la escala humana tenemos que dar prioridad a la relación con nuestro esposo. Él tiene prioridad por encima de los hijos.

Tu esposo es el compañero que Dios te regaló para toda la vida. Es una bendición que debemos atesorar. Todo este asunto de la familia fue idea de Dios, y Él en su inmensa sabiduría estableció un orden. Seamos nosotras mujeres sabias y sigamos Sus instrucciones. El diseño de Dios es perfecto, no lo podemos superar.


Imagen: Lightstock.
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