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La familia Gómez pasó mucho tiempo orando, pidiendo consejo, y preparándose para recibir a su hija Karla por medio del milagro de la adopción. Toda la iglesia esperaba con entusiasmo el momento en el que la pequeña de 6 años estuviera junto a otros nuevos miembros de familias para formalizar su pertenencia a la congregación y recibir la bendición de los congregantes.  Pero los Gómez están muy preocupados; si esos minutos iban a ser una continuación de los berrinches y llantos inconsolables que habían experimentado durante la última semana, el último lugar en donde querían estar era frente a la congregación.

La pesadilla de los Gómez se materializó delante de la audiencia cuando Karla, al recibir un toque en el hombro de parte del pastor, se tiró al piso en un baño de lágrimas, gritos, y frustración. Si estuvieras sentado frente a tal escena, ¿cómo reaccionarías? ¿Que comentario harías? ¿Cuál sería la conversación de tu familia camino a casa después del servicio?

Es triste cuando, en nuestras iglesias, las familias con niños que han sido víctimas del trauma infantil o que han sido diagnosticados con un desorden mental sienten soledad y falta de comprensión en lugar de amor fraternal. Lejos de encontrar personas que los aceptan y ofrecen ayuda, se sienten juzgados por los comportamientos difíciles de sus pequeños.

Es importante que la iglesia sea un lugar seguro para las familias más abrumadas. Esta comunidad es el lugar propicio para fomentar sanidad, crecimiento, y cuidado especializado para los niños más necesitados. Los padres deben recibir enseñanza y orientación, pero también aceptación, amor incondicional, y apoyo práctico.

Aunque existen miles de maneras en que podemos ayudar (y cada situación requiere de una intervención única), aquí hay cinco cosas que podemos hacer para servir a las familias que tienen a un niño con un trasfondo de trauma y/u otras necesidades especiales como el autismo o síndrome de Down.

1) Enseñar sobre el trauma y los diagnósticos mentales

Como vemos en Juan 9, los humanos somos rápidos para buscar culpables: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” (v. 2). Comentarios y preguntas como “Yo creo que el niño es así porque lo consienten mucho” o “¿Cómo le permiten faltar el respeto así en los servicios?” abundan en las congregaciones, revelando una teología fragmentada que siempre termina dañando a las personas.

Tememos lo que desconocemos. Muchísimas acciones que hieren a las familias no son intencionales sino se basan en la falta de conocimiento

Es necesario construir un entendimiento básico sobre la situación de una humanidad caída y, por consecuencia, la presencia de trauma, y cuerpos y mentes enfermas con una gama de diagnósticos que quisiéramos que no existieran.

Tememos lo que desconocemos. Muchísimas acciones que hieren a las familias no son intencionales sino se basan en la falta de conocimiento. La expectativa de que los niños aprendan al mismo ritmo en la escuela dominical, los consejos idealistas o prescriptivos para los padres, o los ambientes rebosando de estímulos que dificultan la autorregulación de los niños son algunos ejemplos de cómo nuestros servicios y programas dentro de la iglesia se convierten en espacios que los padres de niños con necesidades diferentes prefieren evitar.

No olvidemos que podemos utilizar nuestros púlpitos y plataformas para incluir temas sobre los efectos reales y neurológicos del abandono y abuso en el contexto de la caída del hombre. Lejos de desviarse del evangelio, estos temas pueden, cuando son enseñados con humildad y conocimiento, fomentar una cultura de empatía, comprensión, y amor.

2) Personalizar el cuidado en la escuela dominical

No debemos tener la expectativa de que nuestros maestros de la escuela dominical se vuelvan profesionales en el abordaje de niños con necesidades diferentes, pero un poco de preparación y capacitación puede tener un gran impacto. La familia de un pequeño con autismo apreciará mucho la conciencia de los maestros de la escuela dominical cuando permiten que su hijo tome descansos de una forma más frecuente que los demás niños. Al aprender sobre los retos que trae el autismo, las maestras saben que forzar un desempeño o aprendizaje será contraproducente y que, al personalizar el cuidado brindado, se logra amar de una forma real y necesaria.

En algunos casos, los maestros podrán aprender algunas señas para mejorar la comunicación o aprender a reconocer los indicadores de estrés o miedo en los niños. Si sabemos que hay una familia que tiene un hijo con necesidades diferentes, será un gesto sencillo y poderoso preguntar a los padres del niño si hay algo que pueden aprender o leer para saber cómo atender a su hijo de la mejor forma. Como un eje transversal en todas las acciones, asegurémonos que la humildad abunde en cada interacción.

3) Utilizar lenguaje adecuado

Es importante poner a cada cosa su debido nombre. Puede parecer un ajuste muy pequeño, pero al utilizar los términos correctos que dignifican a las personas y sus retos, las familias se sentirán escuchadas y conocidas. Además, cuando una congregación habla con las palabras correctas sobre los diferentes diagnósticos, los niños crecen con mayor empatía y entendimiento sobre la diversidad, y podrán orar por las personas con palabras y expresiones dignificantes.

4) Priorizar la inclusión de cada persona

Las conductas diferentes tienden a aislar a las personas. Por naturaleza, tendemos a querer congregarnos con personas que se parecen y actúan como nosotros. Sin embargo, si la iglesia mantiene la inclusión e involucramiento de cada persona como prioridad, veremos cómo las personas con capacidades diferentes enriquecen todo lo que hacemos dentro de nuestras congregaciones.

Recuerdo que, en mi niñez, había una señora con síndrome de Down que se sentaba en la primera fila en todos los servicios de mi iglesia. Ella parecía tener ciertas responsabilidades delegadas por las autoridades. A mi edad, yo no estaba consciente de lo que esto significaba, pero al verla involucrada y participando, aprendí sobre la dignidad, el involucramiento y la importancia de las personas con algún diagnóstico. No veía a esta mujer como una molestia, sino como parte importante de nuestra congregación.

5) Arrepentirnos de nuestros prejuicios

Todos tenemos prejuicios con una población vulnerable. En mi caso, tengo más empatía con niños que han experimentado trauma, pero reconozco que me falta mucho con otras personas. Lo desconocido nos incomoda y tendemos a alejarnos de lo que no se parece a nosotros. Por lo tanto, debemos arrepentirnos de forma constante de los prejuicios que tenemos.

Dios nos hizo criaturas que necesitan la comunidad. El proceso divino de transformación en nuestras mentes únicamente se logra en comunión con otros

Yo tengo prejuicios que se han venido instalando en mi corazón desde niño, así que me corresponde pedirle a Dios que examine mi corazón y alinear cualquier cosmovisión incorrecta a la verdad absoluta: Toda persona es portadora de la imagen divina y debo arrepentirme de la prepotencia de creer que algunas personas son menos dignas de mi atención, comprensión, y amor que otras. El corazón es engañoso y debo arrepentirme continua y conscientemente de la sutileza de mi carne que busca enraizar el pecado en forma de prejuicios de manera silenciosa.

Dios nos hizo criaturas que necesitan la comunidad. El proceso divino de transformación en nuestras mentes únicamente se logra en comunión con otros. No podemos revertir el tiempo anulando los daños del pasado y retos del presente, pero sí podemos invertir en el proceso de restauración hecho posible por la obra redentora de Jesús en la cruz.

No podemos simplificar el trauma o un diagnóstico neurológico creyendo que una oración poderosa o un momento de intimidad con Dios borrará el pasado. El Señor nos hace caminar por procesos que le dan aún más gloria, usando a diferentes miembros de su Iglesia para traer sanidad y restauración.

Si Dios te ha acercado a los huérfanos, niños vulnerables, familias adoptivas, o niños con algún desorden mental es porque quiere traer un sentido de pertenencia y libertad a sus vidas. Pero seguramente quiere cambiar tu vida también, exponiéndote al trauma y a las dificultades de otros para recordarte que la misma gracia nos redime a todos. Solo Dios puede sanar las heridas más profundas, pero nos ha elegido a nosotros para ser parte instrumental en esta obra de restauración.

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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