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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Sed de Dios: Meditaciones de un hedonista cristiano (Andamio Publicaciones, 2011), de John Piper.

A veces tenemos la impresión de que no podemos venir a Dios en verdadera adoración a menos que estemos rebosantes de sentimientos de deleite, gozo, esperanza, gratitud, maravilla, temor, y reverencia. Creo que esto no es necesariamente así.

Veo tres etapas en el camino hacia la experiencia ideal de adoración. Puede que experimentemos las tres en una hora (y a Dios le agradan las tres si de verdad son etapas del camino hacia un gozo pleno en Él). Las mencionaré en orden inverso.

1. Está la etapa final, en la que sentimos un gozo sin estorbos en las múltiples perfecciones de Dios, el gozo de la gratitud, la maravilla, la esperanza, y la admiración. “Como con médula y grasa está saciada mi alma; y con labios jubilosos te alaba mi boca” (Sal. 63:5). En esta etapa estamos satisfechos con la excelencia de Dios y rebosamos de gozo por su comunión. Es el banquete del hedonismo cristiano.

2. En una etapa anterior, que a menudo saboreamos, no nos sentimos llenos, sino que más bien anhelamos y deseamos. Habiendo saboreado el banquete anteriormente, recordamos la bondad del Señor, pero eso parece muy lejano. Exhortamos a nuestras almas para que no se postren, porque estamos seguros de que volveremos a alabar al Señor (Salmo 42:5). Pero por ahora nuestros corazones no están llenos de fervor.

Aunque esto se aparta del ideal de adoración y esperanza vigorosas y sinceras, no obstante es un gran honor a Dios. Honramos el agua de una fuente en lo alto de la montaña no solo al suspirar de satisfacción tras beberla, sino también al anhelarla con un deseo insaciable de ser satisfechos mientras seguimos escalando.

Tú tienes una capacidad de gozarte que apenas te imaginas. Te fue dada para disfrutar de Dios.

De hecho, estas dos etapas en realidad no se pueden separar en el verdadero santo, porque toda satisfacción en esta vida va seguida rápidamente del anhelo de repetir, y todo anhelo genuino ha saboreado el agua satisfactoria de vida. David Brainerd expresaba así la paradoja:

“Recientemente a Dios le ha agradado mantener mi alma hambrienta casi continuamente, de manera que he sido lleno de una especie de dolor agradable. Cuando disfruto verdaderamente del Señor, siento mis deseos de Él de forma más insaciable y mi sed por perseguir la santidad más inextinguible”.

3. El escalón más bajo de la adoración —donde comienzan todos los verdaderos adoradores y a donde vuelven a menudo cuando llega la estación oscura— es la aridez del alma que a duras penas siente anhelo alguno, pero que cuenta aún con la gracia del arrepentimiento lleno de tristeza por tener tan poco amor. “Cuando mi corazón se llenó de amargura, y en mi interior sentía punzadas, entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti” (Sal. 73:22).

J. Carnell señala estas tres mismas etapas cuando dice:

“Sabemos que la rectitud se encuentra de una de dos formas: o bien por medio de una expresión espontánea del bien o por una tristeza espontánea por haber fallado. Una es una plenitud directa; la otra indirecta”.

La adoración es una forma de devolver a Dios con alegría el reflejo del resplandor de su verdadera valía. Éste es el ideal. Porque, con toda seguridad, Dios es más glorificado cuando nos deleitamos en su magnificencia que cuando permanecemos tan inmóviles por ella que apenas sentimos nada y sólo anhelamos ser capaces de sentir. No obstante, Dios es glorificado por la chispa de esperanza de gozo que surge de la tristeza que sentimos cuando nuestros corazones están tibios. Aun en la tristeza por la culpa que nos hace sentir nuestra insensibilidad animal, la gloria de Dios brilla. Si Dios no fuera gloriosamente atractivo, ¿por qué íbamos a sentirnos tristes por no celebrar plenamente su belleza?

Pero hasta esta tristeza, para que honre a Dios, tiene en un sentido que ser un fin en sí misma; no porque no deba conducir a algo mejor, sino porque debe ser real y espontánea. La gloria de la cual nos apartamos no se puede reflejar en una tristeza forzada. Como dice Carnell: “la plenitud indirecta carece de virtud cuando se convierte en meta de esfuerzos conscientes”. Quien deliberadamente trata de estar triste nunca se entristecerá. La tristeza no puede ser inducida por el esfuerzo humano.

Por lo tanto, no permitas que tu adoración vaya en declive hacia la mera obligación. No permitas que el temor reverencial y la capacidad de maravillarse propios del niño sean cortados por ideas antibíblicas de la virtud. No permitas que los paisajes, la poesía, y la música acerca de tu relación con Dios se marchite y muera. Tú tienes una capacidad de gozarte que apenas te imaginas. Te fue dada para disfrutar de Dios. Él puede despertarla sin importar el mucho tiempo que pueda haber estado adormecida. Ora pidiendo su poder avivador. Abre tus ojos a su gloria. La tienes a tu alrededor. “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1).


Imagen: Lighstock.
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