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Es una de las historias más famosas de la escuelita dominical. Lo tiene todo: aventura (una gran tormenta), suspenso (¿qué pasará con Nínive?), elementos sobrenaturales (¡tres días dentro de un pez!), y un personaje que nos hace rodar los ojos. ¡Ay, el rebelde Jonás! Se nos enseña a no ser como él y a obedecer la voz de Dios a la primera. Crecemos pensando que, si hacemos caso a papá y mamá, ningún animal marino gigante tendrá que devorarnos para hacernos aprender de nuestros errores.

Con todo, en El profeta pródigo, Tim Keller nos ayuda a ver que después de todo, no somos tan distintos de Jonás. Sin importar si nuestra actitud externa es religiosa o si tiende a lo rebelde, todos tenemos algo que aprender de la historia de este profeta del Antiguo Testamento. El autor nos muestra que:

“Muchos estudiantes del libro han observado que, en la primera parte Jonás interpreta al ‘hijo pródigo’ de la famosa parábola de Jesús (Luc. 15:11-24), que huyó de su padre. Sin embargo, en la segunda mitad del libro, Jonás es como el ‘hermano mayor’ (Luc. 15:25-32), que obedeció a su padre, pero lo reprochó por su compasión hacia los pecadores arrepentidos” (p. 7).

¿Cuál fue el problema de Jonás? ¿Qué no se supone que era un profeta? El punto de su trabajo era predicar la Palabra para el arrepentimiento de las almas. ¿Por qué trató de huir, desobedeciendo la orden directa de Dios? Keller nos explica: “Jonás tenía un problema con la tarea que se le había asignado. Pero tenía un problema mayor con Aquel que se la había asignado” (p. 15).

Jonás no comprendía el misterio de la misericordia de Dios: ¿Cómo podría Dios ser justo y perdonar a los pecadores de su maldad?

Jonás no comprendía por qué estaba siendo enviado a dejar la tierra del pueblo de Dios y predicar en una ciudad gentil. No comprendía cómo era posible que Dios extendiera su misericordia a un grupo de personas tan despiadado como los ninivitas. Jonás no comprendía el misterio de la misericordia de Dios: ¿Cómo podría Dios ser justo y perdonar a los pecadores de su maldad?

De este lado de la historia de la redención, la respuesta es clara: la cruz de Cristo. En el calvario, Jesús pagó el precio del pecado de su pueblo, liberándonos para siempre de la condenación eterna que nos esperaba. 

“Jonás no lloró por la ciudad, pero Jesús, el verdadero profeta, sí lo hizo” (p. 135).

Pero Jonás no sabía esto. Con todo, dentro del pez, el Señor se reveló al profeta y este pudo ver las cosas con un poco más de claridad. En su oración clamó: “¡La salvación es del Señor!” (Jon. 2:9). Normalmente acá es donde la historia termina en la clase del domingo: el pez vomita a Jonás, el profeta obedece, y Nínive se arrepiente. El capítulo 4 es algo extraño, así que preferimos ignorarlo.

Lejos de alegrarse porque los ninivitas respondieron a su mensaje, Jonás se llena de ira. El profeta sale y espera la destrucción de la ciudad. ¿Qué hace Dios? Extendiendo a este hombre la misma misericordia que extendió a Nínive, el Señor ilustra su compasión con una planta: “Tú te apiadaste de la planta por la que no trabajaste ni hiciste crecer, que nació en una noche y en una noche pereció, ¿y no he de apiadarme Yo de Nínive […]?” (Jon. 4:10-11a).

“Jesús es el profeta que debería haber sido Jonás. No obstante, sin duda, Él es infinitamente más que eso. Jesús no solo lloró por nosotros; Él murió por nosotros. Jonás salió de la ciudad, con la esperanza de presenciar su condenación, pero Jesucristo salió de la ciudad a morir en una cruz para lograr su salvación” (pp. 133, 135).

A ninguno de nosotros nos gusta pensar que actuaríamos como Jonás lo hizo. La realidad es que lo hacemos con frecuencia. Somos como Jonás cuando dudamos de la bondad de Dios al recibir una noticia o un mandato que no parece bueno a nuestros ojos; somos como Jonás cuando menospreciamos a los demás por su nacionalidad, sexo, o condición social. El profeta necesitaba ver la misericordia de Dios con más claridad, y nosotros necesitamos lo mismo.

Somos como Jonás cuando menospreciamos a los demás por su nacionalidad, sexo, o condición social

Por la manera en que termina esta historia parece que nos quedamos con más preguntas que respuestas. ¿Se habrá arrepentido Jonás de su falta de compasión y su corazón rebelde? Si bien el texto no lo dice, Keller nos ofrece esperanza. Después de todo, ¿cómo es que la historia llegó a nosotros? Jonás es el único que estuvo ahí de principio a fin, así que probablemente fue él quien tuvo que contar lo que sucedió.

Keller escribe: “¿Qué clase de hombre dejaría que el mundo viera lo necio que era? Solo alguien que con alegría había llegado a estar seguro en el amor de Dios. Solo alguien que creía que era al mismo tiempo un pecador, pero plenamente acepto” (p. 252).

Jonás fue transformado al encontrarse con la misericordia de Aquel que nos amó hasta la muerte. ¡Que Dios nos transforme a nosotros también!

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