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Recuerdo estar sentado en el grupo universitario de mi iglesia cuando el líder de jóvenes nos pidió si podíamos acompañarle en una oración que terminó marcando mi vida.

Yo no estaba en el mejor lugar de mi relación con Dios. Había descuidado mi vida devocional y de oración a tal punto que estaba espiritualmente frío. Pero de todos modos hice aquella oración desafiante: «Dios tráeme de vuelta a tus pies, sé mi primer amor. Tráeme de vuelta a tu rebaño, cueste lo que cueste​».

Aunque no sentí nada especial apenas terminé la oración, no imaginaba que ese ​«cueste lo que cueste» ​iba a ser un cáncer, un linfoma con el que Dios avivó mi fe.

Un tiempo de prueba

Algunos meses después, empecé a notar algo raro en mi boca, como una llaga en la encía. No le hice mucho caso durante las primeras semanas, aunque fui a varios centros médicos para que me hicieran un diagnóstico. Como ningún médico sabía bien lo que era, dejé de preocuparme. Además, la herida parecía sanar poco a poco.

Pronto, apareció otra herida peor que me causaba el triple de dolor y no me permitía hablar ni mover bien la boca. Me costaba comer y me era imposible dormir con la cabeza de lado. Me dolía tanto que continuamente me daban jaquecas. Ya ni siquiera podía pensar con claridad.

Como la herida empeoró, me recomendaron ver a un infectólogo, quien me ordenó realizarme una biopsia. Un miércoles, 1 de noviembre, llegaron los resultados. Lo puedo recordar con claridad. Es una fecha que se quedó grabada en mi memoria a la perfección. Fue el día que tuve más temor, nervios y ansiedad; el día que inició la mayor prueba de mi vida. Durante los siguientes meses pude comprobar lo que dijo el gran fotógrafo Yousuf Karsh: «el carácter, como la fotografía, se revela en la oscuridad».

Cuando recibí el informe del diagnóstico, lo miraba sin entender nada. Lo compartí con mi familia, mi novia y con el infectólogo que ordenó la biopsia. Él me llamó para explicarme pero yo seguía sin entender, por lo que hicimos una videollamada en la que me acompañó mi madre. No recuerdo nada de esa llamada, solo a mi madre llorando y con la voz frágil mientras hablaba con el doctor. Yo estaba paralizado, sin poder hablar. Todo parecía indicar que yo tenía cáncer.

Una amiga de la iglesia dispuso su hogar como punto de encuentro para amigos y familiares; ella fue la primera persona que me dio un abrazo. Debido al estrés, me dolía todo el cuerpo, la herida en la boca, la garganta, el estómago; todo. Sentía como si me estuviera muriendo por dentro.

Más tarde, fuimos a ver al infectólogo. Me explicó que los resultados de la biopsia no eran finales, por lo que debía realizarme una gran cantidad de estudios, además de ver un oncólogo o hematólogo. Terminé ese día de prueba tratando de despejar mi mente con mi novia, familia y amigos, quienes estuvieron a mi lado y me acompañaron en oración. 

Un milagro de Dios

Haciendo caso al doctor, me realicé todos los estudios necesarios. No quiero entrar en detalles, pues todos fueron difíciles; algunos muy dolorosos y otros apenas los sentí, pues me ponían a dormir. Finalmente, recibimos los resultados de la inmunohistoquímica, el examen más importante y que se había enviado fuera del país. El informe confirmaba lo peor: tenía un linfoma de células T periférico, por lo que debía empezar pronto con la quimioterapia.

Esa misma tarde me hice otros exámenes de sangre… pero los resultados daban negativo. Tenía los ganglios un poco inflamados, aunque todo lo demás se veía sospechosamente bien. Veíamos a Dios moverse mientras mi familia y hermanos en la fe oraban por mi salud.

El día que se suponía que iba a iniciar con la quimioterapia, una doctora especialista en tratamiento de linfomas me recomendó que primero me realizara una tomografía (Pet Scan) en el extranjero para saber con claridad dónde estaba el linfoma y cómo tratarlo mejor. Para mi sorpresa, la tomografía arrojó buenos resultados. No teníamos explicación de por qué los resultados salían bien y la doctora me indicó que volviera a realizarme una biopsia en el ganglio inflamado. 

Me abrieron el cuello para realizar un nuevo diagnóstico y un mes más tarde, llegaron los resultados de la nueva biopsia.

Mi cáncer había sanado por completo.

Mi boca estaba bien, mis ganglios estaban bien. ¡Todo estaba bien! Yo no dejaba de dar gloria a Dios.

Todavía necesito a Dios

El espacio aquí no alcanzaría para mencionar a todas las personas con las que estoy agradecido para siempre y me acompañaron en esta prueba. Por medio del amor de ellos pude ver también el amor de Dios, quien merece toda la gloria. (Ahora tengo miedo de que el teclado de mi computadora se arruine con las lágrimas que caen mientras escribo esto).

¡Dios ha sido fiel! Él obró poderosamente en mi vida y avivó mi fe, pero Su obra no ha terminado. Ahora veo las cosas diferente a como las veía antes de aquella oración, cuando mi vida espiritual era fría. Hoy puedo apreciar más el dulce evangelio que cada día me da la certeza de que Dios me ama.

No me cabe dudas de que mi salvación fue un milagro más grande que mi sanidad. Todavía necesito a Dios en mi vida. Hasta que Él vuelva, necesito que Él siga obrando en mí y sé que lo hará, cueste lo que cueste.

Nota del editor: 

Puedes ver al pastor Miguel Núñez testificando en una conferencia sobre este milagro de sanación en este video, en los minutos 12:40 a 15:00 (en inglés).

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