Algunos imaginan a Martín Lutero como un manifestante furioso, deseoso de asaltar las puertas de Roma y derribar la iglesia. Esa caricatura dista mucho de la realidad.
Lutero no era sectario ni cismático. No pretendía fundar una nueva iglesia, ni dividirla, ni mucho menos hacer que Roma se derrumbara.
Su intención era reformar desde dentro, convencido de que Roma había recurrido a innovaciones más modernas que traicionaban la rica herencia de la iglesia católica (universal). Vemos esa intención cuando Lutero dice al comienzo de sus noventa y cinco tesis que las presentaba para su discusión pública, pero por «amor y celo por la verdad y el deseo de sacarla a la luz». Las tesis de Lutero exhibían celo, incluso seria consternación, pero detrás de su audaz descontento había una motivación más profunda: el amor. Amor a Dios y amor a Su iglesia.
Las indulgencias —o para ser más exactos, su abuso— impulsaron a Lutero a escribir estas noventa y cinco tesis.
Las tesis de Lutero exhibían celo, pero detrás de su audaz descontento había una motivación más profunda: el amor. Amor a Dios y amor a Su iglesia
La redacción y publicación de tesis era cualquier cosa menos novedosa. No era la primera vez que Lutero escribía algunas para someterlas a debate. Tampoco era Lutero el único en esta práctica.
Muchos de sus colegas medievales habían hecho lo mismo. Es probable que Lutero estuviera imitando los ejemplos de muchos que le precedieron. No se trata de restar importancia a la irritación de Lutero, pero su intención era solo invitar a una disputa académica, no a una revuelta entre las masas.
Lutero envió las tesis al arzobispo Alberto de Brandeburgo, quien presidía la predicación de la indulgencia de Johann Tetzel. También las envió a muchos de sus amigos. Este movimiento es revelador. Algunos se preguntan si el objetivo final de Lutero no era la disputa académica, sino la clarificación pública y pastoral de una cuestión tan importante como la salvación misma. Sus tesis, con su ángulo pastoral, pueden indicarlo.
El arrepentimiento y el castigo por el pecado
La primera tesis de Lutero cuestionaba la interpretación romana de Mateo 4:17. «Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Arrepiéntanse”, quiso que toda la vida de los creyentes fuera de arrepentimiento». Muchos suponían que Jesús ordenaba al pecador «hacer penitencia» (en latín es poenitentiam agite).
Lutero no estaba dispuesto a leer en todo el sistema penitencial de Roma, indulgencias incluidas, una simple orden de alejarse del pecado. Prefería la traducción alternativa, «arrepentirse».
Escribió: «Esta palabra no puede entenderse como referida al sacramento de la penitencia, es decir, confesión y satisfacción, tal como lo administra el clero». Más bien, significa «únicamente arrepentimiento interior». Tal vez hablando por experiencia, Lutero advirtió contra el «arrepentimiento» sin fruto externo: «Tal arrepentimiento interior es inútil a menos que produzca varias modificaciones externas de la carne».
Cuando Lutero abordaba el tema del pecado, seguía asumiendo la distinción de Roma entre la culpa del pecado y el castigo del pecado, creyendo que este último permanece «hasta nuestra entrada en el reino de los cielos». Sin embargo, Lutero desaconsejaba apelar al papa, como si este pudiera librar de algún modo a los cristianos de todo el castigo del pecado.
Además, el pecador no debe pensar que puede encontrar remisión de su culpa si no está verdaderamente arrepentido. Lutero argumentó: «Dios no remite la culpa a nadie a menos que al mismo tiempo lo humille en todas las cosas y lo haga sumiso a Su vicario, el sacerdote».
En 1517, Lutero aún no había abandonado la visión romana del sacerdocio. Pero estaba irritado con los sacerdotes, especialmente con los que abusaban del concepto del purgatorio, señalando: «Actúan ignorante y perversamente aquellos sacerdotes que, en el caso de los moribundos, reservan las penas canónicas para el purgatorio».
Solía ocurrir, decía Lutero, que «las penas se imponían, no después, sino antes de la absolución, como pruebas de la verdadera contrición». No debía seguir así. Eso preocupaba a Lutero sobremanera; tal vez hablaba con feligreses que daban por sentado que, una vez absueltos, las penas no eran nada.
Purgatorio e indulgencias
Lutero estaba convencido de que el purgatorio se abordaba con motivaciones equivocadas. Los predicadores del purgatorio, como Tetzel, utilizaban el miedo en lugar del amor para transmitir el propósito del purgatorio. Lutero escribió:«Parece como si para las almas del purgatorio el miedo debiera necesariamente disminuir y el amor aumentar».
Estaba convencido de que en todas partes se informaba mal e incluso se engañaba a la gente. Cuando el papa concedió una «remisión plenaria de todas las penas», «no se refería en realidad a “todas las penas”, sino solo a las impuestas por él mismo».
Lutero lamentó: «Así se equivocan los predicadores de indulgencias que dicen que un hombre es absuelto de toda pena y salvado por las indulgencias papales».
Afirmaba que esos predicadores del purgatorio, como Tetzel, proclamaban mentiras cuando prometían la liberación inmediata del purgatorio con la compra de una papeleta de indulgencia. Escribió: «Predican solo doctrinas humanas quienes dicen que tan pronto como el dinero suena en el cofre, el alma vuela fuera del purgatorio».
A medida que aumentaban las arcas de dinero, «la codicia y la avaricia» aumentaban aún más. Lutero recordó a los cristianos que si ni siquiera podían estar seguros de que su propio arrepentimiento fuera genuino, ¿cómo podían estar seguros de que la pena por todos sus pecados fuera condonada por las indulgencias?
A menudo enérgico, parece que Lutero mismo podría haber volcado las mesas de las indulgencias: «Aquellos que creen que pueden estar seguros de su salvación porque tienen cartas de indulgencia serán condenados eternamente, junto con sus maestros».
Lenguaje feroz, corazón pastoral
El lenguaje fuerte de Lutero —¡condenación!— transmitía su repugnancia pastoral. Los pecadores corrían a las mesas de indulgencias con la impresión de que si tenían suficiente dinero para comprar el resguardo, escaparían del purgatorio, independientemente de si se arrepentían o no.
Algunos decían que una indulgencia podía «absolver a un hombre aunque hubiera… violado a la propia madre de Dios».
«¡Locura!», gritó Lutero. «Qué abuso total del sistema penitencial, como si la satisfacción del castigo temporal por los pecados de uno estuviera a la venta independientemente de una confesión genuina, independientemente de los pecados que uno hubiera cometido».
Lutero objetó con tanta vehemencia porque estaba convencido de que la gracia barata se ofrecía a expensas de la santificación del corazón.
Entonces Lutero expuso una tesis que seguramente enfureció a predicadores como Tetzel: «Todo cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión total de la pena y la culpa, incluso sin cartas de indulgencia».
Los predicadores de las «indulgencias papales» que se negaban a ejercer la «prudencia» daban a los laicos la impresión de que otras «buenas obras de amor» eran menos importantes. No lo eran, replicó Lutero. Así, Lutero debilitó todo el sistema de indulgencias, poniendo en duda la motivación de quienes las vendían, así como su valor salvador.
Católico, no romano
¿Tenía Lutero un entendimiento preciso del papa y de su participación en el asunto de las indulgencias?
Al principio, Lutero concedió al papa el beneficio de la duda. Supuso que el papa pondría fin a la venta y compra de indulgencias si supiera cómo se abusaba de ellas. Si «el papa conociera los cobros de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujera a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas».
Poco sabía Lutero de lo equivocado que estaba.
En este punto de la trayectoria de Lutero, no rechazó la autoridad del papa por completo, sino que se limitó a clarificar la autoridad papal, la cual temía que hubiera sido usurpada por otros. Lutero rebajó la autoridad del papa al nivel del obispo común: «El poder que el papa tiene en general sobre el purgatorio corresponde al poder que cualquier obispo o coadjutor tiene de manera particular en su propia diócesis o parroquia».
Lutero incluso levantó cuestionamientos sobre las llaves: «El papa hace muy bien cuando concede la remisión a las almas del purgatorio, no por el poder de las llaves, que no tiene, sino intercediendo por ellos».
Las noventa y cinco tesis revelan que Lutero era todavía un novato en su búsqueda de la reforma. Las creencias que más tarde abandonó seguían presentes.
Sin embargo, el núcleo de sus preocupaciones estaba presente y resultó explosivo en las manos adecuadas. En su mente, sin embargo, él no era más que un hombre medieval que intentaba renovar la iglesia recuperando su herencia verdadera. Con el tiempo, se dio cuenta de que para ser verdaderamente católico no podía seguir siendo romano.