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“¡Tengo un testimonio aburrido!“. No, no es cierto.

El director de una escuela cristiana me preguntó mientras desayunábamos en un restaurante local: “¿Qué le dices a un niño que no tiene un testimonio emocionante?”.

Me dijo que muchos de sus estudiantes asisten a eventos cristianos y escuchan el testimonio de alguien que fue un asesino o adicto a las drogas antes de venir a Cristo. Esos testimonios hacían que los estudiantes con frecuencia sintieran que su historia personal de cómo vinieron a Cristo era aburrida porque no era dramática.

“Viniste a Cristo cuando eras niño”, me dijo. “¿Qué le dices a alguien como tú para animarlo?”.

Confié en Cristo en mi niñez. Si usas el formato de testimonio que una vez recomendó Cru, entonces mi historia comenzaría así: “Antes de conocer a Cristo, estaba aprendiendo a ir al baño y desobedecía a mis padres”.

Alabo a Dios por cada sicario de la mafia convertido, cada adicto liberado y cada desfalcador redimido. Pero, ¿hay alguna manera de pensar en testimonios que vayan más allá de “Qué es lo peor que hiciste y cómo te salvó Dios de eso”? ¿Habrá algo más que simplemente enfatizar los testimonios dramáticos?

Malinterpretando el pecado

Fácilmente malinterpretamos la seriedad de cada pecado. Aquellos que restan importancia a una conversión temprana y aquellos que exaltan una conversión dramática, están resaltando lo incorrecto.

Aquellos que restan importancia a una conversión temprana, y aquellos que exaltan una conversión dramática, están resaltando lo incorrecto

La Biblia explica claramente que la gravedad de un pecado no se mide por el acto, o en el acto en comparación con otros pecados, pensamientos y omisiones. El pecado se mide en la Biblia por la persona a la que afecta. Dios se aflige igual por el hecho de que Adán comiera del fruto como por el asesinato de Caín. Es por eso que en Romanos 1 vemos la desobediencia a los padres junto con el asesinato. Como escribe Martyn Lloyd-Jones en Depresión espiritual: “Hay un solo pecado, y ese es el pecado de la incredulidad”.

Eso significa que todos estamos al mismo nivel ante la cruz. El hombre que apuñala a su enemigo y ve cómo sus entrañas se derraman por el suelo no necesita un rescate más dramático que el niño pequeño cuyos padres le leen historias bíblicas y lo llevan a la iglesia. “Muerto en pecado” significa que todos necesitamos un acto de gracia milagroso y trascendental para traernos a la vida.

Malinterpretando la gracia

Fácilmente malinterpretamos la gracia porque la hacemos demasiado pequeña. Actuamos como si el único acto de gracia en la conversión fuera el perdón de pecados. Mientras tanto, perdemos de vista todos los increíbles actos de gracia que se necesitaron para llevarnos allí.

Es un acto increíble de la gracia de Dios que alguien escuche el evangelio. Mucha gente ha vivido y muerto sin haber escuchado el mensaje que he escuchado todas las semanas de mi vida. Escuchar la verdad es gracia.

Mucha gente ha vivido y muerto sin haber escuchado el mensaje que he escuchado todas las semanas de mi vida. Escuchar la verdad es gracia

Es un acto de gracia tener padres, maestros y pastores que modelen el evangelio. Pude observar problemas en la iglesia, pero no vi hipocresía ni corrupción. En cambio, vi arrepentimiento, fe genuina, pasión e integridad. Eso es gracia.

Es gracia ser atraído por el Dios del universo. Es gracia resucitar de la muerte. Es gracia recibir el don de la fe. Es gracia ver y apreciar las glorias de Cristo. Es gracia perseverar. De hecho, es la gracia la que nos preserva en la depresión, la desesperación, la tentación y la duda (Fil 1:6).

Todas nuestras historias son historias de gracia de principio a fin.

¿Qué es un testimonio?

Creo que deberíamos contar las historias del heroísmo de Dios, sin importar si nuestro pecado fue extravagante. Cada historia de conversión es una narración dramática de la bondad de Dios. Cuando nuestro enfoque está en su bondad, cada historia se convierte en un testimonio emocionante de su gracia extravagante.

¿Qué le digo a alguien que se avergüenza de un testimonio ordinario? Debemos preguntarnos cómo Dios salvó al apóstol Pablo, cómplice de asesinato y enemigo de los cristianos (Hch 9) y cómo Dios usó a la fiel madre y abuela de Timoteo para guiarlo hacia la fe (2 Ti 1:5). Ambas son historias de gracia. Una gracia abruma y la otra atrae. Después de todo, es por gracia que ambos hombres entraron al reino de Dios y le sirvieron.

Es lo mismo con todos nosotros.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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