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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Un temor santo: Cómo el temor del Señor te proporciona gozo, seguridad y paz (Editorial Portavoz, 2021), Christina Fox.

El temor del Señor no es algo sencillo de definir. No es como buscar la definición de temor en el diccionario y encontrar una palabra o una frase que la explique. Tiene muchas capas. El temor del Señor es como un diamante con una superficie multifacética. Se necesitan muchas palabras para describir los diferentes aspectos que comprende el temor del Señor. De hecho, es más fácil describirlo que presentar una simple definición. Esa será nuestra exploración en este artículo.

Aunque la Biblia dice muchas veces: «no temáis», también nos ordena temer al Señor. Es un mandato importante que encontramos tanto en el Antiguo Testamento (Dt 6:24; Jos 24:14; Sal 34:9; Pr 1:7; Ecl 12:13) como en el Nuevo Testamento (Mt 10:28; Hch 9:31; Lc 1:49-50; 2 Co 7:1; Ap 15:4).

Hay quienes podrían pensar que el temor del Señor es un tema que solo aparece en el Antiguo Testamento, pero como podemos ver también es un mandato en el Nuevo Testamento. Es una cualidad de los cristianos conforme a la cual debemos vivir. Y es una cualidad tan importante que el maestro de Eclesiastés la describió como la totalidad del deber humano.

Debemos recordar que Dios es un Padre perfecto y que todo lo que Él hace es bueno. Su amor por nosotros nunca disminuye. Él no cambia

Empecemos por analizar dos maneras diferentes en que una persona puede temer al Señor. Sinclair Ferguson describe dos clases de temor en la Biblia: temor filial y temor servil.[1]

El temor servil

El temor servil es como el temor de los esclavos hacia su amo cruel o los prisioneros hacia su carcelero. Los esclavos o los prisioneros obedecen por temor a ser maltratados y porque son conscientes de que el amo o el carcelero tiene la potestad de hacerles daño a la mínima infracción.

La única motivación para obedecer es el temor a sufrir daño. Con el temor servil, los esclavos o prisioneros obedecen solo en la medida en que esa obediencia los libra de calamidades. Esta es la clase de temor que experimentan las personas no regeneradas hacia Dios y la clase de temor que tenemos cuando llegamos a conocer a Cristo. Es verdadero terror de Dios.

Un buen ejemplo de esto se encuentra en el Evangelio de Mateo, que contiene la parábola de los siervos que recibieron de su señor talentos para invertir. Un siervo se limitó a sepultarlos en la tierra:

«Pero llegando también el que había recibido un talento (21.6 kilos), dijo: “Señor, yo sabía que usted es un hombre duro, que siega donde no sembró y recoge donde no ha esparcido, y tuve miedo, y fui y escondí su talento en la tierra; mire, aquí tiene lo que es suyo”» (Mateo 25:24-25).

El temor filial

Por otro lado, el temor filial es el temor que sienten los hijos hacia su padre. La palabra filial viene del latín y significa «hijo». Sinclair Ferguson define temor filial como…

«Esa mezcla indefinible de reverencia y deleite, de gozo y asombro que llena nuestro corazón cuando comprendemos quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros. Es un amor por Dios tan grande que sentiríamos vergüenza de hacer cualquier cosa que lo desagrade o aflija, y nos llena de alegría cuando hacemos lo que le agrada».[2]

Los hijos que saben que son amados por su padre le obedecen porque no quieren decepcionarlo ni fallarle. Es un temor respetuoso, un temor que honra al otro. No es un temor de espanto, sino un temor que nace del amor.

Sin Cristo, tendríamos un temor servil de Dios. Pero en Cristo somos adoptados como hijos de Dios (Gá 4:4-7). A través del regalo de la justificación somos hechos hijos del Padre. J. I. Packer escribió: «La condición de adopción de los creyentes significa que, en y por medio de Cristo, Dios los ama como ama a su unigénito Hijo y que los hará partícipes de toda la gloria que es de Cristo».[3]

Dios es nuestro Padre, y como nuestro padre terrenal Él nos ama, suple nuestras necesidades, nos protege, nos disciplina y nos enseña. Puesto que Dios es nuestro Padre, el temor que tenemos hacia Él es un temor filial.

Aunque nuestro padre terrenal nos haya fallado y herido, y haya sido poco fiable, nuestro Dios es un buen Padre. Aun su disciplina e instrucción son perfectas

Para quienes no han tenido una buena relación con su padre terrenal o no han tenido una en absoluto, puede ser difícil entender el concepto de temor del Señor en el sentido del temor filial.

Si nuestra experiencia con nuestro padre terrenal estuvo plagada de conflicto, enojo o maltrato, es posible que esperemos lo mismo de parte de Dios. Puede que frente a Dios reaccionemos como si Él estuviera siempre buscando castigarnos. O como si esperáramos que Él nos fallara. 

Las pruebas no son castigos de un Dios airado

Tal vez a algunos de los creyentes nos resulte difícil confiar en Dios para suplir nuestras necesidades. Quizá veamos los desafíos y las pruebas en nuestra vida como el castigo de un Dios airado, y no como la disciplina amorosa y la instrucción de un buen Padre.

El autor de Hebreos nos enseña:

«Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si están sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces son hijos ilegítimos y no hijos verdaderos. Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza. Sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, después les da fruto apacible de justicia» (Hebreos 12:7-11).

Los hijos que saben que son amados por su padre le obedecen porque no quieren decepcionarlo ni fallarle. Es un temor respetuoso, un temor que honra al otro

Debemos recordar que Dios es un Padre perfecto y que todo lo que Él hace es bueno. Su amor por nosotros nunca disminuye. Él no es inconstante, Él no cambia. Lo que promete lo cumple. Aunque nuestro padre terrenal nos haya fallado y herido, y haya sido poco fiable, nuestro Dios es un buen Padre. Aun su disciplina e instrucción son perfectas y justo lo que necesitamos para crecer en santidad. Podemos temerlo con un temor filial.

Una nota aclaratoria

También es posible para los redimidos relacionarse con Dios con un temor servil. Es algo que afecta sus relaciones con el Señor, que parece distante. Cuando esto sucede, es posible dudar de lo que dice y cuestionar su amor por nosotros. Ferguson dice que necesitamos el temor filial para derrotar al temor servil.[4]

Antes de continuar, piensa si en alguna medida esto podría ser cierto en tu vida. Pregúntate si quizá tu idea de Dios es más la de un padre terrenal enojado que la de un Padre amoroso y perfecto que te ha rescatado, redimido y adoptado para que seas parte de su familia.

Muchos cristianos dan una descripción breve del temor del Señor como reverencia o asombro. Sin embargo, esa es solo una parte. El temor del Señor comprende varios aspectos que incluyen asombro, admiración, reverencia, adoración, gratitud, amor y obediencia. C. H. Spurgeon dijo que el temor del Señor es la abreviatura de «la auténtica expresión de la fe, la esperanza, el amor, la santidad de vida y de toda gracia que compone la verdadera piedad».[5]


[1] Sinclair Ferguson, Grow in Grace (Edimburgo: Banner of Truth, 1989) p. 28-29.
[2] Ferguson, Grow in Grace, 29.
[3] I. Packer, Concise Theology: A Guide to Historic Christian Beliefs (Carol Stream, IL: Tyndale, 1993) p. 167.
[4] Ibid.
[5] H. Spurgeon, “Godly Fear and Its Goodly Consequence”, Bible Bulletin Board, www.biblebb.com/files/spurgeon/1290.htm.
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