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Un amiga mía una vez confesó que tenía un versículo en la Biblia que ella eliminaría con gusto si se le diera la opción. El versículo mismo pasó a ser menos interesante para mí que la idea en sí.

Si tuviéramos la oportunidad, ¿eliminaríamos gustosamente alguna parte de la Biblia?

Esta conversación vino a mi mente recientemente cuando oí a alguien decir que si bien obedece a lo que dice la Biblia acerca de la ética sexual, ciertamente no le gusta hacerlo. Y este no era un creyente inmaduro, sino un líder ya establecido. Esto plantea la pregunta: ¿Nos tienen que gustar las cosas que Dios dice en la Biblia? ¿Es suficiente solo apretar los dientes y obedecer, aun cuando no estamos realmente contentos con lo que estamos obedeciendo?

Mientras que el discipulado obviamente requiere obediencia, también nos corresponde entender lo que estamos obedeciendo y por qué es que estamos obedeciendo. 

Entendiendo el razonamiento de Dios

Hace poco visité a un amigo cuya hija estaba comportándose con todas las cualidades de alguien que tiene dos años de edad. Ella es preciosa, en serio, pero a veces la llamo “la dictadora” Hannah. En una reciente cena ella dejó bien en claro que no iba a comer los fideos que se le habían preparado, a pesar de que solo la semana anterior había afirmado que era su plato favorito.

En efecto de inmediato: No estoy obligada a comer fideos, y de hecho ningún tipo de producto alimenticio que considere que sea desagradable de alguna manera. Expresiones anteriores de preferencia pueden estar sujetas a revisión sin previo aviso, incluso durante el transcurso de la hora de la comida, y se le solicita y requiere cumplir con todas las instrucciones en curso.

Pude haber parafraseado un poco, pero sabe a lo que me refiero.

El problema es que puede ser fácil pensar en Dios como si fuera algo así como un niñito. Sus órdenes pueden parecer un tanto arbitrarias, como si las cosas nos estuvieran permitidas o prohibidas al azar. Entonces, es importante que con cualquier mandato analicemos el por qué ha sido dado. Con cualquier prohibición debemos preguntar qué cosa buena se está protegiendo —que cosa positiva está detrás de lo negativo.

Cuando se trata de la ética sexual de Dios, hay una razón fundamental clara de lo que se ha mandado. Su Palabra no nos muestra tanto una teología de sexualidad o de ética sexual; más bien, una teología del matrimonio. El matrimonio humano, vemos repetidamente, es para señalar la unión definitiva entre Jesús y su novia, la Iglesia. Es una figura de lo que Dios está haciendo en el universo: atraer a un pueblo que pertenece a su Hijo.  Esa visión explica el perfil y las limitaciones que vemos en la enseñanza de la Escritura acerca del matrimonio. Una vez que lo analizamos vemos por qué Dios insiste en que el sexo es para el matrimonio (ya que solo en una relación de pacto tenemos la capacidad de ser vulnerables e íntimos); que el matrimonio es entre un hombre y una mujer (ya que Dios une a dos seres diferentes y complementarios en una unión); y por qué los cristianos deben casarse solo con los de la fe (ya que nuestra unión con Cristo significa que no podemos unirnos sin dolor con alguien que no es de él).

A la luz del significado del matrimonio, estas restricciones tienen sentido. Podemos ver por qué Dios dice lo que hace. Dios no ha anunciado al azar que no le gustan los fideos.

Comprendiendo la bondad de Dios

Esa base podría ayudarnos a entender los mandatos de Dios, pero, ¿aun así nos tienen que gustar?

Consideremos estas palabras de Jesús:

“Como el Padre Me ha amado, así también Yo los he amado; permanezcan en Mi amor. Si guardan Mis mandamientos, permanecerán en Mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y permanezco en Su amor” (Juan 15:9-10).

A primera vista podría parecer que Jesús está diciendo que nuestra obediencia es lo que hace que Él nos ame. De ningún modo. El obedecer sus órdenes no es la forma en que nos ganamos su amor, sino la manera en que permanecemos en su amor. Él nos da su amor libremente y generosamente por medio de su muerte y resurrección. Y una vez que recibimos ese amor, no debemos salir corriendo y dejarlo. Estamos para quedarnos y permanecer en Él. Para deleitarnos en Él. Y la obediencia es la clave. Al obedecer lo que Él ha mandado, tenemos exposición continua a su amor por nosotros. Cada cosa que nuestro Rey nos llama a hacer expresa su bondad y cuidado. Es por eso que el rey David pudo decir: “Los preceptos del Señor son rectos” (Salmo 19:8). Sus mandamientos son rectos porque Él es recto.

Entender esto no siempre es inmediato. Tener que decir no a algunos profundos deseos emocionales y sexuales se sintió como un enorme costo al principio de mi vida cristiana. Me imaginaba que museos se iban a construir un día para conmemorar el sacrificio que estaba haciendo. Pero me he dado cuenta de que lo que se siente como un costo es realmente una ganancia. Lo que perdemos es solo lo que nos iba a obstaculizar en nuestro caminar con Dios.

El llamado a la pureza sexual es un mandamiento recto. Hay mucha más satisfacción para nosotros a través de la obediencia que la desobediencia. El mandato, desagradable y frustrante al principio, se ha convertido en una bendición. No siempre es fácil. Pero es recto.

Mientras caminamos con el Señor vemos más y más la bondad de sus caminos. ¿Debería gustarnos lo que Él manda? Tal vez no al principio. Tal vez algunos mandatos siempre serán una lucha en particular. Pero el resentirse de su ley, o el querer cambiarla, es decir que sabemos más que Dios. El seguirle, aunque inicialmente sea apretando los dientes, declara que estamos confiando que Dios sabe más que nosotros.

Pero en lugar de pensar que vamos a obedecer cuando nos guste, debemos de decidir obedecer para que nos guste.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por John Chavez.
Imagen: Lightstock.
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