¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Hay momentos en la vida en que vemos una verdad acerca de nuestras circunstancias con sorprendente claridad. A veces, ese momento nos impacta tan profundamente que recordamos la verdad a partir de ese momento.

Ese momento me sucedió en 2012.

Yo siempre supuse que me casaría en algún momento de los veintitantos, como la mayoría de mis amigas. Una por una, de a dos en dos, vi a casi todas casarse; y crucé el umbral de los 30 preguntándome qué era esa cosa tan horrible que yo tenía para que me sucediera esto. Con cada año que pasaba, crecía esa sensación de tener algo defectuoso en mí. Con el tiempo, comencé a encontrar más propósito en mi soltería, lo que aumentó exponencialmente, pero simultáneamente me sentía como si me hubieran pasado por alto. Por fuera, estaba llena de propósito y confianza; por dentro, estaba confundida.

Mi impactante momento de claridad llegó cuando conocí a algunos amigos que estaban luchando con la infertilidad. Aunque ahora parezca obvio, antes no me había dado cuenta de las similitudes de nuestras luchas. Todos estábamos esperando una serie de cosas buenas que no nos habían sido prometidas. Tuvimos que aprender a estar agradecidos por el extraño regalo de la carencia, eso que sucede cuando Dios no nos da las cosas buenas que queremos, pero aprendemos a confiar en su bondad por sobre todo.

El Señor me tenía preparado el casamiento a mediados de mis 30, pero después de dos abortos espontáneos en los primeros cinco meses de nuestro matrimonio, no pudimos volver a concebir. Las lecciones que aprendí en mi soltería se trasladaron a la infertilidad, en varias maneras.

1. El matrimonio no me había sido prometido, aun a pesar de lo mucho que lo deseaba, y aunque creyera que estaba hecha para ello.

Aprender esta lección hizo que sea (infinitamente) más fácil recordar que los niños no me son prometidos, por más que yo los desee y aunque crea que estoy hecha para ser madre. Si creo que, por tener un deseo de algo, eso garantizará que lo consiga, en ese momento lo he convertido en un ídolo, algo que toma el lugar de Dios. No puede ser ese algo, o el deseo por ese algo, lo que dirige mi adoración.

Si creo que por tener un deseo de algo, eso garantiza que lo conseguiré, lo he convertido en un ídolo.

2. Mi propósito en la vida no estaba suspendido hasta que me casé.

Asimismo, tengo que aprender que no soy menos, que no estoy refrenada, ni incompleta, o incapaz de aprender lo que Dios tiene para mí a través de la esterilidad. Dios me enseñará paciencia y esperanza (y su suficiencia y fidelidad) tan detalladamente como Él lo ha hecho con los padres con hijos adultos, y como lo hace con las madres de niños pequeños. Él no me negará nada que considere bueno para mí, ni matrimonio, ni niños, mucho menos las lecciones que yo creía que solo eran para aquellos que se casan o son padres.

3. Siempre me sentiré un poco incompleta, y eso no es algo malo.

Así también sucede en la esterilidad. El regalo es la carencia. La sensación de estar incompleto es un gran regalo para el cristiano, porque nos recuerda que aún no estamos en casa, aún no estamos cara a cara con Jesús. Ora para que en esas áreas adonde sientas el dolor del vacío, crezca un anhelo cada vez mayor por ese día frente a Jesús.

4. Mi familia no es un esposo o hijos, sino la iglesia local.

La cultura del mundo, y la de la iglesia también, está tan centrada en torno al núcleo familiar que esta fue una lección difícil de aprender. En mi soltería tuve que, intencionalmente, buscar hermanas, hermanos, madres, padres, y niños dentro de la iglesia local. En la infertilidad sucede lo mismo. Mi familia no está limitada a la sangre y al ADN; mi familia es el cuerpo de Cristo.

Mi familia no está limitada a sangre y ADN; mi familia es el cuerpo de Cristo.

5. Mi esperanza no está puesta en que una persona sea mi mejor amigo, confidente más cercano, y objeto de mi afecto.

En la esterilidad tengo que aprender que nunca tendré hijos para vestir, enseñar, alimentar, nutrir, amar, disciplinar, y luego dejar ir. Me enseña a levantar la mirada de sobre mí, y ver a los muchos.

Estoy convencida, todos y cada uno de mis días, de que aquellos años de soltería me estaban preparando para estos años de infertilidad. No sé cuándo ni cómo tendremos hijos, ni siquiera sé si los tendremos. Pero sé que no me siento desperdiciada, pasada por alto, asustada, ignorada, o estafada por Dios. Y sé, con absoluta certeza, que no me siento así porque compartí en el sufrimiento de mis amigos estériles durante mi soltería, y aprendí a ver que todos estamos esperando algo, cada uno de nosotros.

Estoy convencida, todos y cada uno de mis días, de que aquellos años de soltería me estaban preparando para estos años de infertilidad.

Si tu mesa está vacía porque no te has casado, o porque Dios no te ha dado niños, o porque tus hijos crecieron y ya están lejos, ¿con quién podría querer Él que se ocupen esas sillas? ¿Qué te está enseñando sobre su carácter? ¿Qué tipo de pruebas Él te está presentando para que acompañes a tus hermanos y hermanas, aun cuando estas pruebas no sean las mismas que tienes? ¿Cómo te preparó en el pasado para la lucha que ahora estas enfrentando?


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Juan Manuel López Palacios.
Imagen: Lightstock. 
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando