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La película de 1998 Mas allá de los cielos retrata el cielo como un lugar hermoso pero solitario para Chris Nielsen (interpretado por Robin Williams) porque, aunque sus hijos están allí, su esposa no. Sorprendentemente, alguien más está completamente ausente de la descripción del cielo que presenta la película: Dios.

El punto de vista de esa película refleja numerosas maneras contemporáneas de ver el cielo que, o dejan a Dios fuera, o lo ponen en un papel secundario.

El cielo sin Dios sería como una luna de miel sin el novio o un palacio sin un rey.

Las cinco personas que encontrarás en el cielo, una novela éxito de ventas por Mitch Albom retrata a un hombre que se siente solo y sin importancia. Muere, se va al cielo, y conoce a cinco personas que le dicen que su vida realmente importó. Él descubre el perdón y la aceptación, todo esto sin Dios y sin Cristo como objeto de la fe salvadora.

Esta es una representación de un cielo que no se trata de Dios y nuestra relación con Él, sino de los seres humanos y nuestras relaciones con los demás. Es un cielo donde la humanidad es el centro del cosmos y Dios juega un papel secundario. La Biblia no menciona nada de este pseudocielo.

Muchas personas afirman haber ido al cielo y haber visto a sus seres queridos e incluso a Jesús, pero casi nunca reaccionan como lo hizo el discípulo amado, el apóstol Juan: “Cuando Lo vi, caí como muerto a Sus pies” (Ap. 1:17).

Seguramente ninguna persona que realmente haya estado en el cielo descuidaría mencionar lo que las Escrituras muestran como el enfoque principal de este. Si hubieras pasado una noche cenando con un rey no hablarías solamente de la ambientación del lugar. Cuando a Juan se le mostró el cielo y escribió acerca de él, registró los detalles, pero antes que nada, de principio a fin, siguió hablando acerca de Jesús, el León y el Cordero, y lo hizo con infinita seriedad y belleza.

¿Luna de miel sin novio?

Jesús prometió a sus discípulos: “Vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también” (Jn. 14:3). Para los cristianos, morir es “habitar con el Señor” (2 Co. 5:8). El apóstol Pablo dice: “Teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor” (Fil. 1:23). Pudo haber dicho: “Deseo partir y estar en el cielo”, pero no lo hizo; su mente estaba en estar con Jesús.

El cielo sin Dios sería como una luna de miel sin un novio o un palacio sin un rey. Teresa de Ávila dijo: “Donde quiera que esté Dios, allí está el cielo”. El corolario: dondequiera que Dios no esté, allí es el infierno.

Dondequiera que Dios no esté, allí es el infierno.

La presencia de Dios es la esencia del cielo. John Milton lo expresó así: “Tu presencia hace nuestro paraíso, y donde tú estás es el cielo”. El cielo será una extensión física de la bondad de Dios.

Samuel Rutherford dijo: “Oh mi Señor Jesucristo, si pudiera estar en el cielo sin ti, sería un infierno; y si pudiera estar en el infierno y aun tenerte ahí, sería un cielo para mí, porque tú eres todo el cielo que quiero”. Estar con Dios… conocerlo, verlo… es el atractivo central e irreducible del cielo.

El mayor milagro del cielo

La mejor parte del cielo en la nueva tierra será disfrutar de la presencia de Dios. Él realmente vivirá entre nosotros (Ap. 21:3-4). Así como el Santísimo contenía la deslumbrante presencia de Dios en el antiguo Israel, así también la nueva Jerusalén contendrá su presencia. El mayor milagro de la nueva tierra será nuestro acceso continuo y sin obstáculos al Dios del esplendor eterno y del deleite perpetuo.

¿Cuál es la esencia de la vida eterna? “Que Te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). La mejor parte del cielo será conocer y disfrutar a Dios.

Sam Storms escribe: “Constantemente nos asombraremos más de Dios, nos enamoraremos más de Dios y disfrutaremos cada vez más de su presencia y de nuestra relación con Él. Nuestra experiencia de Dios nunca llegará a su consumación. […] Se profundizará y desarrollará, intensificará y amplificará, desplegará y aumentará, se ampliará y se expandirá”.

Embalse que nunca se seca

Debido a que Él es hermoso más allá de toda medida, si no supiéramos nada más que el cielo es el lugar donde Dios mora, sería más que suficiente para hacernos desear estar allí.

Por supuesto, disfrutaremos de todos los dones secundarios que Dios nos da, pero serán derivados de Dios mismo, y nuestra felicidad en ellos será felicidad en Él. Jonathan Edwards dijo: “Los redimidos ciertamente disfrutarán de otras cosas, […] pero lo que disfrutarán en los ángeles, o entre ellos, o en cualquier otra cosa que les dé placer y felicidad, será lo que se vea de Dios en ellos”.

“Se sacian de la abundancia de Tu casa, y les das a beber del río de Tus delicias. Porque en Ti está la fuente de la vida” (Sal. 36:8-9). Este pasaje describe la alegría que las criaturas de Dios encuentran al darse un banquete de la abundancia del cielo y beber profundamente de sus delicias. Nota que este río de delicias fluye y es completamente dependiente de su fuente: Dios. Solo Él es la fuente de la vida, y sin Él no podría haber ni vida, ni abundancia, ni ningún deleite.

Máximo asombro

Podemos creer que queremos miles de cosas diferentes, pero Dios es lo que realmente anhelamos. “Oh Dios, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de Ti, mi carne Te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua” (Sal. 63:1). La presencia de Dios trae satisfacción; su ausencia trae sed y nostalgia.

La mejor parte del cielo será conocer y disfrutar a Dios.

Nuestro anhelo por el cielo es un anhelo por Dios, un anhelo que no solo involucra a nuestro ser interno, sino también a nuestro cuerpo. Estar con Dios es el corazón y el alma del cielo. Cualquier otro placer celestial se derivará de y será secundario a su presencia.

Todas nuestras exploraciones, aventuras, y proyectos en el cielo eterno —y creo que habrá bastantes— palidecerán en comparación con la maravilla de estar con Dios y entrar en su gozo. Sin embargo, todo lo demás que hacemos nos ayudará a conocer y adorar a Dios mejor.

El regalo más grande de Dios para nosotros ahora y siempre es nada menos que Él mismo.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Jenny Midence-García.
Imagen: Lightstock.
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