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Imagino que si lees este artículo es porque estás involucrada en algún ministerio de enseñanza, ya sea en clases, grupos pequeños, o ministerios de mujeres. Tal vez escribes en un blog o contribuyes con escritos. Incluso pudiera ser que todavía no hagas ninguna de estas cosas, pero las has considerado.

Es para ti, y para mí, que escribo este artículo. Para quienes subimos a una plataforma o ponemos nuestra firma en un artículo o libro; quienes nos paramos frente a un grupo o nos sentamos en un salón a enseñar. En realidad, el tamaño del auditorio o de la audiencia no importa, porque el corazón es el mismo. 

El año pasado me invitaron a un evento dirigido a mujeres que, de una forma u otra, sirven en el área de la comunicación. Muchas de ellas eran escritoras, periodistas, líderes de ministerios de mujeres, o tenía roles semejantes. Mi intervención era llevar un mensaje de la Escritura pertinente a esa audiencia. Es de ese mensaje que quiero hablarte a continuación.

Sirve a la iglesia

Este fue el pasaje que sirvió de base:

“Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén”, 1 Pedro 4:10-11.

Este texto nos recuerda que los dones son otorgados por Dios, y cada una de nosotras ha recibido alguno. No pretendo usar este artículo para hablar de los dones, sino de lo que hacemos con ellos, pero quisiera dejar claro que los dones son para todos los nacidos de nuevo en Cristo, no exclusivos de algunos.

Nuestros dones son para servir a otros, como leemos en la primera parte del pasaje. Somos administradores de los dones, no dueños. Efesios 4:11 enseña que los dones son para la edificación de otros en el cuerpo de Cristo. Nos fueron dados para edificar vidas, para servir.

Si nuestro mensaje es para agradar a la gente, si buscamos que simplemente sea popular y exitoso, no será un mensaje fiel a la Escritura

Al enseñar, al hablar o escribir, debo tener presente que lo hago para servir a otros, como lo hizo Cristo. De hecho, Él mismo dijo que vino para servir, no para ser servido (Mr. 10:45). Cristo vino a servirnos con su muerte, con su sacrificio. Entender que nuestros dones son para servir a los demás, y actuar de esa manera, es una decisión transformadora. Guardará nuestro corazón del orgullo y de creer que estamos aquí para alcanzar renombre, ser famosas, o convertirnos en alguna clase de “diva evangélica”. 

Cuida tu mensaje

El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pe. 4:11). Ya sea que eres autora y escribes libros, o conferencista, o que trabajas en medios de comunicación, o enseñas en un aula o grupo pequeño, esto aplica igual. Es bueno que reflexiones: ¿Cuál es mi mensaje? ¿Está alineado con la Palabra de Dios? Si Dios me ha llamado a servirle en este campo, entonces tengo que honrar su Palabra sea como sea.

Una pregunta que nos puede ayudar es esta: ¿A quién quiero agradar con lo que escribo o con lo que hablo? Pablo escribió a los gálatas: “Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Si nuestro mensaje es para agradar a la gente, si buscamos que simplemente sea popular y exitoso, no será un mensaje fiel a la Escritura. Será popular, pero no fiel.

Uno de los riesgos de lo que hacemos en este campo es enamorarnos tanto de nuestro mensaje que se convierta en algo intocable y se nos olvide que no se trata de “mi mensaje”, sino del mensaje de Dios. Somos voceras del evangelio de Cristo, no del nuestro.

No dependas de ti

“… el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado” (1 Pe. 4:10). Al servir al Señor, ¿lo hacemos apoyadas en Él?

Cuando pasa el tiempo y vamos adquiriendo experiencia, nos sentimos más cómodas con nuestro conocimiento. Podemos correr el riesgo de depender de eso para hacer la obra. Y no es malo tener conocimiento y experiencia, pero si eso es lo primero para nosotras, estamos sirviendo en nuestra fortaleza y no en la Dios; estamos dependiendo de fuerzas humanas y eso peligroso. ¿Sabes por qué? Porque el móvil es el orgullo, creer que somos suficientes.

A veces me preguntan si todavía me pongo nerviosa al hablar frente al público, y ¿sabes?, no es hablar frente a las personas lo que me pone nerviosa. Me pone nerviosa que sea yo quien hable y no el Señor a través de mí, ¡eso sí me preocupa! Me preocupa creer que lo que yo tengo que decir es mejor que lo que Dios ha dicho.

Lo que hacemos debe ser una herramienta al servicio de otros para que conozcan más de Cristo, no de nosotras

Amiga lectora, oremos para que el Señor nos guíe y dirija, y cree en nosotras un corazón humilde y rendido que dependa de Él. Jesús dependía del Padre, ¡cuánto más necesitamos depender nosotras! Esta tarea solo se puede hacer con total dependencia de Dios.

Hazlo para la gloria de Dios

La decisión más importante a tomar al ejercer nuestro llamado es entender que no se trata de nosotras, se trata de que Dios sea glorificado. Mira las palabras de Pedro al final del pasaje: “que en todo sea Dios glorificado” (1 Pe. 4:11). Esa tiene que ser mi primera decisión. Servir a Dios, en cualquier rol, es para que Él sea glorificado, y así otras vidas puedan ser transformadas al conocerle a Él.

Lo que hacemos debe ser una herramienta al servicio de otros para que conozcan más de Cristo, no de nosotras. No queremos “mejorar” vidas, en el sentido más estricto de la frase; queremos que Dios nos use para rescatar vidas, para que sean transformadas por el mensaje del evangelio y su Palabra, y que Él reciba la gloria. Que nuestra obra con las palabras sea también un esfuerzo misionero y que nuestro libro, charla, clase, conferencia, blog, etc., sea un medio para este fin: proclamar a Cristo y darle la gloria a Dios.


Una versión de este escrito apareció primero en wendybello.com
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