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Nota del editor: 

Esta pregunta fue enviada y respondida desde la columna Thorns and Thistles [Espinas y cardos] (en inglés) de TGC, que busca aplicar sabiduría con consejos prácticos sobre la fe, el trabajo y la economía.

¿En qué momento se debe pagar a una persona por su ministerio?


Esta es una gran pregunta que deben hacerse ambas partes: los que pagarían y los que cobrarían.

Supongamos que viéramos a alguien con la mejor formación —enseñado directamente por el Jesús resucitado— cuya experiencia laboral incluyera la plantación de iglesias y la formación de líderes, cuyas habilidades incluyeran poderes sobrenaturales para sanar y cuyos escritos estuvieran inspirados por Dios. ¿Qué pasaría si esa persona también supervisara la salud de muchas iglesias en la región, proporcionara mentoría y orientación a los líderes de la iglesia y soportara el costo de decisiones difíciles a través de naufragios, azotes y prisiones?

Por supuesto, estamos hablando del apóstol Pablo, quien según la economía actual debería ser el ministro mejor pagado de la historia. Pero el testimonio de la Biblia muestra que Pablo, de manera consistente, se sustentaba a sí mismo en su propio ministerio.

¿Mandatos contradictorios?

Lo que quizá resulte sorprendente es que Pablo argumente de manera consistente que los ministros merecen una paga, incluso cuando él personalmente ejercía su ministerio de forma gratuita. Pablo, al igual que el resto de la Biblia, afirma simultáneamente que los ministros merecen un salario y que deben servir gratuitamente.

Pablo, al igual que el resto de la Biblia, afirma simultáneamente que los ministros merecen un salario y que deben servir gratuitamente

Pensemos en el momento en que Jesús envía a los discípulos a proclamar el evangelio. Primero les dice: «de gracia recibieron, den de gracia» (Mt 10:8). Pero también les dice que no lleven provisiones porque deben esperar ayuda. Al fin y al cabo, «el obrero es digno de su sostén» (10:10). Pablo argumenta dos veces que «No pondrás bozal al buey cuando trilla» y «El obrero es digno de su salario» (1 Ti 5:18; 1 Co 9:9, 14) para explicar que los ancianos que gobiernan y enseñan, así como los apóstoles que son enviados a misiones, merecen apoyo económico. Los soldados no sirven a sus expensas y los que plantan disfrutan del fruto (1 Co 9:7-10).

Al mismo tiempo, Pablo considera que trabajar gratuitamente es un ejemplo que otros deben seguir. Dice a los tesalonicenses que, aunque tenía derecho a recibir ayuda económica, realizaba trabajos físicos para sostenerse y dar a la iglesia «como modelo a ustedes a fin de que sigan nuestro ejemplo» (2 Ts 3:9). Es conocido que Pablo hizo tiendas con Priscila y Aquila para sostenerse mientras ejercía su ministerio en Corinto.

Aquí hay una asimetría importante. Pablo exhorta a las iglesias a sostener a sus ancianos, pero exhorta a todos los cristianos a imitarle sirviendo gratuitamente. Estos mandatos contradictorios significan que, en cualquier caso particular, determinar si alguien debe ser pagado por su ministerio requiere sabiduría y debe reflejar el contexto de la situación. No hay una única respuesta válida para todas las circunstancias.

Por ejemplo, si una función concreta debe ser remunerada o no en una iglesia rural de un pueblo pequeño, con poco personal y un presupuesto reducido, puede ser diferente de la respuesta para una iglesia grande con personal profesional a tiempo completo y un presupuesto amplio.

Teniendo esto en cuenta, hay un par de preguntas que todas las instituciones e individuos pueden plantearse al abordar sus propias situaciones.

1. ¿Quién está soportando la carga?

Pablo dice a los tesalonicenses que su motivación era no ser una carga para ellos, y a los corintios les dice que no quería poner ningún obstáculo. Pablo trabajó sin cobrar porque recibir ayuda habría sido una carga para la iglesia o un obstáculo para su crecimiento. Al mismo tiempo, la metáfora de un soldado que sirve a sus expensas significa que el ministro tampoco debe ser agobiado con la carga.

Si a una iglesia le supone una carga sostener económicamente a un ministro, y si al ministro no le supone una carga sostenerse a sí mismo, entonces sería prudente ministrar gratuitamente. Incluso en este caso, el ministro sigue mereciendo honor y disfrutar del fruto de su trabajo, lo que podría significar formas no financieras de reconocimiento, aprecio o apoyo.

Pero lo contrario también podría ser cierto. Es posible que el ministro se sienta agobiado por servir gratuitamente. Si está sirviendo a tiempo completo como una forma de mantener a su familia, sin duda debe recibir un salario justo. Incluso si no es así, el ministerio de todo tipo puede ser increíblemente agotador emocionalmente y para la familia. Si una iglesia puede aliviar las cargas financieras, debería esforzarse por hacerlo.

Las cargas no tienen por qué ser solo económicas. En algunos contextos, pagar a las personas puede dotar al ministerio de credibilidad. Pero también puede causar resentimiento o una disminución del entusiasmo de los voluntarios que también sirven sin remuneración. Las iglesias deben actuar con sabiduría a la hora de determinar si pagar a alguien por su trabajo resultará beneficioso para el trabajo mismo.

2. ¿La remuneración fomenta la codicia y el materialismo?

Vivimos en una de las sociedades más materialistas de la historia, por lo que debemos estar siempre en guardia contra la codicia. Como ministros, debemos preguntarnos si necesitamos esa paga para aliviar cargas o simplemente la queremos. Como instituciones, tenemos que preguntarnos si estamos reteniendo un sueldo cuando podríamos permitírnoslo. ¿Qué hay en el presupuesto que te impide apoyar a tu gente?

La avaricia puede manifestarse, por ejemplo, en una iglesia pequeña en la que los miembros de la congregación envidian que el pastor reciba un aumento cuando ellos mismos no lo reciben, o cuando les molesta que el pastor gane más que ellos. Pero la avaricia y el materialismo también pueden reflejarse en pagar demasiado a un pastor, como en una iglesia ostentosa que se jacta de tener un pastor a la moda, bien pagado, con zapatos deportivos caros y ropa moderna. Pablo se encontró con este problema en Corinto. La congregación criticaba a Pablo porque no dependía de ellos y no era tan ostentoso como los llamados superapóstoles (2 Co 12).

En una cultura de avaricia, debemos estar especialmente atentos a la posibilidad de que trabajar gratuitamente no solo sirva a la iglesia, sino que también establezca un testimonio, tal como señala Pablo.

Sé generoso

Debemos esforzarnos por ser generosos en ambas partes. Iglesias, esfuércense tanto como puedan en proveer para aquellos que sirven entre ustedes. Siervos, esfuércense tanto como puedan para servir sin sobrecargar a aquellos a quienes sirven.

En última instancia, la recompensa por nuestro trabajo viene de Dios, quien nos da generosamente basándose en Su deseo de bendecirnos, no en el trabajo que hayamos hecho (Mt 20). Cuando tratamos de bendecir a los que trabajan entre nosotros y de ofrecer el evangelio gratuitamente sin imponer cargas a los demás, podemos tener fe en que, en última instancia, Dios proveerá para todas nuestras necesidades.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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