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La mente del hombre planea su camino,
Pero el SEÑOR dirige sus pasos
(Pr 16:9).

Es famosa la frase de Antonio Machado, «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar». La idea del «camino» es bastante recurrente en este poeta español, quien usa esta palabra para señalar el transcurso de la vida y la dirección que va tomando producto de las decisiones y los actos personales. En otro de sus poemas habla del problema que surge cuando vamos neciamente por la vida, es decir, por nuestro camino de una forma descuidada, sin que haya un plan o siquiera un objetivo que nos mueva a transitar por el sendero con determinación y esfuerzo. Él lo expresa así:

Yo voy cantando, viajero
A lo largo del sendero…
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré sacármela un día:
ya no siento el corazón».

La palabra «camino» es tan importante que aparece más de sesenta veces en Proverbios, sin contar los sinónimos. La palabra hebrea indica tanto un sendero, camino o carretera, como también el curso, la dirección que uno toma o los pasos que uno va dando. Lo más importante al respecto es que Proverbios te hace responsable de tu caminar, de los pasos que des y la dirección que tomes. Por eso la exhortación inicial es crucial: «Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos» (4:26).

Si somos responsables de nuestro caminar y vamos haciendo camino al andar, eso significa que la necedad o sabiduría del transeúnte impactará en la senda que la vida vaya tomando. Eso es obvio y lo vemos en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean. Las decisiones de nuestro caminar tienen consecuencias.

Una de las características distintivas entre el camino del necio y del sabio es la satisfacción durante el recorrido: «El camino del perezoso es como un seto de espinos, pero la senda de los rectos es como una calzada» (15:19). Es triste observar a alguien que siente que su caminar es un campo minado plagado de infortunios, hoyos y quebrantos que solo hacen daño y que los detienen o imposibilitan avanzar con fluidez. Es muy diferente al camino de otros que parecen que circulan con rapidez por una senda pavimentada, sin el menor bache y con una sonrisa en los labios. La calidad del camino no es vista como algo fortuito inesperado o simplemente desafortunado, sino como el resultado del carácter necio del ocioso y sabio del recto. El carácter del peatón hace el camino insufrible o placentero.

De lo anterior, aprendemos la lección de que debemos tomar nuestro camino en las manos y reconocer que el Señor nos demandará la dirección que va tomando ese sendero. Salir de la necedad involucra asumir las responsabilidad de tus decisiones y la dirección de tu vida, dejando de culpar por todo a otros y, sobre todo, dejando de afirmar neciamente que, «como mi camino es mío, entonces ya por eso es bueno». Esa idea es popular en nuestros días, pero está dejando una estela de fracasos y destrozos. Cualquiera que navega sin mapa y deja de remar o sujetar su timón con fuerza y decisión, jamás llegará a ningún puerto. 

La salida del camino de la necedad empieza con reconocer, en primer lugar, que mucha de la dirección que tome nuestra vida es producto de la realidad de nuestro corazón: «Todos los caminos del hombre son limpios ante sus propios ojos, pero el Señor sondea los espíritus» (16:2). Nosotros tendemos a ponernos la nota más alta en cualquier tarea que emprendemos, nos encanta ser jueces benevolentes de nuestro propio proceder, pero eso nunca será una garantía de que vamos en la dirección correcta. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final es camino de muerte» (v. 25).

Somos en realidad criaturas dependientes de un Dios que conoce muy bien nuestros motivos y evalúa nuestras intenciones. Por eso te toca dejar la necedad de pensar que siempre «mi camino es el mejor porque es mío», y empezar a ser sabio al desplegar o poner delante de Dios tu camino, para Su aprobación previa y la manifestación de Su voluntad.

El maestro de sabiduría dice: «Encomienda tus obras al Señor, y tus propósitos se afianzarán» (v. 3). Encomendar involucra entregarle al Señor la autoridad y el cuidado de nuestras vidas, es pedirle con humildad Su bendición y dirección. Solo así nuestros planes o propósitos podrán afirmarse. En conclusión, eres sabio cuando pones delante de Dios tu viaje antes de emprenderlo, y no necio cuando pides ser enrumbado de nuevo cuando ya estás, una vez más, perdido, herido y sin dirección.

En segundo lugar, somos sabios cuando buscamos ser prudentes en nuestro camino: «La senda de los rectos es apartarse del mal; el que guarda su camino preserva su alma» (v. 17). Una frase necia y popular en nuestros días dice: «Tengo que aprender de mis propios errores». Aunque este dicho tiene algo de verdad, muchos lo usan para darse permiso para acercarse al fuego y descubrir en la misma piel cuánto es capaz de quemarla. Los sabios, es decir, los que buscan lo correcto, planean su senda buscando que el mal les quede muy lejos. Por el contrario, un necio hará lo que un pastor amigo escuchó de otro al hablar de la necedad: «Si tienes problemas con el alcohol, no vayas a un bar a tomar un refresco». Más claro, ¡imposible!

Finalmente, somos sabios cuando nuestro camino no solo nos permite un viaje placentero, bendecido y seguro, sino que también nos asegura ir en paz y recibiendo gracia de los que se van cruzando con nosotros a lo largo de la vía. El maestro de sabiduría dice: «Cuando los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace que estén en paz con él» (v. 17). Eso me recuerda que Jesucristo mismo es el «camino, la verdad y la vida» (Jn 14:6). Por lo tanto, no es tanto que mis enemigos o los malos se enternezcan conmigo y me tengan «buena onda», sino que yo decido caminar por la senda de Cristo, imitando Su caminar, siguiendo Sus pisadas, para que al ser como Él, mi caminar sea uno que «contribuye a la paz y a la edificación mutua» (Ro 14:19).

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