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La bioética es algo muy complicado. Si no estás convencido todavía, espera un poco, porque cada mes quiero revelar poco a poco cuán complicada puede ser.

Queremos vivir en un mundo en blanco y negro, pero pocas cosas son tan claras. Nuestro mundo es principalmente en variedades de gris. Como cristianos, ¿dónde debemos empezar? Con una base teológica. Lo que aprendemos de la Biblia en cuanto a Dios, a nosotros, y a nuestro mundo no contestará todas nuestras preguntas, pero nos ayudará a tomar decisiones que serán mejores y más fieles a Dios.

Es importante recordar que muchas conclusiones a las que llegaremos son iguales o muy similares a las conclusiones de la gente secular. Un ejemplo: los humanos tienen mucho valor. La pregunta importante es, ¿por qué?

La persona secular diría algo como, “Pues, no sé exactamente. Solo siento que así es. Tal vez es algo acerca de la evolución. Teníamos que aprender cómo vivir juntos para sobrevivir situaciones difíciles. Entonces a través de los milenios produjimos un sentido de que los humanos valen mucho”.

El cristiano debe tener una respuesta diferente. Algo como, “Es porque cada ser humano es creado en la imagen de Dios. No estoy seguro de lo que eso significa, pero estoy seguro de que es importante. También, cada ser humano es amado por Dios. Yo soy llamado a amar a mi prójimo… y todos los seres humanos son mis prójimos. Por eso cada humano tiene mucho valor”.

De nuevo, el cristiano y la persona secular dicen que los humanos tienen valor (y por eso debemos dar gracias a Dios), pero cada persona tiene un motivo sumamente distinto.

En el artículo anterior vimos la importancia de la soberanía de Dios y la naturaleza humana en la bioética. Esta vez quiero enfocarme en otros dos principios teológicos: la muerte y resurrección, y el sufrimiento.

Muerte y resurrección

El tema de la muerte significativo, en el mundo y en la Biblia. El cristianismo tiene mucho que decir en cuanto a la muerte. Nuestra perspectiva respecto a este tema moldea todo nuestro concepto de la vida. Cada ser humano está viviendo en dirección a la muerte.

La muerte es completamente normal, pero no es inherentemente natural. El 100% de los humanos mueren, por eso es algo normal, pero la muerte es parte de la caída, y por eso es 100% antinatural. La muerte es el último enemigo que será vencido por Jesús (1 Cor. 15). Es una penalidad por la desobediencia a los mandatos de Dios en el principio (Gen. 2:17).

Cuando hablo de “muerte” en términos teológicos, no en términos científicos, ¿a qué me refiero? La muerte es la separación del cuerpo y el alma; del aspecto material y el inmaterial del ser humano (Lucas 23:43). La muerte es también algo espiritual (Efesios 2:1-2) y algo que morirá en la época venidera (Apocalipsis 20:14-15). Esta segunda muerte es lo más serio y difícil. Es una vez y para siempre. Es eterna.

Cuando pensamos en la muerte, debemos siempre recordar que la muerte física (la primera muerte) no es el fin. Muchas veces los cristianos viven como si así fuera. Confiesan con su boca que creen en Cristo Jesús y que sus vidas están seguras en Él, pero sus hechos claman que no quieren morir por nada y que lucharán por cada respirar hasta el último momento.

Muchos cristianos, al final de sus vidas, niegan con sus hechos el evangelio que predican. Debemos morir de una mejor manera.

¿Cómo podemos hacerlo? En primer lugar, debemos entender la obra de Cristo, porque su obra lo cambia todo. La fe en Cristo resulta en vida eterna como realidad en el presente (Juan 3:16).

El 100% de los humanos mueren, por eso es algo normal, pero la muerte es parte de la caída, y por eso es 100% antinatural.

Irónicamente, nuestra vida eterna es asegurada por medio de la muerte de Jesús por nosotros. Jesús no estaba alegre de morir, sino de cumplir la voluntad de su Padre (Hebreos 12:2). La muerte no fue el fin de la historia de Jesús, sino un paso en una historia gloriosa (Filipenses 2:8-11). Por su muerte, Jesús fue exaltado y glorificado. La vida que Adán y Eva abandonaron por medio de su rebeldía contra Dios fue reclamada por Jesús en su muerte y resurrección. Por medio de su resurrección, Jesús fue proclamado como el Hijo de Dios en poder (Romanos 1:4).

La muerte y resurrección de Jesús tienen implicaciones significativas para los creyentes. En primer lugar, el creyente es justificado (declarado sin culpa, limpio, y libre) por medio de la muerte y resurrección de Cristo (Romanos 4:22-25). En segundo lugar, el creyente está en Cristo por fe y por eso todo lo que Cristo tiene es para el creyente también (Colosenses 3:1-4).

¿Cómo aplican estas realidades a los creyentes hoy en día?

  1. Nuestro héroe murió en una cruz, públicamente torturado, abusado, y castigado; no debemos sorprendernos si nuestras muertes no son pacíficas, tranquilas y fáciles.
  2. Aunque la muerte es terrible y un enemigo, el cristiano debe morir de manera diferente que cualquier otro humano. ¿Por qué? Porque el cristiano muere en fe. No es una fe en sí mismo o en una muerte pacífica, sino una fe basada en hechos históricos… en la muerte y resurrección de Cristo (1 Tesalonicenses 4:13-14).
  3. Estas verdades no quitan el dolor y la tristeza de la muerte, pero sí modifican estas cosas y nos dan mucho consuelo en medio de nuestras dificultades. Por tener una convicción así podemos cantar fuertemente con el salmista, “Estimada a los ojos del Señor es la muerte de sus santos” (Salmo 116:15).
  4. La vida aquí es difícil para todos, y sumamente difícil para algunos (los perseguidos, los que sufren con cáncer, etc.). Por eso, a veces parece que sería mejor estar con el Señor (Filipenses 1:21-26)
  5. La historia no terminará cuando morimos. En otras palabras, no estamos esperando nuestra muerte y nada mas, sino la restauración de todas las cosas (Filipenses 3:20-21, Apocalipsis 21-22)

Estos puntos deben afectar mucho nuestro punto de vista en cuanto a la muerte y las decisiones médicas que tomamos. La muerte no es nuestro gran enemigo porque Cristo ya la venció y estamos en Él. Cada día nos acercamos a nuestra muerte y está bien, porque sabemos en quién hemos creído, y estamos convencidos de que Él es poderoso para guardar todo hasta aquel día.

Nuestro héroe murió en una cruz, públicamente torturado, abusado, y castigado; no debemos sorprendernos si nuestras muertes no son pacíficas, tranquilas y fáciles.

La muerte nunca será algo fácil, pero si Jesús venció la muerte, nosotros haremos lo mismo. Al final de nuestras vidas, podemos tomar decisiones que hablan fuertemente de nuestra fe en Jesús y que estén enfocadas en el amor al prójimo y no solamente en nosotros mismos. Por ejemplo, es posible (pero no necesario) que decidamos no tomar un tratamiento caro para dejar más recursos a nuestros familias. No porque queremos morir, sino porque parece que el tratamiento no será muy eficaz, y estamos seguros y descansados en nuestro fe.

Sufrimiento

Todos los seres humanos sufren. Unos más que otros, pero nadie saldrá este mundo sin sufrimiento. La mayoría de las decisiones bioéticas son tomadas en el medio ambiente del sufrimiento: para evitarlo, quitarlo, o por lo menos reducirlo.

¿Por qué sufrimos en esta vida? Es parte de la maldición por nuestra rebelión contra Dios (Génesis 3:16-19). Cuando tomamos decisiones en el área de la bioética, tenemos que recordar que nunca eliminaremos el sufrimiento en este vida. Pero eso no significa que no debamos hacer cosas para ayudar a los que están sufriendo.

Es interesante que Cristo no nos guarda del sufrimiento. Además, Él promete que el sufrimiento será parte de la vida del cristiano (Juan 16:33). Debemos meditar mucho en las palabras de Jesús, “niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). El sufrimiento es parte de la dieta del cristiano. Por nuestro sufrimiento participamos en el sufrimiento de Cristo (1 Pedro 4:13). Es un aliento saber que no sufrimos solos. ¿Cuándo terminará nuestro sufrimiento? En la hora de nuestro muerte (2 Tesalonicenses 1:5-12).

Muchos me han enfrentado con los milagros en el tiempo de Jesús y los apóstoles. Me preguntan “¿Jeremías, por qué no vemos milagros así en nuestro día? Podríamos eliminar el sufrimiento con milagros y sanaciones, ¿no?”. Debemos recordar que el fin de los milagros no fue para eliminar el sufrimiento, sino testificar del reino de Dios en Cristo. Es interesante que Cristo dejó grupos de enfermos durante su ministerio (Marcos 1:32-38), había enfermos después de su ascensión al cielo, Pablo (un apóstol) vivía todo su vida con algo doloroso (2 Corintios 12:7-10), y hay muchos cristianos hoy en día que sufren. Si el trabajo de Jesús fue para quitar el sufrimiento terrenal, Él falló completamente.

El fin de los milagros no fue para eliminar el sufrimiento, sino testificar del reino de Dios en Cristo.

Una dificultad con el sufrimiento es que muchas veces no entendemos por qué estamos sufriendo. Si estoy cortando pollo y mi cuchillo se resbala y corto mi mano, entiendo mi sufrimiento completamente. Pero si despierto un día y no puedo ver con mi ojo izquierdo, tengo un ruido tremendo en mis oídos, y tengo un dolor de cabeza que me da ganas de vomitar, tendría dificultad en entender por qué. Aunque la situación es confusa, lo más confuso es que Dios no nos da respuestas al porqué de nuestro sufrimiento. Además, Él nos desanima de buscar respuestas cuando Él no nos las da (mira el ejemplo de Job).

Dios es más grande que nosotros y en muchos aspectos siempre estará lejos de nosotros. Podemos aceptar eso, o amargarnos y demandar respuestas a nuestras preguntas. Debemos recordar que un dios que hace lo que nosotros queremos y es completamente comprensible para los seres humanos no es digno de alabanza.

Gracias a Dios, nuestro sufrimiento no es inútil (Romanos 8:28-29, Santiago 1:2-4). Es probable que muchas veces no entenderemos cómo Dios usa nuestro sufrimiento para el bien en nuestras vidas. El sufrimiento en sí no es bueno, pero los fines de nuestro sufrimiento sí lo son. Al final, la respuesta a nuestro “¿por qué?” y al clamor del Antiguo Testamento “¿Hasta cuándo, oh Señor?” (Salmos 13:1) se encuentra en Cristo Jesus. No recibimos una respuesta filosófica, sino que recibimos al Hijo de Dios entregándose por nosotros. En la muerte y resurrección de Jesús vemos que Dios entiende nuestro sufrimiento, porque Cristo lo experimentó y ha vencido sobre él.

La cruz es algo que nunca entenderemos completamente, como nuestro sufrimiento. Pero la cruz nos regala un lenguaje con el que podemos hablar de una esperanza más grande que nuestro entendimiento. La cruz y la resurrección nos dan la confianza de que la muerte murió en la muerte de Jesús, y de que Dios ha vencido todo. Debemos sufrir bien, con toda esperanza, confiando en nuestro Salvador, quien nos redimió y liberó de la maldad.


Imagen: Lightstock
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