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Tengo 47 años y todavía me es difícil ver películas o series que presentan las dificultades en las relaciones entre padres e hijos.

Mi relación con mi papá terrenal fue muy complicada. Por un lado, tengo que reconocer que él trajo estructura, responsabilidad y orden a mi vida. Agradezco haber crecido con una presencia masculina que formó valores en mí. Muchas de las cosas que me permiten ser efectivo como pastor fueron desarrolladas en mi vida gracias a mi padre. Por otro lado, no todo fue positivo porque mi papá fue muy áspero, crítico y airado. Estos aspectos de su vida salían a relucir más cuando mi mamá no podía ser un amortiguador entre él y yo.

Mi padre murió hace dos años y he querido concentrarme solo en las cosas buenas, en sus fortalezas. Pero todavía me es difícil ver películas que resaltan las dificultades entre un padre y su hijo, particularmente las que muestran a un padre severamente crítico que no da ánimo ni comparte un “te amo”.

Mi relación con papá no me define, me define el evangelio

Alguien que conoció a mi papá me dijo el otro día: “Tu papá hablaba tanto de ti y estaba tan orgulloso de ti”. Ese tipo de declaraciones inesperadas provocan sentimientos encontrados en mí, porque mi padre nunca me comunicó ese orgullo. Usualmente lo que me decía eran las cosas que desde su perspectiva yo hacía mal. Eso pesa en el alma de un hijo.

El evangelio trae consuelo

Ayer lloré mientras veía una escena de “problemas con papá” en una película. Lloré porque todo hijo desea que su padre le diga: “Lo hiciste bien, estoy orgulloso de ti”.

No escribo esto para hacerme la víctima o provocar lástima. Lo escribo para compartir la única esperanza que tienen las personas con relaciones rotas entre padre e hijos. Solo el evangelio puede traer consuelo y solo el evangelio me libra de no tomar esas experiencias como excusas para mi conducta. Mi relación con mi papá no me define, me define el evangelio. El rechazo que recibí de mi padre no me define, me define que en Cristo soy aceptado por Dios (1 Jn 3:1).

Esta es una lucha entre creer mentiras o abrazar verdades. La mentira es pensar que mis experiencias pasadas me dan permiso para pecar contra Dios y desquitarme con otros. La mentira es permitir que mis emociones sean gobernadas por el dolor.

La verdad es que mis emociones sean informadas por el asombro que me produce saber que mis pecados son perdonados. La verdad es que mis hijos y mi esposa no deben ser recipientes de una conducta pecaminosa justificada por mis experiencias con mi padre. Cristo dio su vida para librarme y para cubrir con su amor cualquier vacío de aceptación que haya en mi corazón.

El rechazo que recibí de mi padre no me define, me define que en Cristo soy aceptado por Dios

Papi hizo lo mejor que pudo. Lo amo por ser mi padre y porque era evidente que, a pesar de todo, él deseaba el bien para nosotros. Hoy puedo concentrarme en sus fortalezas y no en sus debilidades. Que la gracia gobierne nuestro pasado, para que en Cristo tengamos esperanza para el futuro.

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