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A todos nos gusta salir de vacaciones. Muchas familias tienen lugares preferidos que les gusta visitar. En ocasiones, las vacaciones se vuelven tradiciones familiares que sirven como fábricas de buenos recuerdos y nos ayudan a escapar de nuestra rutina normal cuando no queremos permanecer en ella. 

Algo similar puede ocurrir en nuestras vidas espirituales cuando pensamos en el reino de Dios. Podemos llegar a ver nuestra vida en la tierra como un “mal necesario”. No queremos estar aquí y nos resignamos a continuar en este mundo solo porque sabemos que un día “iremos al cielo”, el lugar que podemos ver como nuestras futuras vacaciones.

¿Es esta la manera correcta de entender el reino de Dios?

Para responder a esto, quiero llevarte a un breve recorrido sobre qué dice la Biblia acerca del reino de Dios. Veremos que el pueblo de Dios es llamado a trabajar arduamente por el avance del reino, en vez de simplemente sentarse a esperar nuestras “futuras vacaciones”.

El reino de Dios en Jesús es la doctrina bíblica que une al Antiguo Testamento (AT) con el Nuevo Testamento (NT) y, aunque aún esperamos la plena instalación del reino de Dios, su reino ya es visible, presente y está en expansión.

El reino en el Antiguo Testamento

La Biblia comienza afirmando que “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1:1). Dios no solo creó todo lo que vemos, sino también todo lo que somos. Dios creó “al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (v. 27).

Así la creación estaba completa. Pero esto no era solo una creación. Esto era un reino. ¿El lugar? El jardín del Edén. ¿Los ciudadanos? Adán y Eva. ¿El rey? Dios. Los tres elementos fundamentales de cada reino estaban presentes: Rey, reino y ciudadanos.

Adán y Eva reinarían con Dios por siempre y ellos serían los encargados de ejercer señorío sobre la creación (v. 28). Su labor tendría que haberlos llevado a llenar el mundo de una humanidad que reflejase a Dios. Como la luna refleja la luz del sol, nosotros también debemos reflejar la imagen de Dios en la tierra.

Jesús prometió que pronto regresará para consumar su reino en la tierra tal y como lo habían profetizado los profetas del Antiguo Testamento

Pero Adán y Eva fallaron y, junto con ellos, toda su descendencia se desvió del plan de Dios para el ser humano. En cada página del AT vemos que una nueva dinastía nació en Génesis 3: la dinastía adánica, manchada por el pecado.

No obstante, en el AT vemos la promesa de la plena instalación del reino de Dios en la tierra. Los profetas proclamaban que el rey legítimo del mundo vendría para rescatar a su pueblo (Zac 9:9). Pero el reino prometido no eran simples vacaciones futuras y el pueblo no debía simplemente esperarlo con los brazos cruzados. Mientras la espera continuaba, el pueblo de Dios tenía que esforzarse en hacer la voluntad de Dios (Jos 1:8; Is 40:29–31), adorarle (Sal 51:17), reconstruir el templo (Hag 1:4), arrepentirse de sus pecados (Am 5:6), ser testimonio a las naciones (Mal 3:12) y esperar al que prepararía la llegada de su Rey (Mal 4:5).

La futura llegada plena del reino de Dios no significaba que estarían desocupados mientras tanto. ¡Todo lo contrario! Como ciudadanos del reino de Dios, su labor era la de expandir ese reino en la tierra a medida que Dios avanzaba la historia redentora. En el AT leemos de algunos episodios donde esto fue parcialmente posible (piensa, por ejemplo, en cuando el pueblo pudo disfrutar de prosperidad al obedecer a Dios y tener un liderazgo fiel al Señor). Pero en última instancia, al igual que Adán y Eva, todos fallaron desastrosamente. Necesitaban de alguien que trajera plenamente el reino de Dios a la tierra.

El reino en el Nuevo Testamento

La llegada de Jesús cambió la historia de la humanidad. El reino de Dios llegó del cielo a la tierra con Jesús. Así lo predicaba Él mismo (Mr 1:15). Él impartía enseñanzas “extrañas”, pues usaba un lenguaje que no se había escuchado desde el jardín del Edén. Decía que Él ofrecía un pan que elimina toda hambre, agua que emana vida y paz que llena el alma (Jn 6:35, 7:37, 14:27). Decía que Él era la resurrección y la vida, y que los que creían en Él no verían muerte jamás (11:25). Predicaba del reino por todos lados y aseguraba que Él estaría sentado a la diestra del Padre (Mt 4:17; Mr 14:62).

Aunque estamos ansiosos por ver la plena instalación del reino de Dios en la tierra, reconocemos que Jesús ya es Rey

Jesús fue el mejor Adán que resistió todas las tentaciones de la misma serpiente que miles de años atrás había tentado a Adán y Eva (Mt 4:1–11). Adán cayó ante embates de Satanás en el jardín del Edén, pero Jesús resistió los ataques de Satanás en el jardín de Getsemaní para luego morir y resucitar por nosotros.

Este Jesús prometió que pronto regresará para consumar su reino en la tierra tal y como lo habían profetizado los profetas del AT (Mr 14:25). Mientras tanto, los que creemos en Él no podemos estar de brazos cruzados y simplemente esperar “irnos al cielo” para estar en el reino de Dios, como si el cielo fuese nuestras vacaciones. ¡Tenemos trabajo por hacer!

Nuestra tarea ahora

Jesús dio el banderazo inicial para la construcción de un proyecto de proporciones cósmicas. Nos ordenó sufrir por su causa, amar a nuestros enemigos, tomar nuestra cruz, ser la luz del mundo, amar al pobre y cuidar de las viudas y huérfanos (Lc 21:17; Mt 5:44, 16:24, 5:14, Mr 14:7, Stg 1:27). Nos ordenó hacer discípulos y llorar con los que lloran (Mt 28:19; Ro 12:15). Nos mandó a amarnos como Él nos ha amado y expandir su reino en todo el mundo (Jn 13:34; Hch 1:8). Nos enseñó que debemos orar que el reino venga a la tierra (Mt 6:10), y que su reino avanza a través de nuestras vidas, de nuestras palabras y del evangelio que predicamos.

Salgamos pues a levantar la bandera de la cruz en alto, porque aunque estamos ansiosos por ver la plena instalación del reino de Dios en la tierra, reconocemos que Jesús ya es Rey. Su reino ya está aquí en cierta medida, sus ciudadanos ya son rescatados (Col 1:13) y, por lo tanto, nuestra labor es expandir su reino en nuestras vidas, hogares, comunidades, naciones y hasta lo último de la tierra. El reino de Dios no son nuestras futuras vacaciones.

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