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En 1995, luego de una transcurrida una semana de haber participado en una gran conferencia para servidores cristianos acerca del tema del quebrantamiento, experimenté un incremento dramático de invitaciones para hablar en otros eventos.

Me encontraba profundamente agradecida y asombrada por lo que Dios había hecho. Pero la publicidad resultó ser el combustible que encendió el fuego contra el cual yo había estado batallando casi toda mi vida: las ansias de recibir el aplauso y el reconocimiento humano, o lo que la Biblia llama “el amor por la gloria de los hombres” (Ver Juan 12:43).

Me encontraba disfrutando de lo que otras personas decían acerca de cómo Dios me había usado. Era rápida en comunicar a otros sobre las cartas, los correos electrónicos y/o escritos que reconocían mi ministerio, con la esperanza de que ellos tuvieran un alto concepto acerca de mí. Me encantaba ver mi nombre impreso y en ocasiones tomaba las medidas de lugar para asegurarme de que todo el crédito me fuera dado.

En la medida en que mi ministerio crecía de manera exponencial, de la misma manera aumentaba mi batalla contra el orgullo y la autoexaltación. Y todo esto ocurría mientras me encontraba viajando por todos los Estados Unidos, llevando lo que se había convertido en mi mensaje principal: ¡humildad y quebrantamiento!

Como siempre sucede cuando lidiamos con el pecado, la solución fue traer mi orgullo a la luz. Me di cuenta de que necesitaba humillarme delante de los demás.

El peligro que se esconde en los archivos

Una mañana sentí que el Señor me dirigió a escribir una carta a una docena de hermanos en la fe a quienes llamo “mis amigos de oración”. Ellos son hombres y mujeres que sabía que se preocupaban por mi alma. Admití mi lucha contra el pecado del orgullo y les pedí que oraran por mí en ese sentido para yo poder entregar esa parte de mí que no estaba bien.

Una de esas personas me respondió y me compartió una idea que había venido a su mente mientras oraba por mí:

“Quizás has venido coleccionando por algún tiempo esas cartas de reconocimiento, elogio, alabanza y todo lo que pudiese representar motivo de orgullo para ti. ¿Tienes una chimenea? Si la tienes, enciéndela una vez a la semana, y luego lee al menos unos cuantos de esos escritos. Luego dile al Señor que reconoces que algún día todo será pasado por el fuego y solo el oro, la plata y las cosas verdaderamente valiosas permanecerán. En ese momento, arroja algunas o todas las cartas a la chimenea como un gesto simbólico”.

Cuando leí esta sugerencia, mis pensamientos volaron hacia un archivo que se encontraba en mi estudio y que contenía todo lo relacionado a esa semana del verano de 1995. En ese archivo había colocado las cartas de elogio, las anécdotas publicadas, los artículos acerca del evento, las reimpresiones de mi mensaje que se hicieron en otras publicaciones y otras comunicaciones lisonjeras.

Entendí en ese momento que el archivo había servido como combustible para mi orgullo y había sido un instrumento del enemigo para ganar terreno en mi vida.

Una hoguera de vanidad

“Diosidencialmente”, un par de semanas después de recibir la carta del “compañero de oración”, tenía programado viajar a la ciudad donde él y su esposa vivían. Les contacté explicándoles cómo el Señor me había hablado, y les pregunté si ellos estaban dispuestos a reunirse conmigo cuando yo llegara a la ciudad para que fueran testigos de la incineración de todo ese material que se encontraba en mis archivos. Ellos aceptaron gentilmente.

En ese momento hice un registro en mi diario que reflejaba un poco lo que estaba pasando en mi corazón:

“Mientras camino en este proceso, hay un morir de por medio: morir a la posibilidad de volver atrás a releer esas palabras de alabanza, morir a que alguien algún día pueda leer esos escritos y sentirse impresionado por lo que vean allí, morir a la necesidad de obtener afirmación o sentido de valor personal por medio de esas palabras halagadoras. Este ejercicio llega al corazón de algunas de las necesidades más profundas de mi vida. La carne es dura de matar, pero sé que detrás del quebrantamiento, habrá plenitud; más allá de la muerte, habrá una nueva experiencia de Su vida abundante”.

Durante los días que siguieron aquél día en que coloqué el contenido de ese archivo en el fuego, Dios empezó a darme un sentido extraordinariamente dulce de Su presencia. Encontré mi corazón enternecido hacia Él y experimentaba cómo Su Palabra llegaba a mi corazón de una forma más rica y personal que nunca.

Nueva vida de las cenizas

No sé si te identifiques o no con esta batalla en particular con el orgullo que yo tengo como una charlista. El punto es que, sea cual sea la forma de nuestra tentación, el orgullo y el Yo deben morir. Luego, a través del quebrantamiento, vamos a experimentar la liberación de la vida de resurrección de nuestro Señor Jesús y el libre fluir del poder del Espíritu Santo.

Hazlo personal

¿Qué te hace luchar con el orgullo? ¿Tu apariencia? ¿Tu inteligencia? ¿Un don o habilidad particular? Identifícalos, no como un simple acto, sino genuinamente, para que renuncies a tu deseo de recibir el reconocimiento del mundo.


Publicado originalmente por Aviva Nuestros Corazones.
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