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2 años después: Reflexiones sobre el COVID desde Etiopía

Nadie lo había previsto. Nos tomó a todos por sorpresa. Habíamos oído hablar de ello en las noticias, pero por alguna razón no creíamos que afectaría a nuestra nación.

Cuando el viernes 13 de marzo de 2020 se confirmó el primer caso de COVID-19 en Etiopía, estábamos aterrorizados porque sabíamos lo débiles que eran nuestros sistemas e infraestructuras sanitarias. Teníamos una idea clara de lo que supondría el bloqueo para el gran número de personas que ganaban un salario diario. Poco después del primer caso, nuestros hospitales y centros de urgencias se llenaron de pacientes con COVID-19. Había mucho miedo y confusión en el aire. Nadie era capaz de darle sentido a todo lo que estaba pasando.

Una doctora en medicina y miembro de nuestra iglesia, que prestó sus servicios en primera línea del mayor centro de COVID-19 del país, describió su lugar de trabajo como «un lugar en el que se experimentaba la fragilidad humana y la muerte todos los días».

Estábamos aterrorizados porque sabíamos lo débiles que eran nuestros sistemas e infraestructuras sanitarias

Respuesta de las iglesias

Como nota positiva, los líderes de varios grupos religiosos se aliaron y declararon sus diferentes llamados de ayuno y oración para pedir a Dios el perdón y la liberación.

Por otra parte, los ilusos y los autoproclamados profetas del círculo evangélico que habían profetizado que Etiopía era inmune a este virus fueron puestos en evidencia. Era irónico ver cómo los predicadores del evangelio de la salud y la riqueza cerraban sus servicios de sanidad a causa de un brote de la enfermedad. Estos predicadores hicieron un gran daño a sus oyentes, ya que se ocuparon de dar sermones diluidos que negaban la realidad y no proporcionaban una cosmovisión bíblica sólida sobre la soberanía de Dios en medio de mucho sufrimiento.

Problemas mayores

En general, gracias a las decisiones sabias del gobierno, al comportamiento imprevisible y sin precedentes del virus y a la gracia común del Señor, nuestra nación sobrevivió con pocas pérdidas y sufrimiento. Alabado sea Dios, todo no fue tan malo como podría haber sido.

Ni siquiera hubo mucho desacuerdo sobre la respuesta del gobierno en cuanto al uso obligatorio de mascarillas, los cierres y las restricciones a las reuniones, probablemente porque no duraron mucho y porque teníamos problemas mayores. En noviembre de 2020, estalló una guerra civil que ha provocado la muerte de cientos de miles de personas y el desplazamiento de millones de etíopes. Mientras el mundo luchaba contra el COVID-19, Etiopía estaba (y sigue estando) asolada por la guerra, los desplazamientos, el hambre y el sufrimiento. Para muchos etíopes, sobre todo en la región del norte, no preocupaba tanto el uso de tapabocas como el peligro de un grave conflicto armado y sus consecuencias.

Creciendo a través de Zoom

Nuestra pequeña iglesia de unos sesenta miembros en la ciudad de Addis Abeba siguió reuniéndose hasta que el gobierno declaró el estado de emergencia y suspendió todas las reuniones públicas. Los sermones que escuchamos y los libros que leímos sobre la soberanía y la bondad de Dios fueron puestos a prueba. Aunque no perdimos a ninguno de nuestros miembros de la iglesia por el COVID-19, la mayoría perdimos a algún ser querido.

Además de todo eso, la guerra destrozó a todo el país y dejó en todos nosotros heridas que tal vez nunca sanen. Oír hablar de la muerte desde todas las direcciones era la nueva y sobria realidad con la que teníamos que vivir. Incluso en esas circunstancias, continuamos reuniéndonos a través de Zoom, donde el pastor y el líder de la alabanza transmitían desde una sala y los miembros asistían virtualmente, dispersos por la ciudad, aunque sus corazones estaban en un solo lugar.

Oramos fervientemente en esas semanas por nuestra iglesia, nuestra nación y nuestro mundo. Las reuniones de Zoom eran poco frecuentes en Etiopía y nuestra presencia en línea atrajo a nuevos creyentes y no creyentes a nuestra comunidad. Cuando las puertas volvieron a abrirse, nuestros asistentes aumentaron de forma considerable.

Los sermones que escuchamos y los libros que leímos sobre la soberanía y la bondad de Dios fueron puestos a prueba

La misericordia de Dios

El Señor usó esta temporada difícil para hacer crecer nuestra confianza en Él, para unirnos en este tiempo de gran necesidad y para enseñarnos la necesidad de congregarnos en la iglesia. También tuvo la misericordia de mostrarnos las debilidades y carencias de nuestra iglesia. Hubo momentos en los que no cuidamos a nuestros hermanos que requerían nuestro cuidado y apoyo. Los miembros que nunca tuvieron una gran consideración por la reunión de la iglesia se sintieron cómodos alejándose incluso después de que se levantaran las restricciones. Algunos de nosotros temíamos al virus más de lo que confiábamos en nuestro Dios. El Señor trajo convicción, nos purificó y santificó lentamente hacia una comprensión más profunda de Su gracia.

En todo este caos, nuestro Dios se movía calmadamente de forma silenciosa, pero milagrosa. Nos guió a través del mar y de las poderosas olas, aunque no pudimos ver Sus huellas (Sal 77:19). Él estuvo allí todo el tiempo. Cristo estableció Su Iglesia y pagó por ella el precio completo por medio de Su sangre. Por eso nada podrá cerrar sus puertas.

Nuestro gran Dios es soberano sobre todo: la enfermedad, la guerra y la muerte. Él sabe lo que hace. No nos atrevemos a cuestionar sus caminos ni a darle consejos sobre cómo dirigir Su mundo. Pero sabemos lo suficiente como para confiar en Él. El Señor es bueno y fiel, y Su misericordia es eterna.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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