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Nota del editor: 

#CoaliciónResponde es una serie donde pastores y líderes de la iglesia responden a inquietudes que llegan a Coalición por el Evangelio por diversos medios, y que son parte de las inquietudes que caracterizan a la iglesia en nuestra región.

Según un reporte de las Naciones Unidas, en 2015 se registraron 244 millones de migrantes en el mundo. De ellos, 65.6 millones han sido desplazados de sus países a la fuerza, debido a la guerra, los desastres naturales, la persecución política y/o religiosa, y más. Otro informe nos deja saber que 34.8% se muda primariamente por razones laborales; 29.7% se van buscando algo nuevo (ambiente, cultura, estilo de vida); y 20.9% para reunirse con su familia.

Como podemos ver, las razones para pensar en mudarnos de país pueden ser muchas. Con todo, lo primero que debemos hacer como creyentes que anhelan caminar en sabiduría es evaluar bien nuestra motivación.

Los cristianos sabemos que todo obedece al plan y propósito soberano de Dios; cada aspecto de nuestra vida sirve para que el nombre del Señor sea glorificado. Por lo tanto, para movernos de un lugar a otro, el llamado o la dirección de Dios es vital, no con el fin de sobre espiritualizar las cosas, sino para traerlas a la perspectiva correcta. Él nos provee de sabiduría para toda la vida y la piedad a través de su Palabra, el consejo, y las circunstancias (2 Pedro 1:3).

¿Por qué quiero mudarme?

Esta es una pregunta clave para cualquier creyente en esta situación, incluyendo a los que están interesados en las misiones internacionales. Muchas personas, al ser honestos, entienden que están siendo motivados no por el llamado de Dios, sino por el escapismo, la decepción de la situación social-político-económica de su país de origen, el enojo, o por reacción ante algún problema familiar o romántico. Por supuesto, nadie tiene motivaciones completamente puras al actuar, pero debemos buscar que nuestras acciones sean motivadas por los intereses de Cristo Jesús y no nuestro egoísmo.

En la Palabra vemos distintas situaciones que motivaron a personas, familias, y naciones completas a mudarse; en cada historia vemos que el componente del propósito de Dios es central. Cada mudanza representó la extensión y el cumplimiento de los planes del Señor. Algunas mudanzas resultaron en salvación física y espiritual (Génesis 12:1-3) y otras hechas en desobediencia o por razones egoístas resultaron en perdición (Génesis 13:11-12; 19:26). Algunas mudanzas fueron motivadas por la persecución (Mateo 2:13,20; Hechos 8:1) pero resultaron en salvación y esparcimiento del evangelio a nuevos lugares.

En algunas ocasiones, las mudanzas fueron fruto del pecado. En Génesis 3:22-23 encontramos la primera migración: Dios echando al hombre del Edén. Es importante notar que, aun cuando el hombre es echado del jardín como consecuencia de su pecado, Dios no le exime de propósito y le envía a trabajar la tierra. De igual forma, incluso cuando el pueblo de Israel fue advertido por el profeta Jeremías de que iría al exilio, Dios les proveyó de propósito y principios para vivir:

“Edifiquen casas y habítenlas, planten huertos y coman de su fruto. Tomen mujeres y tengan hijos e hijas, tomen mujeres para sus hijos y den sus hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplíquense allí y no disminuyan. Y busquen el bienestar de la ciudad adonde los he desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán bienestar” (Jeremías 29:5-7).

¿Y si no te mudas?

Podemos tener las mejores intenciones y estar realmente motivados para hacer algo para Dios… y luego ver cómo la puerta se cierra en nuestra cara. ¿Entonces qué? ¿Reaccionamos con amargura?

¿Cómo Dios no va a querer que me vaya como misionero, plantador o evangelista a tal sitio? ¿Por qué Él no lo permitió? Recordemos que el Espíritu Santo impidió que Pablo se dirigiera a ciertos lugares (Hechos 16:6) para luego llevarlo a otros conforme a Su propósito. Aunque no siempre tenemos detalles de cómo el Espíritu guió al apóstol, frecuentemente las circunstancias se hacen muy obvias en nuestras vidas. Me encontré en una situación similar hace muchos años: tenía una beca pre-aprobada para ir a Japón, y sin explicación humana lógica, Dios cerró la puerta. Me sentí no solo confundida, sino también amargada y con sueños rotos. Sin embargo, hoy puedo reconocer claramente el cuidado de Dios, su dirección, y propósito en ese tiempo.

¿Esa visa no aprobada, ese trabajo que no llegó, esa beca que negaron, en esa enfermedad que no permitió viajar? ¿Reaccionamos tratando de buscar formas ilegales de lograr nuestro objetivo? ¿Hablamos mentira, nos enojamos, y cuestionamos a Dios y las autoridades? Cuando nos frustramos y nos quedamos amargados porque “Dios nos dejó en nuestro país”, fallamos en ver la mano soberana del Señor en cada circunstancia.

Debemos pensar en todas estas cosas mientras permanecemos en la Palabra, en oración, y acompañados por nuestra iglesia local. Busca la dirección de Dios y encuentra tu plenitud en Él, no en el resultado de tus planes de mudanza.

Cuando nos frustramos y nos quedamos amargados porque “Dios nos dejó en nuestro país”, fallamos en ver la mano soberana del Señor en cada circunstancia.

Consideraciones al momento de mudarnos

Sin duda alguna, las tendencias migratorias presentan grandes oportunidades para que el pueblo de Dios alcance con el evangelio a “gente de todo pueblo, lengua y nación” (Apocalipsis 5:9) y para mostrar Su gracia y misericordia. Las naciones están viniendo a nosotros.

Si Dios te está moviendo a otro país, considera lo siguiente:

  • Vístete de humildad. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quién caminó como judío, comió como judío, y abrazó su condición “terrenal”, despojándose a sí mismo de su gloria (Efesios 4:2; Filipenses 2:3). Nosotros debemos seguir su ejemplo y despojarnos de todo lo que nos enorgullezca; abracemos con humildad el nuevo lugar y el estatus que tenemos o del que carecemos.
  • Encuentra una iglesia que predica el evangelio. Este es un factor fundamental previo a la decisión de mudarte, y debe ser uno de los primeros “proyectos” que completes luego de establecerte en tu nueva localidad. Antes de decidirte por la ciudad o aun por el vecindario que estás contemplando, pregunta a conocidos o revisa herramientas que te ayuden a encontrar una buena iglesia cerca de ti.  
  • Procura el bien del país o la ciudad donde vas. Ora por sus gobernantes (1 Timoteo 2:2). Esfuérzate en tu trabajo. Respeta sus leyes, gobernantes, y ciudadanos. Busca la paz donde estés (Jer. 29:7),
  • Evita comparaciones. No uses lo que es conocido para tí como estándar para lo bueno y lo malo, especialmente en aspectos culturales y sociales. Esto no se trata de relativismo, sino de entender que cada lugar tiene sus propios alimentos, protocolos sociales, expresiones no verbales e idiomáticas, etcétera.
  • Entiende tus limitaciones y el estrés que el cambio produce. Somete estas cosas al Señor. Evalúa formas saludables de manejar el estrés: hacer ejercicios, compartir con amigos, tomar tiempo para orar, escribir en un diario, hacer arte, tocar un instrumento musical, escribir, etcétera.
  • Ora. Habla con Dios de tus confusiones, preocupaciones, y de lo que te esté causando estrés. Pídele que el Espíritu Santo cambie tu corazón, que ilumine la Palabra para que puedas ver cómo aplicarla a tu situación actual. Confiesa tus malas actitudes y pide a Dios que las cambie (1 Pedro 5:7; Filipenses 4:7).
  • No ignores el choque cultural. Cuando llegamos a una nueva cultura o país, se da una fase de “luna de miel”. Queremos experimentar nuevas cosas, lugares, y comidas; las cosas que no entendemos no nos chocan. Pero con el paso del tiempo, todos atravesamos por algo denominado “choque cultural”. El idioma puede crear puentes o barreras. Aún para los latinos de habla hispana, las palabras y expresiones que en un país son inofensivas en otros pueden resultar un gran agravio y llevar a malos entendidos. La meta es aceptación y aprecio de los aspectos de esa nueva cultura.
  • Sé honesto. ¡No te aísles! Cuando las cosas no son familiares y se tornan confusas el aislamiento es un instinto natural. Dios —quien nos creó para estar en comunidad— nos instruye que llevemos los unos las cargas de los otros (Gálatas 6:2-3; Santiago 5:16). Busca a alguien con quien hablar, alguien que haya pasado por esa situación.
  • No asumas lo peor de la gente (Filipenses 4:8). Busca un traductor cultural. No pienses que la gente está buscando ofenderte o hacerte daño, asumiendo una actitud de víctima. Busca a algún amigo o hermano maduro en la cultura y hazle preguntas de las cosas que observas, y de las situaciones sociales o políticas antes de hacer una opinión o un juicio.
  • Conviértete en comunidad para otros. Sé la persona que organiza las fiestas patrias o navideñas como una oportunidad para alcanzar a tus vecinos y hospedar a aquellos que tal vez, al igual que tú, son extranjeros. Al final, todos los hijos de Dios somos extranjeros y peregrinos. No permitas que la soledad o falta de sentido de pertenencia te roben de hacer comunidad. Sé comunidad para otros.
  • No olvides que Dios está formando a Cristo en ti. Dios nos pondrá en situaciones difíciles para que en nosotros y otros sea formada la imagen de Cristo. Dios lo hizo en la vida del apóstol Pablo y también lo hará en la tuya (Gálatas 4:19).

No permitas que la soledad o falta de sentido de pertenencia te roben de hacer comunidad.

Si eres o has sido migrante puedes entender muchos de los retos y situaciones que se atraviesan. Estar lejos de familia en muchos casos es difícil, pero Dios nos ha llamado como “luminarias en el mundo” (Filipenses 2:11-15). Deja que su luz brille, en cualquier lugar donde vayas (Mateo 5:14-16), haciendo discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19-20). Confía en la soberanía y la providencia de Dios en tu vida.


Imagen: Lightstock
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