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Cuando imaginas la clase de personas que Dios elige y usa en el ministerio, es casi natural pensar que se trata de gente con una fe robusta, carente de debilidades, y súper espiritual. Sin embargo, un estudio cuidadoso de la vida de los personajes bíblicos nos permite conocer no solo sus fortalezas, sino también sus luchas y tentaciones.

Así también descubrimos cómo el Salvador trabaja en ellos para formar su carácter para la gloria de Dios. Es ahí donde nos identificamos y comprendemos que nuestro Señor puede y desea también usarnos. Veamos hoy el ejemplo de Felipe, uno de los apóstoles de Cristo.

Felipe, apóstol de Cristo

Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro (Jn. 1:44). Por el origen de su nombre, probablemente tuvo ascendencia griega. En Juan 21 encontramos un aparente indicio de que era pescador, al igual que sus amigos Pedro, Andrés, Jacobo, y Juan.

La Biblia registra que él respondió de inmediato al llamado de Jesús: “Al día siguiente Jesús se propuso salir para Galilea, y encontró a Felipe, y le dijo: Sígueme” (Jn. 1:43). Él fue instrumento para traer a Natanael a Jesús (Jn. 1:45).

Es notable la posición que tenía Felipe entre los discípulos. En el contexto del milagro de los panes y los peces, Juan lo destaca como el hombre de logística a quien el Maestro, para probarlo, le pregunta: “¿dónde compraremos pan para que coman estos?” (Jn. 6:5-7).

Más adelante, en una escena próxima a la crucifixión, unos griegos que vinieron a ver al Señor se acercaron a Felipe, quien, junto a Andrés, eran los únicos de los doce con nombres griegos (Jn. 12:22). Esto revela que Felipe era plenamente identificado como discípulo de Cristo.

Felipe fue quien se atrevió a pedir a Jesús que les mostrara al Padre y les bastaba (Jn. 14:8). El Señor le respondió: “¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?” (Jn. 14:9). Aunque la petición de Felipe pueda sonar imprudente, de ella resultó una gran afirmación teológica sobre la esencia divina de Cristo.

Según el libro de Hechos, Felipe estuvo en el aposento alto luego de la ascensión de Cristo, donde se reunieron los apóstoles para esperar la llegada del Espíritu (Hch. 1:13). Él fue uno de los hombres usados por Dios para avanzar Su evangelio hasta lo último de la tierra.

Felipe y nosotros

“Felipe, el analista clásico”. Este es el título que John MacArthur le dio a este apóstol, en un estudio de su carácter, a quien define en estos términos:

“Era un hombre de hechos y números, un hombre práctico que se guiaba por las reglas, y no era propenso a pensar en lo que estaba por delante. Era pesimista, a veces incapaz de ver el cuadro global. Su predisposición era hacia el pragmatismo y el cinismo, y a veces hacia el derrotismo en lugar de ser un visionario”.

Ahora bien, si somos honestos, todos tenemos un Felipe dentro. Nos paralizan las circunstancias adversas y nos desaniman los planes frustrados. Lo más triste es que dudamos que para Dios no hay nada imposible. Sin embargo, al investigar los detalles de la vida de Felipe, no puedo ignorar lo que nuestro Señor hizo por Él: Primero, lo busca y elige para salvación (Jn. 1:43); segundo, sabiendo quién era, lo incluye en su equipo de futuros apóstoles; tercero, trabaja con su carácter paciente y amorosamente (Jn. 6:5-7; 14:9).

Esto nos recuerda que Cristo conoce nuestras flaquezas y cicatrices, y las luchas con nuestra identidad. Él forma amorosa y pacientemente nuestro carácter hasta que sea como el Suyo. El trato de Cristo con sus doce discípulos y con nosotros es conmovedor:

“Quizás habríamos esperado que Jesús buscara a los hombres mejor calificados. Pero, escogió a un pequeño grupo de hombres comunes y corrientes. Y dijo: ‘Van a resultar’. Todo lo que esperaba de ellos era su disposición. Los atraería a Él, los entrenaría y les daría poder para servirle”.

Estas verdades bíblicas nos estimulan a seguir en la obra, rendirnos a Sus propósitos y voluntad, y crecer en amor hacia Él y Su reino (Mt. 6:33). Es mi oración que la vida de Felipe no solo te confronte, sino que a la vez traiga esperanza de que tu caminar será más santo en el futuro debido a esta promesa: “el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil. 1:6).

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