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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Qué les sucede después de la muerte a los que no están unidos a Cristo por la fe?

Después del día del juicio recibirán la terrible pero justa sentencia condenatoria pronunciada contra ellos. Serán echados de la presencia favorable de Dios y lanzados al infierno para ser penosa, pero justamente, castigados por siempre.

Juan 3:16-18, 36: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él. El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios… El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios” (NVI).

Una de las enseñanzas más difíciles y malentendidas de la Biblia es que el infierno es un castigo real, consciente y eterno. Y esto es comprensible. Todos tenemos a personas a nuestro alrededor que no conocen a Cristo —familiares, amigos, vecinos, colegas— de quienes no nos gusta pensar que el infierno es su futuro.

De hecho, históricamente a las personas les ha incomodado la idea del infierno, porque superficialmente parece incoherente con todo lo que leemos en la Biblia sobre la misericordia y el amor de Dios. Y, sin embargo, la enseñanza bíblica de que el infierno es un sufrimiento consciente y eterno es inevitable. Realmente, sin la existencia del infierno, mucho de lo que conocemos sobre el amor de Dios sería puesto en duda.

No podremos comprender el amor de Dios hasta que entendamos la realidad de su ira

Primero, Jesús, el hombre más amoroso que ha vivido, habló del infierno más frecuente y explícitamente que todos los demás autores bíblicos combinados. Él lo comparó con el Gehenna, que era un montón de basura donde el fuego ardía constantemente, o como la oscuridad externa, donde no hay iluminación y solo existe miseria. En la historia acerca del hombre rico y Lázaro, donde se describe el infierno como un lugar de sufrimiento real y consciente. Jesús nos advierte sobre el infierno una y otra vez (Mt 13:41-42; Mr 9:42-48; Lc 16:19-31).

Segundo, la existencia del infierno nos ayuda a comprender las consecuencias del pecado. De cierta forma, el infierno es el resultado de lo que siempre hemos deseado como pecadores: autonomía e independencia de Dios. Por tanto, en el infierno estamos alejados de Dios y de todo lo que Dios es. Así que en el infierno no hay amor, no hay amistad, no hay gozo, no hay descanso, porque todas esas cosas existen solo cuando Dios está presente.

Pero más importante aún, si no reconocemos la realidad del infierno, no podemos comprender realmente el significado de la cruz. Dicho de otra forma, no podremos comprender el amor de Dios hasta que entendamos la realidad de su ira.

La ira de Dios es una oposición y un odio controlado y establecido hacia todo lo que destruye lo que Él ama. La ira de Dios nace del amor a Su creación. Proviene de Su justicia. Él se enoja contra la codicia, el egoísmo, la injusticia y la maldad porque son cosas destructivas. Y Dios no tolerará nada ni a nadie que destruya la creación y las personas que ama.

El infierno es el resultado de lo que siempre hemos deseado como pecadores: autonomía e independencia de Dios

Piénsalo de esta manera. Decir: “Sé que Dios me ama porque renunciaría a todo por mí”, es muy diferente a decir: “Sé que Dios me ama porque renunció a todo por mí”. El primero es un sentimiento de amor; el otro es un acto de amor. Y aunque creamos que estamos haciendo a Dios más amoroso al aminorar la realidad del infierno o de la ira de Dios, lo que realmente estamos haciendo es menospreciando el amor de Dios. Sin un verdadero infierno no podríamos comprender el verdadero precio que Jesús pagó por nuestro pecado. Y si no se hubiese pagado ese alto precio, no habría un amor verdadero ni una alabanza genuina por lo que Él ha hecho.

A menos que creas en el evangelio, nunca sabrás cuánto te ama y te valora Jesús. Él experimentó el infierno mismo en la cruz. Jesús fue separado de Su Padre. En la cruz, Jesús exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46). Cuando Jesús perdió el amor eterno del Padre, experimentó una agonía, una desintegración, una separación mucho mayor de lo que cualquiera de nosotros habría experimentado en la eternidad del infierno. Él sufrió esa separación y esa desintegración que nosotros merecíamos. A menos que creas en el infierno y contemples lo que Jesús sufrió por ti, nunca sabrás cuánto te ama.

El verdadero asunto no es como un Dios amoroso puede permitir que exista un infierno. El asunto es que, si Jesús experimentó el infierno por mí, entonces Él es un Dios cuyo amor es real. No es: “¿Por qué Dios permite el infierno?”. Es: “¿Por qué Dios sufrió el infierno por mí?”. ¡Y lo hizo!

Oración: Juez de toda la tierra, temblamos al pensar en el juicio que les espera a todos los que están fuera de tu pacto. Antes de que sea demasiado tarde, permite que nuestros seres queridos sean reconciliados contigo para que no sufran el castigo que es suyo, y que habría sido el nuestro si estuviéramos fuera de Ti. Amén.


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