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Nota del editor: 

#CoaliciónResponde es una serie donde pastores y líderes de la iglesia responden a inquietudes que llegan a Coalición por el Evangelio por diversos medios, y que son parte de las inquietudes que caracterizan la iglesia en nuestra región. Puedes usar #CoaliciónResponde en las redes sociales o escribirnos a [email protected] con tus preguntas.

Si llevas algunos años de creyente, has escuchado un mal sermón. No se dijo ninguna herejía, simplemente es… deficiente. Es como cuándo vas a un restaurant con mucha hambre, ordenas un buen ribeye steak, pero no sabe bien. Tampoco sabe horrible. Pero le falta algo.

¿Qué hacer en esos casos? ¿Enumerarle a mi familia todos los problemas del sermón en el camino a casa? ¿Mandarle medio molesto un email al hermano predicador exhortándole a leer La Predicación de John MacArthur o “De parte de Dios y delante de Dios” de Sugel Michelén? Mejor, considera hacerte estas preguntas:

¿Tengo una viga en el ojo?

Me emociona el resurgimiento que se vive de la predicación expositiva. Pero debemos recordar que inclusive entre predicadores expositivos hay diferencias de estilo. A veces, cuando juzgamos a un predicador, lo hacemos bajo el estándar del estilo que preferimos. Un sermón puede ser rechazado por cosas tan sencillas como que los puntos principales fueron aliterados, no tenían “frase ancla”, o no eran exhortativos. O peor aún, juzgamos bajo el estándar de nuestro predicador favorito. ¡Gracias a Dios por Sproul, Keller, y Núñez! Son un regalo a la Iglesia y queremos más hombres como ellos. Pero también son hombres que han recibido dones excepcionales de parte de Dios, y debo tener mucho cuidado cuando juzgo a mi pastor o a algún otro predicador bajo ese estándar.

Muchas veces los predicadores no somos conscientes de nuestras propias debilidades. En nuestra mente somos el próximo Charles Spurgeon. Este pensamiento nos hace demasiado críticos, y rápidamente juzgamos a otros, cuando nosotros mismos tenemos problemas iguales o peores. Debo cuidar que mi crítica no sea más bien orgullo o envidia disfrazada.

Por supuesto, si veo que mi hermano predicador puede mejorar en una o más áreas de homilética, y yo puedo ayudarle, entonces debo hacerlo. Pero lo correcto sería ir directamente con el hermano, no hablando mal de su sermón a todo mundo. Si no me gustaría que otros hicieran eso conmigo, no debo hacerlo con otros (Mt. 7:12).

¿He orado por el predicador?

Preparar un sermón es un ejercicio espiritual. Requiere mucho esfuerzo y toma tiempo. Un sermón debe estar bañado en oración, pero no solamente en la oración del predicador, sino de la iglesia entera. Como iglesia, debemos orar por los predicadores. Que Dios les dé sabiduría e inteligencia para discernir y exponer correctamente lo que dice su Palabra.

Quizá mi pastor o alguno de los predicadores de mi congregación en ocasiones no es particularmente efectivo. ¿He orado por él? ¿Le he pedido a Dios que le dé Su gracia para ser más claro? La Biblia nos manda a orar unos por otros (Sant. 5:16). Estoy convencido de que la oración es usada por Dios para traer cambio en la vida de personas, inclusive de predicadores.

Cuando oro por una persona, mi actitud hacia ella cambia, y la oración revela mi corazón y sus motivos.

¿Estoy demostrando paciencia amorosa?

Recientemente viaje al sur de México a enseñar sobre la predicación expositiva. Un hombre que venía de un pueblo rural en las montañas me dijo con ojos rojos y llenos de lágrimas: “Hermano, he aprendido mucho esta semana. Tengo mucho que cambiar. ¡Ore por mí! ¡Quiero ser un fiel predicador!”.

Nadie llega a ser un buen predicador de la noche a la mañana. Recuerdo con pena algunos de mis primeros sermones. Aprender a predicar mejor ha sido un proceso que ha tomado tiempo, lectura, oración, y la dirección de muchos hermanos y mentores. ¡Y sigo en el proceso! Tengo mucho por aprender.

El gran predicador y compositor John Newton escribió lo siguiente de su primer sermón: “No había hablado ni diez minutos cuando me detuve como Aníbal en los Alpes. Mis ideas me abandonaron; en lugar de ellas, hubo oscuridad y confusión… Miré fijamente a la gente y ellos a mí. No pude decir nada más y me vi forzado a bajar y dejar a la gente, algunos sonriendo, otros  sollozando”.[1]

Hay hermanos que están comenzando a predicar, y otros que aunque llevan mucho tiempo haciéndolo, nunca han tenido la oportunidad de ser instruidos a fondo en el arte de la predicación (como por ejemplo, este hermano del pueblo en las montañas).

¿Podemos aprender algo de un mal sermón? ¡Sí! Escribe Tim Challies:

“Predicadores jóvenes, predicadores nuevos, predican malos sermones. Predican malos sermones mientras que aprenden a predicar buenos sermones. Y de alguna manera, esos malos sermones sirven como una marca de la salud y fuerza de la iglesia porque prueban que la iglesia está cumpliendo su mandato de levantar la próxima generación de predicadores y la que sigue después de esa. Prueban que la iglesia se rehúsa a estar tan impulsada por el deseo de demostrar excelencia que no se arriesga a tener ocasionalmente un mal sermón. Prueban que la congregación es lo suficientemente madura para aguantar e inclusive apreciar esos primeros y confusos primeros intentos. Hay belleza escondida, valor escondido, en esos malos sermones”.[2]

Yo le doy gracias a Dios por la paciencia que han demostrado muchos de mis hermanos al escuchar algunos de mis sermones que francamente eran malos. Esa misma paciencia debemos demostrar hacia otros.

¿Percibo un deseo de ser bíblico?

La pasión por la predicación expositiva puede crear una especie de elitismo. Cualquier predicador temático (excepto Spurgeon) es tachado y criticado, aun cuando ese hermano nunca haya sido instruido en la predicación expositiva, o no haya tenido la oportunidad de asistir a las mismas conferencias que yo.

Si percibo que el predicador tiene un sincero deseo de ser bíblico, aun cuando su predicación no tenga la mejor exégesis, el bosquejo más estructurado, o las ilustraciones más claras, debo mostrar amor y respeto hacia él, y en especial hacia la Palabra predicada.

Muchos de estos predicadores tienen un sincero deseo de predicar la palabra de Dios, y están abiertos a instrucción amorosa. Podemos acercarnos y comenzar una conversación con respecto a la predicación expositiva, y de esa manera animar al hermano predicador hacia ella.

¿Estoy creando un problema adicional?

Al adoptar una actitud crítica que carece de amor, muy probablemente estoy creando un problema adicional. Mis comentarios pueden llegar a causar división, y esto es algo que Dios desecha. Pablo escribe, “Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, recházalo” (Tito 3:10). De acuerdo al comentarista Douglas Guthrie, “Aquí se refiere a uno que promueve división por sus puntos de vista”.[3]

En la Iglesia debe reinar el honor y el respeto, y no la crítica sin amor.

Que Dios nos dé la gracia y el discernimiento para buscar activamente el crecimiento de la iglesia, para en amor tener conversaciones con hermanos que quieran mejorar su predicación, y para hacerlo con un espíritu de humildad en el amor de Cristo.


[1] Citado por Brian Croft en “What if I preach a Bad Sermon”, The Southern Blog, Noviembre 23, 2015. Mi traducción.

[2] Tim Challies, “The Hidden Beauty of a Bad Sermon”, Febrero 5, 2016. Mi traducción.

[3] Donald Guthrie, The Pastoral Epistles: An Introduction and Commentary, vol. 14 of Tyndale New Testament Commentaries. (Downers Grove: InterVarsity Press, 1990), 230. Mi traducción.


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