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¿Cómo puedo tener una buena relación con otros?

Una entrenadora de atletismo me dijo que entre más entrena un atleta, más frágil se vuelve su cuerpo, y más fácilmente se lesiona. Al escuchar esto pensé que era una gran ironía: fortalecerse y hacerse más frágil al mismo tiempo.

Vivimos en un mundo lleno de paradojas. Piénsalo por un momento. Hay personas que destruyen sus cuerpos en la búsqueda de la belleza, y otros que trabajan sin cesar para poder obtener comodidad, sin ver que es precisamente su obsesión por la comodidad lo que no les permite tener descanso.

Las relaciones no son la excepción a este mundo paradójico. Muchos buscan el amor, pero solo encuentran desilusión; anhelan la aceptación, y solo reciben rechazo; se casan, pero se terminan divorciando. A pesar de que el hombre no puede estar solo, sufre al estar con otros. Este problema humanamente es imposible resolver.

La sociedad sin Cristo

De ahí que nuestra sociedad sin Cristo ha optado por crear apariencias y formalidades, para así relacionarse y sobrevivir en el intento. Esta solución no es muy efectiva, porque lo único que logramos es cambiar la presentación del envase y no el contenido del mismo. Mientras el envase contenga el veneno del pecado, no importa la presentación, seguirá siendo altamente peligroso.

Aun con todos los esfuerzos que la sociedad ha hecho para crear mejores relaciones entre las personas, sus esfuerzos no son muy significativos, ya que ignoran la verdad de la palabra de Dios. Santiago 4:1 dice: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros?”. Nuestros problemas para relacionarnos vienen de nuestras pasiones. En otras palabras, de nuestro pecaminoso corazón, el cual solo piensa en sí mismo.

Santiago 3:17 nos menciona que otra razón por la cual fallamos en nuestras relaciones es a causa de nuestra falta de sabiduría:

“Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía”.

La razón por la cual no funcionan nuestras relaciones es porque somos esclavos al pecado

Estas dos cosas, nuestro corazón pecaminoso y egoísta, y nuestra falta de sabiduría, están arraigadas en nuestros corazones.

Como dijo Pablo, la razón por la cual no funcionan nuestras relaciones es porque somos esclavos al pecado (Ro. 6:17), y si nos relacionamos con alguien con nuestro corazón en este estado, lastimaremos a esa persona.

La relación más importante

Mientras no tengamos una genuina y verdadera relación con Dios, jamás podremos relacionarnos correctamente con otras personas. Es por eso que Jesús nos enseñó el supremo mandamiento, para enseñarnos cuál es el orden correcto de las relaciones:

“Amaras al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: amaras a tu prójimo como a ti mismo”, Mateo 22:37-39.

La solución no es amarnos a nosotros mismos para poder amar a otros, sino amar a Dios primero. Es amarlo sobre todas las cosas, o en palabras de John Piper, es “estar plenamente satisfechos en Él”. Cuando experimentemos una relación personal con Dios, podremos ordenar nuestras relaciones con quienes nos rodean. De lo contrario, lo único que fluirá de nuestro corazón es odio, envidia, coraje, lujuria, celos, y cosas como estas.

Un problema profundo

El problema de nuestras relaciones no termina ahí. El problema lo vemos en la segunda parte del supremo mandamiento, en el amar a otros como a uno mismo. La idea de amar a Dios puede sonarle atractiva a muchos (a pesar de no entender las implicaciones de este mandamiento), pero la idea de amar a otros no suena atractiva cuando piensas en aquellas personas que te han lastimado, o que son difíciles de amar.

En el segundo gran mandamiento, Jesús nos enseña que el fruto de amar a Dios es amar al prójimo. Nuestro maestro y salvador, quien conoce muy bien nuestros corazones y ve la fábrica de ídolos que tenemos dentro, sabe que nuestro ídolo por excelencia somos nosotros mismos. Por esa razón nos instruye a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y no de otra manera.

Es una tarea imposible para el hombre, pero posible en Dios. A estos mandamientos precede una afirmación de Jesús que es sorprendente: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt. 22:40).

Si deseas experimentar buenas relaciones, necesitas amar a Dios sobre todo lo demás, y a tu prójimo como a ti mismo.

Es como si fueran los primeros dos eslabones de un gran candelabro que alumbra un salón oscuro y espacioso. Si uno de estos eslabones se rompe, el candelabro caería y se despedazaría. De la misma manera, si amamos a Dios con nuestra mente, alma, y corazón, y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, seremos como ese candelabro que alumbra y da calidez a todo el cuarto. Seremos luz en medio de las tinieblas, porque en esto el mundo conocerá que somos sus discípulos: si nos amamos los unos a los otros (Jn. 13:35).

Todos necesitamos tener una relación con Dios. Si deseas experimentar buenas relaciones, necesitas amar a Dios sobre todo lo demás, y a tu prójimo como a ti mismo.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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