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Aprecio esta pregunta porque la respuesta bíblica es consoladora y más grandiosa de lo que puedo expresar: Dios jamás dejará de ser paciente con los cristianos porque, por medio de la fe en Cristo y su obra, ya no hay condenación para nosotros (Rom. 5:1; 8:1).

La paciencia de Dios y la cruz de Cristo

Si queremos saber con más precisión por qué Dios no deja de ser paciente con los cristianos, tenemos que conocer el corazón del evangelio.

Cada uno de nosotros merece una eternidad de castigo por nuestro pecado. Pecar es un crimen peor de lo que podemos imaginar, y somos expertos en eso. El pecado nos ha corrompido y somos peores de lo que intuimos (Rom. 3:9-18). No importa cuánto hagamos, no podemos reconciliarnos con Dios con base en nuestras obras porque somos pecadores y Él es santo (Rom. 3:19-20). Necesitamos salvación y no podemos obtenerla por nuestra iniciativa.

Si Dios pasara por alto los pecados de los hombres sin que su justicia quedase satisfecha, Él sería injusto. Esa es la gran tensión en toda la historia de la redención. ¿Cómo puede un Dios santo y justo declarar justos a los pecadores, sin dejar de ser Dios santo y justo?

La respuesta es el evangelio. Dios, en su infinita misericordia, envió a Cristo a este mundo a vivir una vida perfecta en nuestro lugar, morir por nosotros llevando todo el castigo que merecemos por todos nuestros pecados —pasados, presentes, y futuros—, y resucitar victorioso como garantía del perdón que reciben todos los que creen en Él y su obra (Rom. 5:18-19, 3:24-26; Gál. 3:13-14; Rom. 4:24-25).

Por tanto, Dios nunca derramará su ira sobre aquellos que creen realmente el evangelio, aunque a veces seamos tercos y todavía luchemos con el pecado en nuestras vidas. Dios ya demarró esa ira santa y satisfizo su justicia sobre Jesucristo en la cruz del calvario. A eso se refería el apóstol Pablo cuando escribió: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Cor. 5:21).

De hecho, fue por ese mismo sacrificio que Dios no fue injusto cuando fue paciente y no derramó su ira sobre los creyentes en el Antiguo Testamento (Rom. 3:25). Cristo fue la propiciación por nuestros pecados. En la cruz, Él compró la paciencia de Dios para todo aquel que ha creído, cree, y ha de creer el evangelio del Reino.

El Dios de la paciencia

Sin duda, la historia de la redención es la historia de un Dios paciente. “Compasivo y clemente es el Señor, lento para la ira y grande en misericordia” (Sal. 103:8).

Constantemente vemos en la Biblia a Dios retrasando sus juicios y llamando a pecadores a arrepentirse (cp. 1 Pe. 3:20). Y es innegable que Él fue paciente con Israel, levantando jueces y dando profetas a una nación que abandonó su pacto con Él, llamándola al arrepentimiento.

A pesar del pecado de la humanidad, Dios no ha derramado inmediatamente su ira sobre todos los hombres. En cambio, ha mostrado su bondad (Mat. 5:44-45; Hch. 14:16b-17). Sin embargo, toda esa paciencia que llama a toda la humanidad al arrepentimiento no durará para siempre (Rom. 2:4-6; cp. Rom. 9:22, Ap. 20:11-15).

Cuando Él deje de mostrar paciencia con los incrédulos, no será como alguien frustrado y amargado que pierde la compostura y sus buenos modales en un arranque de ira. En cambio, mostrará ser un juez justo, estable, y soberano que decide ejecutar juicio conforme a su voluntad perfecta.

Sin embargo, por la obra de Cristo, los creyentes no estamos en enemistad con Dios y podemos regocijarnos en que su paciencia jamás cesará para con nosotros, su Pueblo. Somos justificados y adoptados por Él (Jn. 1:12-13). Si Dios fue paciente con nosotros cuando estábamos perdidos, ¿no lo será más ahora que estamos reconciliados con Él? (cp. Rom. 5:9-10). El Salvador que mostró toda su paciencia con Pablo desea mostrarla en todo creyente (1 Tim. 1:16).

Por eso el apóstol Pablo habla de Dios como “el Dios de la paciencia”, en un contexto en el que nos llama a ser pacientes con otros cristianos, así como Dios es paciente con nosotros y lo vemos en su Palabra (Rom. 15:1-5).

De hecho, si pudiéramos de alguna manera acabar con la paciencia de Dios, ¡ya lo hubiéramos hecho! Porque Él ha mostrado su amor en que Cristo murió por nosotros y nos ha dado más bendiciones que las que podemos contar —la Biblia, la Iglesia, la oración, ¡el Espíritu Santo!—, y sin embargo pecamos a diario (1 Jn. 1:10). Por tanto, podemos decir con certeza que somos más tercos de lo que creemos que somos, y Dios es más paciente con nosotros de lo que creemos que Él es.

Es cierto que Dios disciplina a sus hijos en ocasiones (Heb. 12:7-13). Sin embargo, eso no significa que Él ha dejado de ser paciente con los cristianos. Una cosa es disciplinar a un hijo y otra cosa es rechazarlo. Dios no nos abandonará diciendo que somos un caso perdido, porque Él se ha propuesto terminar lo que inició en nosotros (Fil. 1:6; Rom. 8:28-30).

Esta verdad me confronta a diario y al mismo tiempo me llena de seguridad, gozo, y esperanza. Hay más paciencia en Dios que terquedad en nosotros. Que el Señor nos conceda vivir siempre abrumados por esta realidad y reflejando su paciencia a nuestros hermanos.

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