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“La historia del doctor Johan Fausto” nos presenta a un hombre que tiene un gran conocimiento, pero es infeliz. Mefistófeles, un demonio, le ofrece la felicidad a cambio de su alma. Esta leyenda alemana es un claro ejemplo de la posibilidad de vender nuestra alma al diablo por ciertos beneficios terrenales, un tema que ha preocupado al ser humano desde tiempos inmemoriales.

Para responder a esta encrucijada, hay que dividir a la humanidad entre los hijos de Dios y los que no lo son, es decir, los hijos del diablo (Jn 8:44). Para quienes somos hijos de Dios hay fundamentos establecidos en la Biblia que nos llevan a comprender que no podemos dar ese paso. En primer lugar, las Escrituras establecen que Dios nos conoció previamente, nos predestinó, y nos eligió para ser hijos suyos (Ef 1:4, 11). Por lo tanto, desde un punto de vista calvinista, no nos podemos resistir a su llamado porque libera la voluntad regenerándonos al darnos el Espíritu Santo (Ef 2:4-5). El hecho de tener el Espíritu Santo nos sella y nos adopta como hijos de Dios hasta el día final de la redención (Ef 1:13-14).

Todo este proceso en la salvación (ordo salutis) nos garantiza que no podemos tener ningún otro dueño más que el Señor. Es por esto que es imposible para los cristianos poder tener otro dueño o vender el alma al diablo. Siendo hijos de Dios, no podemos renunciar a nuestro estatus.

Pero, ¿qué pasa con aquellos que son hijos del diablo? La realidad es que aquel que no tiene como Señor a Dios, tiene como señor al diablo. La Biblia afirma:

“Y Él les dio vida a ustedes, que estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”, Efesios 2:1-3.

Por definición, los inconversos son esos hijos de desobediencia que no han sido regenerados, por lo que el único espíritu al que están sometidos es a Satanás. Ante esta afirmación, tampoco pueden vender su alma al diablo porque ya pertenecen a su reino.

Entonces, ¿qué pasa con los supuestos pactos con el diablo? ¿Pueden ser destruidos? Los pactos con el diablo son acuerdos de permanencia y sometimiento que un individuo hace con el diablo. Estos pactos de permanencia pueden ser destruidos cuando la persona es llamada y cree en el Señor como su Salvador. Satanás fue vencido en la cruz, y de ninguna manera tiene poder sobre el Señor para evitar que alguien pueda decidir creer en Él. Dios es soberano, y el único capaz de liberarnos de las ataduras del diablo.

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