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Todos nos hemos sentido mal por haber hecho algo incorrecto. Quizá hayas pensado algo como: “Si pudiera retroceder el tiempo, lo haría diferente”, “¿Por qué lo hice?”, “Si tan solo…”. Son ideas que se pasean en nuestra mente. Estos pensamientos pueden ser tan frustrantes y constantes que, si lo permitimos, pueden llevar nuestra vida emocional y espiritual a un estancamiento alimentado por la culpa.

El sentimiento de culpa ocasiona el problema de pensar demasiado en nuestros errores. Debemos, por lo tanto, tener una definición clara de lo que significa la “culpa”, o el sentimiento de la misma. Un diccionario de términos bíblicos la define así: “La culpa es primariamente un estado de sentirse en falta, frecuentemente acompañado por el sentimiento de estar en el error”. Es decir, la culpa es un lamento interno y mental que nos aflige y nos lleva a desear que las cosas se hubieran hecho diferente.

El problema con la culpa es cuando el cristiano redimido se queda estancado en ese sentimiento aun después de reconocer su falta y pedir perdón al Señor

No pudiera decir que la culpa es siempre dañina. Cada vez que un creyente siente culpa en su corazón debe estar agradecido, porque ese sentimiento revela que se ha percatado del mal que ha cometido. La culpa es la antesala al arrepentimiento. El problema con la culpa es cuando el cristiano redimido se queda estancado en ese sentimiento aun después de reconocer su falta y pedir perdón al Señor, sentimiento que no lo deja avanzar espiritual y emocionalmente.

Lo que la culpa revela

Sobre el tema de la culpa hay varias cosas importantes. Lo primero es que en pocas ocasiones podemos mirar al pasado y decir que habríamos hecho las cosas exactamente como las hicimos. Pensar así es no entender que los cristianos estamos dentro de un proceso de santificación, y que por ende cada día nuestro carácter y acciones van madurando. Si miro hacia atrás, es probable que con el conocimiento que tengo hoy, y si se me diera la oportunidad, sin duda y en la mayoría de los casos haría las cosas diferentes.

Bien lo dice 2 Corintios 3:18b: ”El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen” (NTV). La culpa no va a cambiar lo que pasó, pero ese mal sabor que debe ser momentáneo me puede ayudar a crecer y meditar en cómo, si se me presentara la oportunidad, podría hacer mejor las cosas.

Lo segundo que me puede ayudar a culparme menos de mis errores del pasado es mantener siempre mis expectativas de lo que soy en el lugar correcto. Si miro hacia atrás y veo que lo que hice estuvo mal, debo recordar que por mi pecado pudo haber sido mucho peor.

El ser humano tiene un gran poder para hacer daño. Es la gracia de Dios que me contiene de hacer cosas peores. Por eso nunca debemos subestimar nuestra capacidad de pecar, como dice 1 Corintios 10:12 “Si ustedes piensan que están firmes, tengan cuidado de no caer”. Ciertamente el pecado ya no tiene poder en mí, pero aún en mi cuerpo carnal se libra una batalla con el pecado, y debido a esa lucha interna hay un alta probabilidad de caer en pecado. Te animo a que pienses en una situación que te haya causado culpa. Piensa en cómo actuaste. Si haces el ejercicio y tomas en cuenta tu potencial de pecar, te aseguro que podrás percatarte que en tu pecaminosidad lo podrías haber hecho mucho peor.

Como tercer y último punto, nosotros los creyentes debemos tener siempre presente que el sentimiento permanente de culpa no debe habitar en la mente del cristiano redimido por la sangre de Cristo.

Cuando Dios nos encuentra en real arrepentimiento, Él nos perdona, y si el Dios perfecto no te acusa, no hay razón para que tú lo hagas.

Nuestra deuda ha sido pagada

La culpa por lo que hemos hecho mal se pagó en la cruz. 1 Juan 1:9 dice: “Pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Si Dios nos perdona, ¿quién nos condena? Que no nos traicione nuestra mente. Jesús claramente nos lo dijo en Juan 8:36: “Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes son verdaderamente libres”.

La crucifixión de Cristo fue muy cruenta como símbolo de lo feo y lo costoso del pecado. Isaías 53:6 dice que el castigo por nuestra paz cayó sobre Jesús. Ya todo fue pagado. Cuando Dios nos encuentra en real arrepentimiento, Él nos perdona, y si el Dios perfecto no te acusa, no hay razón para que tú lo hagas. No hay espacio para que sientas culpa y permanezcas pensando en tus errores.

Cuando tu pecado te acuse, corre al perdón y la gracia que te ha sido dada en Cristo.


Imagen: Lightstock.
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