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En el principio, Dios acabó con las incertidumbres

¿Cuál es el origen del universo? ¿Qué o quién está detrás de todo esto? ¿De dónde venimos? Estas son algunas de las preguntas que todo ser humano se ha hecho a lo largo de la historia. En efecto, este tipo de interrogantes pueden encontrarse en los registros más antiguos. Las ideas egipcias y mesopotámicas de Gilgamesh, Enuma Elish, y Atrahasis son las más conocidas. 

Los egipcios, por ejemplo, creían que el cosmos y la humanidad fueron producto de “las aguas primordiales denominadas Num […], una idea prominente era que el dios creador, a veces Atum y otras veces Amon-Ré, emergió de las aguas por medio de un acto de autocreación y por sí mismo desarrolló otros dioses y diosas que representan varias partes de las fuerzas de la naturaleza”.[1]

Gilgamesh, en tanto, es uno de las obras más antiguas que se conocen. Es lectura obligatoria para quienes estudian historia, literatura, antropología, o religión. Esta epopeya narra la vida de Gilgamesh (uno de los reyes sumerios) y el desarrollo de su imperio. Nadie sabe a ciencia cierta si el personaje es real o mítico. Más allá de la cuestión histórica, el valor de los escritos se encuentra en asuntos que aborda respecto a la vida, la muerte, y el propósito de la existencia.

El mito babilónico de Enuma Elish fue “escrito en acádico (lengua de los babilonios y asirios…). El propósito de la composición fue proclamar la exaltación de Mardoqueo como líder máximo del panteón y, describe cómo Mardoqueo creó el cosmos a partir del cuerpo de Tiamate (el mar)”.[2] Atrahasis, en tanto, narra la historia de “una época en que solo los dioses existían”.[3] De acuerdo al relato, habían dioses inferiores que, cansados de trabajar para los dioses poderosos, desencadenaron una insurrección. Enlil, el gran dios, decide crear trabajadores alternativos —humanos— para desarrollar las tareas de los dioses inferiores que se negaban a servir a las antiguas jerarquías divinas. En el caso cananeo, la Biblia menciona a Baal, Asera, El, y Anate como principales referencias de adoración y culto.[4]

Revisando los registros de algunos pueblos antiguos ubicados en lo que hoy conocemos como el Medio Oriente, podemos afirmar que las grandes interrogantes de la vida atraviesan todas las historias y han tenido como elemento fundamental la existencia de dioses que intentan responder a ellas.

Las certezas de Génesis 1:1

Para el cristiano, Génesis 1:1 es la afirmación de que la creación tiene dueño y señor. El primer versículo del primer capítulo del primer libro de la Biblia es una aseveración de que el Dios del universo es el creador todopoderoso. Como dice Gerald van Groningen respecto al capítulo uno de Génesis: “es el relato que Dios hace de sí mismo, de sus palabras, sus hechos y sus intenciones”.[5] Entonces dicha afirmación, para el que cree, representa una confianza absoluta en un Dios que es imposible de describir completamente de manera verbal, filosófica, y hasta teológica. El solo hecho de imaginar cómo Dios hizo todas las cosas nos deja perplejos. En otras palabras, es imposible para la mente humana comprenderlo. 

Lo que el autor bíblico afirma, inspirado por Dios, arroja luz sobre cuestiones que se discuten hasta hoy. Me gustaría exponer tres certezas que todo cristiano debería tener presente a la hora de hablar de Dios a la luz de Génesis 1:1: (a) la certeza de un principio, (b) la certeza de un Dios todopoderoso, y (c) la certeza de los cielos y la tierra. 

1. La certeza de un principio

¿En qué momento se originó el universo? Desde la perspectiva cristiana: en el principio. ¿Eso es todo? Sí. ¿No tenemos nada más que agregar? No. ¿Y con ese tipo de respuestas no corremos el riesgo de volvernos irrelevantes? Quizá, pero los cristianos no estamos aquí para parecer relevantes o intentar agradar a la gente con elucubraciones “más novedosas”; al contrario, nosotros presentamos la verdad de Dios que es relevante en sí misma.

Nadie estuvo en el origen de los tiempos excepto Dios. Al mismo tiempo, la información que poseemos de acuerdo con los registros bíblicos ha sido facilitada por Dios, el autor intelectual y material de la creación. Como si eso fuera poco, la narración bíblica es mucho más consistente en comparación a otras concepciones sobre el origen del universo, el mundo, y la humanidad.

Los cristianos creemos que hubo un principio y, a diferencia de otros, creemos que ese principio fue dirigido por un Dios todopoderoso. Eso es suficiente.

Los cálculos del origen del mundo y el universo se encuentran en un rango que va desde los 5.000 años, hasta los 13.8 mil millones de años. Respecto a las estimaciones sobre el origen del universo, el cristiano no tiene problema con ninguna, ya que para nosotros todos los cálculos sobre el momento creacional del mundo son simplemente rastros de la huella digital de Dios. El principio del tiempo confirma la existencia de Dios y da evidencia de su trascendente poder.

Por lo mismo, si alguien cree que Dios está en deuda con los científicos o tiene que darles explicaciones por la “falta de detalles”, vale la pena precisar que Él no escribe para los científicos, aunque los incluye al invitarlos a considerar las evidencias de su existencia en todos los campos de la creación. Dios escribe a través de los autores bíblicos para que todos lo entiendan en un contexto donde las ideas acerca del origen eran diversas.

Lo mismo sucede con aquellos que analizan la Palabra y especulan con el Génesis, creyendo que sus estimaciones pueden ser más exactas que la realidad creada por el Dios que escribió la Escritura. La palabra “principio” tiene su raíz en el hebreo bereshit, cuyo significado es en el principio. Palabra que, como acabamos de leer, se encuentra en la primera línea de las Sagradas Escrituras y fue dada en un universo de pueblos que tenían otro tipo de creencias bastante diferentes a las que comenzaban a cultivar los Hebreos.

Entonces, lo primero que podemos aprender del registro bíblico es que Dios no nos deja huérfanos acerca de los orígenes del universo. La Palabra de Dios comienza afirmando que hubo un inicio, un origen. Los cristianos creemos que hubo un principio y, a diferencia de otros, creemos que ese principio fue dirigido por un Dios todopoderoso. Eso es suficiente.

El creyente puede estar confiado porque cuando se trata de pesquisar sobre las interrogantes del origen, tenemos la certeza que detrás de todo estaba el Dios revelado en las Santas Escrituras. 

2. La certeza de un Dios todopoderoso

¿Es posible afirmar la existencia de un Dios todopoderoso? Sí. De hecho, si alguien estuvo en el principio y creó los cielos y la tierra, ese alguien es Dios… y es un Dios poderoso. 

En primer lugar, “creó Dios” implica que este Dios, obviamente, antecede al origen del universo. Eso ya es sorprendente, porque no podemos decir que crear el universo es una tarea fácil. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de tiempo que invertimos para hacer nuestro propio trabajo. Los que estudian y tienen que hacer un ensayo para presentar en la universidad saben de lo que hablo. ¿Qué hay de las mujeres que se reúnen en la iglesia para hacer un trabajo manual? Los músicos conocen la diferencia que existe entre cantar y componer una canción. La elaboración de un plato de comida podría ser otro ejemplo… ¡o la preparación de un sermón! Todo lo anterior se elabora con la materia prima y tecnologías que ya están a nuestra disposición, y aún así la cantidad de tiempo y esfuerzo que necesitamos para lograr algo es considerable. 

Algunos creen que los elementos que componen el mundo ya existían, mientras otros afirman que Dios hizo todo de la nada: ex nihilo. La fe reformada, sometiéndose a las verdades de las Sagradas Escrituras, afirma lo segundo. Dios trajo todo a existencia como dice el autor de Hebreos: “Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve” (Heb 11:3). Y como afirma el salmista: “Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca las estrellas. Él recoge en un cántaro el agua de los mares, y junta en vasija los océanos. Tema toda la tierra al Señor; hónrenlo todos los pueblos del mundo; porque él habló, y todo fue creado; dio una orden y todo quedó firme” (Sal. 33:6-9).

Es probable que el autor bíblico, al colocar al Dios Creador en el inicio de la narración, haya querido corregir o clarificar algunas ideas que comenzaban a diseminarse en aquella época respecto a la divinidad. No debemos olvidar que las Escrituras, además de responder a un contexto, fueron dadas para comunicar la verdad infalible de Dios.

El Dios del primer versículo de Génesis es absolutamente diferente a cualquier otro dios de la antigüedad.

En ese escenario, vale la pena recordar que muchos de esos relatos se dieron en la antigua Mesopotamia, un área donde convivían varios pueblos y culturas: sumerios, acadios, egipcios, babilonios, asirios, etc. Estas culturas, por cierto, eran bastante desarrolladas. Los registros de la primera escritura se encuentran precisamente allí. Y existían también allí relatos de la creación, aunque ninguno con el detalle y la consistencia de la revelación bíblica, por supuesto.  

En sus relatos podemos observar que estas culturas practicaban el politeísmo; sus historias giraban en torno a varios dioses. En muchos casos eran dioses panteístas que estaban envueltos con la creación. Por eso hablaban del cielo como un dios, del sol como otro, del mar como una diosa. Para estos dioses, el ser humano no tenía tanto valor porque habían sido creados para trabajos forzados y tareas que los dioses no querían desempeñar. Los dioses generalmente estaban involucrados en traiciones y luchas de poder. 

Curiosamente, algunas secciones tienen elementos paralelos con la narrativa bíblica. Esto para algunos es la evidencia de que el escritor de Génesis copió a los autores acadios, sumerios, y babilonios, porque eran escritos más antiguos. No obstante, los críticos no consideran que la revelación de Dios corrige las distorsiones de la historia y la humanidad. Longman III hace una excelente observación al respecto, cuando se refiere a la epopeya de Gilgamesh en contraste con el relato bíblico del diluvio, y señala:

“Una explicación igualmente plausible es que ambas tradiciones se remontan a un acontecimiento real… o sea, si el diluvio fue una inundación local excepcionalmente grande o si fue global. Cualquiera que haya sido el caso, el diluvio dejó su marca en los recuerdos de los sobrevivientes… Después del diluvio, la humanidad descendió de Noé y su familia de la misma manera como la humanidad, anteriormente, descendió de Adán. Tal como los descendientes de Adán, los de Noé se dividieron, más tarde, en dos comunidades, una que seguía a Dios, y otra que lo rechazaba. Esta última adoptó su propia perspectiva religiosa, de idolatría politeísta…”.[6]

El Dios del primer versículo de Génesis es absolutamente diferente a cualquier otro dios de la antigüedad. De entrada, es un Dios poderoso que no comparte su trono con otros dioses. Es un Dios diferente de su creación. No es un dios panteísta al punto de ser confundido con la creación. Tampoco es deísta porque no desaparece apenas crea el mundo; al contrario, permanece presente e interesado en toda su creación, sobre todo en su relación con el hombre que ha creado a su imagen y semejanza. Esto es muy distinto a los dioses acadios y babilonios que, como hemos dicho, usaban y abusaban del hombre.

En resumen, ¡Dios creó el cosmos y todo lo que hay en él! Mardoqueo no lo hizo, ni Baal, ni Asera, ni Quemós, ni Atum, ni Re, ni Moloc, ni Mamón, ni Zeus, ni Neptuno, ni cualquier otro dios, porque nunca existieron. Por lo tanto, el propósito de los textos de la creación, cuando se leen a la luz de los relatos alternativos de la época, era aseverar la verdad sobre quién fue el responsable por ella.

El Catecismo mayor de Westminster pregunta: “¿Qué es Dios?” Y responde: “Dios es un Espíritu (Juan 4.24), en sí y por sí mismo infinito en su ser (Éx. 3:14, Job 11:7-9; Sal. 145:3, 5), gloria (Hch. 7:2), bienaventuranza (1 Ti. 6:15), y perfección (Mt. 5:48), suficiente para todo (Éx. 3:14; Gén. 17:1; Ro. 11:35,36), eterno (Sal. 90:2; Dt. 33:27), inmutable (Mal. 3:6), incomprensible (1 Re. 8:27); Sal. 145:3; Ro. 11:34), omnipresente (Sal. 139:1-13), omnipotente (Ap. 4:8; Gén. 17:1; Mt. 19:26), omnisciente (Heb. 4:13; Sal. 147:5), muy sabio (Ro. 11:33,34; 16:27) y muy santo (1 Pe. 1:15,16; Ap. 15:4; Is. 6:3), justísimo (Dt. 32:4; Ro. 3:5,26), misericordioso y lleno de gracia, paciente y abundante en bondad y verdad (Éx. 34:6, Sal. 117:2; Dt. 32:4)”.[7]

Con un Dios de este tamaño, es difícil siquiera pensar que un cristiano pueda padecer de incertidumbres.

3. La certeza de los cielos y la tierra

Los cielos y la tierra son parte importante de la evidencia de la existencia de Dios. “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). 

Cuando leemos que Dios creó los cielos, tendemos a pensar en términos abstractos. No obstante, cuando la Biblia dice que Dios creó los cielos, está hablando de lo que los científicos han denominado la atmósfera, la capa de gas que rodea la tierra.

Si Dios creó los cielos y la tierra, eso debería cambiar nuestra manera de ver todas las cosas.

La atmósfera está compuesta por la troposfera, que es el área que está en contacto con la superficie terrestre. Después tenemos la estratosfera, donde se encuentra la capa de ozono, que absorbe y nos protege de los rayos dañinos que vienen del sol. La mesosfera nos permite apreciar los meteoritos en descomposición. La termosfera que es el lugar donde se encuentra la Estación Espacial Internacional. Después de la última capa, llamada exosfera, se encuentra el universo. El espacio exterior también es autoría de Dios. Ahí el Señor ha colgado estrellas, cometas, planetas, nebulosas, cúmulos, galaxias, y mucho más.

La tierra, por otra parte, nada tiene que envidiar a los cielos. En ella encontramos una infinidad de recursos naturales que el Creador ha dispuesto para que podamos vivir. Quienes se han dedicado a estudiar el medioambiente, clasifican estos recursos en renovables y no renovables. El suelo, por ejemplo, contiene recursos minerales y orgánicos, agua, y gas. Sin mencionar la cantidad de microorganismos que viven y contribuyen a la renovación del suelo y los ecosistemas. De la tierra también extraemos recursos energéticos que nos sirven para movilizarnos y comunicarnos. “Mi mano fundó también la tierra” (Is. 48:13), dice el Señor.

¡Cuánta belleza, creatividad, y color en la creación de Dios! 

Para los creyentes que estudian, esto debería ser de mucho ánimo, y deberían ser los mejores alumnos. En el fondo, los estudios relacionados con cualquier área de los cielos, la tierra, e incluso los mares, solo nos muestran el poder de Dios y las certezas de su amor, inteligencia, cuidado, poder y gloria. Cada vez que estudiamos biología, matemáticas, física, lenguaje, o música, estamos conociendo la impresión digital de Dios en la creación. 

Si Dios creó los cielos y la tierra, eso debería cambiar nuestra manera de ver todas las cosas. 

El Dios que se ha revelado

Finalmente, Dios no solo se ha dado a conocer en la creación del cielo y la tierra y todo lo que en ellos hay. Se ha hecho visible en la persona de Cristo, mostrándonos la historia completa como testifica el libro de Colosenses:

“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la Creación, porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de Él y para Él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en Él con toda su plenitud y, por medio de Él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz” (Col. 1:15-20). 

En consecuencia, si alguien quiere conocer a Dios, necesariamente debe tener un encuentro con Jesucristo, Dios hombre (Fil. 2:6-11). Dios se ha revelado en la creación, en su Palabra, en Jesucristo, en el corazón y la conciencia. Como dice el apóstol Pablo en Romanos 1:20: nadie tiene excusa. 

Qué placer tiene el cristiano de saber que su adoración no es a una causa, un fantasma, el azar, o a la nada. El creyente adora al Dios que conoce absolutamente todo, porque Él planificó todo, hizo todo, y determinó lo que debería suceder en el mundo que Él creó.

Por otra parte, Génesis 1:1 también es una exhortación para aquellos que se encuentran viviendo momentos difíciles, atrapados en la depresión espiritual y el pesimismo. Para salir de allí no existe mejor remedio que aceptar la certeza de un Dios vivo y poderoso. Poderoso para crear la realidad y, desde luego, también para cambiarla. 


[1] LONGMAN III, Tremper, Como ler Gênesis. São Paulo, Vida Nova, 2009, p. 83

[2] Ibid., p. 85

[3] Ibid., p. 87

[4] Para profundizar en las historias antiguas de los relatos de la creación y dioses de los pueblos del Medio Oriente en la época Bíblica, recomiendo leer la parte 3, capítulos 4, 5 y 6 de LONGMAN III, Tremper. Como ler Gênesis. São Paulo, Vida Nova, 2009 (págs. 79-118). En inglés: How to Read Genesis (InterVarsity Press).

[5] Gerard van Groningen, Messianic Revelation in the Old Testament, 1997. P. 90.

[6]  Tremper Longman III, Como ler Gênesis. p. 100.

[7]  Westminster Larger Catechism Q.7. pp. 158,159


Imagen: Lightstock
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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