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Josué 23 – 24   y   2 Corintios 13 – Gálatas 1

“He aquí, hoy me voy por el camino de toda la tierra, y vosotros sabéis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma que ninguna de las buenas palabras que el SEÑOR vuestro Dios habló acerca de vosotros ha faltado; todas os han sido cumplidas, ninguna de ellas ha faltado”, Josué 23:14.

Una de mis mayores delicias infantiles era escuchar de mis abuelos hablar acerca del pasado, de sus experiencias y de su familia. Remontarme con ellos a su infancia y juventud, preguntándoles por sus padres y abuelos, creo que era una manera de poder reconocer quién soy y de dónde vengo. Hace unos años atrás un tío me regaló una de las joyas familiares que siempre quise tener: una foto antiquísima de mi bisabuelo materno que llegó de Turquía a principios de siglo pasado. Cuando la recibí, pasé un largo tiempo observando sus facciones, lo agudo de su mirada, sus ropas, tocaba la foto con delicadeza, como queriendo descubrir en este señor desconocido algo de mí.

Josué, ya anciano, también compromete su experiencia y sabiduría ante el pueblo de Israel. Lanza su último discurso de despedida ante hombres y mujeres de las nuevas generaciones de Israel. Como un padre experimentado y sabio se dirige a ellos y les invita amorosamente a no desviarse de las enseñanzas que el Señor había entregado: “Tened sumo cuidado, por vuestra vida, de amar al SEÑOR vuestro Dios”, Josué 23:11. Inmediatamente después, hace un recorrido por la historia de Israel con narraciones que demuestran que en el pasado, la compañía y protección de Dios fueron evidentes, ““Y os di una tierra en que no habíais trabajado, y ciudades que no habíais edificado, y habitáis en ellas; de viñas y olivares que no plantasteis, coméis”, Josué 24:13.

La intervención soberana del Señor en el pasado, junto con las bendiciones acumuladas, hacía predecible un futuro glorioso para Israel. Pero debemos poner atención (ojo, pestaña y ceja, como decía mi abuelo), que sin una visión clara y sustentadora del pasado, rápidamente podemos tirar por la borda todo lo conquistado. La historia está llena de personajes que no supieron aprovechar los recursos que almacenaron sus antecesores, dilapidando y despreciando lo que con esfuerzo reunieron los que fueron antes que él. Sin embargo, también podemos caer en la tentación de quedarnos en el pasado, aferrándonos firmemente a lo conquistado, sin mirar las nuevas luchas que deben emprender las nuevas generaciones.

Por ejemplo: En 1839, el renombrado cirujano francés, Alfred Velpeau, sostenía que la abolición del dolor humano era una quimera. “Toda operación quirúrgica siempre acarreara dolor”, era su premisa. Lee deForest, uno de los inventores de la radio, alguna vez dijo, como quien conoce de la materia: “Aunque teórica y técnicamente la televisión puede ser viable, comercial y financieramente es imposible, y por tanto será una pérdida de tiempo desarrollarla”.  Una comisión del parlamento británico concluyó así un informe con respecto a la posibilidad del uso general del alumbrado público: “Las ideas del Sr. Edison sobre la bombilla incandescente quizá entusiasmen a nuestros amigos del otro lado del océano pero no merecen atraer la atención de nuestros científicos”. En 1948, la revista Science Digest señaló con propiedad: “Alunizar y desplazarse en la luna plantea tantos problemas al hombre, que la ciencia necesitará por lo menos 200 años para superarlos”.

Predecir el futuro sobre la base del temor a salir del pasado es uno de los mayores y más recurrentes tropiezos de la humanidad. Cada nuevo visionario ha conocido en carne propia el significado de la encarnizada oposición de los “expertos” en perpetuar el pasado en el presente.

Sería injusto dejar de señalar que el dedo acusador muchas veces cae sobre la iglesia, quien en varias oportunidades no supo observar con visión de futuro, sino que desestimó el avance por considerarlo una traición a la herencia de fe del pasado. Sin embargo, y a modo de ejemplo, una calculadora no traiciona las matemáticas de los antiguos, sino más bien, sus principios son la base que sustenta a la máquina. Por eso, hay cosas del pasado que no deben olvidarse por más antiguas que parezcan, porque son la base del presente y la semilla para el futuro. Esa es la razón de la prevalecencia de la Palabra de Dios y de la necesidad de una correcta comunión con el Señor.

Son cosas del pasado que deben permanentemente renovarse en el presente y tomarse en cuenta para el futuro. Bien lo dijo Josué: “Ahora pues, temed al SEÑOR y servidle con integridad y con fidelidad; quitad los dioses que vuestros padres sirvieron al otro lado del río y en Egipto, y servid al SEÑOR. Y si no os parece bien servir al SEÑOR, escoged hoy a quién habéis de servir: si a los dioses que sirvieron vuestros padres, que estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa, serviremos al SEÑOR”, Josué 24:14-15.

¿Se dan cuenta? Israel podía volver atrás, hasta antes de su liberación de Egipto, a su relación con ídolos que no tuvieron el poder para atender el clamor del pueblo oprimido. “ vuestros padres, es decir, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a otros dioses”, Josué 24:2b. O podían caer en la novedad de los dioses cananitas, ídolos de barro muy relacionados a la productividad agrícola y que no tenían reparos morales ni demandas espirituales. La tradición de piedra y la novedad volátil son los dos extremos de nuestra muy ponderada órbita pendular. Volviendo a las matemáticas, nuestra prodigiosa civilización ha sabido colar lo útil de lo inútil del pasado. Las prodigiosas ciencias de los números árabes ha prevalecido, y la mitológica y tenebrosa idea del mar plano y el terrible precipicio sólo se recuerda de manera pintoresca.

Entonces, ¿por qué la Palabra de Dios prevalece todavía en el tiempo? Porque es verdad, y porque miles de millones de personas ven en ella el testimonio inalienable del Señor creador del cielo y la tierra. Así lo vio el pueblo de Israel, y así le contestaron a Josué: “Y el pueblo respondió, y dijo: Lejos esté de nosotros abandonar al SEÑOR para servir a otros dioses; porque el SEÑOR nuestro Dios es el que nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, el que hizo estas grandes señales delante de nosotros y nos guardó por todo el camino en que anduvimos y entre todos los pueblos por entre los cuales pasamos. Y el SEÑOR echó de delante de nosotros a todos los pueblos, incluso a los amorreos, que moraban en la tierra. Nosotros, pues, también serviremos al SEÑOR, porque El es nuestro Dios”, Josué 24:16-18. Ellos basaban sus predicciones sobre la base de la intervención de un Dios inmutable que no perdido poder y amor para seguir obrando en sus criaturas.

Los cristianos tenemos un pasado milenario. El testimonio de Dios se sustenta en la multitud de operaciones majestuosas que Él ha realizado en todos los tiempos. Más aún, el Señor no se ve quedado sin testimonio vital en cada una de las personas que le han seguido en todas las épocas de la historia, incluso en la nuestra. Por eso también el apóstol Pablo sujeta su propia fe al testimonio de Dios: “Porque nada podemos hacer contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad”, 2Corintios 13:8. Si hubiera sido por él, nunca hubiera seguido al Señor, nunca hubiera abrazado el cristianismo como fe personal “Porque vosotros habéis oído acerca de mi antigua manera de vivir en el judaísmo, de cuán desmedidamente perseguía yo a la iglesia de Dios y trataba de destruirla, y cómo yo aventajaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, mostrando mucho más celo por las tradiciones de mis antepasados”, Gálatas 1:13-14. Si hubiéramos querido predecir el presente de Pablo sobre su pasado no nos quedaría más que el escepticismo de lo evidente: un perseguidor de la iglesia nunca seguirá los pasos de la fe. Sin embargo, Dios tenía una visión que nadie más tenía… y cambió la historia del hombre de Tarso. Así también nuestro futuro no sólo es predecible a la luz de nuestro quizás espantoso pasado, sino también a la luz del glorioso pasado de Dios, quien puede hacer realidad en nosotros cada una de sus promesas.

Tengamos cuidado con nuestro pasado, fortalezcamos nuestro presente y miremos el futuro como un desafío… “Por lo demás, hermanos, regocijaos, sed perfectos, confortaos, sed de un mismo sentir, vivid en paz; y el Dios de amor y paz será con vosotros”, 2Corintios 13:11.

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