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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro De parte de Dios y delante de Dios: Una guía de predicación expositiva (B&H Español, 2016), por Sugel Michelén.

Por el libro de los Hechos sabemos que antes de ascender a los cielos el Señor dedicó 40 días a impartir a los discípulos un seminario intensivo “acerca del reino de Dios” (Hch. 1:3 RV60). Si como a mí, te hubiera gustado saber qué les enseñó Jesús durante todo ese tiempo, te tengo una buena noticia: solo necesitas examinar la predicación apostólica en el libro de los Hechos; allí verás un reflejo de las enseñanzas de Jesús sobre la verdadera naturaleza del reino de Dios y su relación con el evangelio, tal como fue previamente revelado en el Antiguo Testamento.

En otras palabras, durante esos 40 días el Señor impartió a sus discípulos lecciones avanzadas de interpretación bíblica. Y es obvio que los apóstoles supieron aplicar lo aprendido.

En su sermón del día de Pentecostés, Pedro citó al profeta Joel y dos de los Salmos, el 16 y el 110, para probar que tanto la resurrección de Cristo como su entronización en los cielos habían sido previamente anunciadas en las Escrituras. Y en el capítulo siguiente Pedro declaró en el templo que “Dios había cumplido […] lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (3:18 RV60). Y después de citar el libro de Deuteronomio, añade en Hechos 3:24: “todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días” (RV60).

Lo mismo vemos en la defensa de Esteban ante el concilio, en Hechos 7; el gran argumento de su discurso es que Jesús es el punto focal de la historia del Antiguo Testamento. Después encontramos a Felipe que le predica el evangelio al etíope eunuco tomando Isaías 53 como punto de partida (8:32-35). Y en Antioquía de Pisidia, Pablo hace un recuento de la historia de Israel, desde el Éxodo hasta la monarquía, pasando por el período de los jueces, para luego decirles que “los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle” (13:27 RV60, énfasis agregado). Leían las Escrituras cada sábado, pero no podían entenderlas porque les faltaba la clave de la verdadera interpretación bíblica.

Los apóstoles, en cambio, instruidos por Jesús, entendieron que el propósito del Antiguo Testamento era llevarnos a ser sabios “para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”, como le dice Pablo a Timoteo en su segunda carta (2 Ti. 3:14-15 RV60). Su predicación era Cristo-céntrica porque la Biblia es Cristo-céntrica; de ahí las palabras de Pablo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2 RV60).

El evangelio es el elemento que sustenta y provee significado a todos los temas incluidos en la historia de la salvación.

Eso no quiere decir que Pablo era un predicador de un solo tema, o que siempre incluía en sus mensajes una apelación al incrédulo para llevarlo al arrepentimiento y a la fe, a la luz de lo que ocurrió en el Calvario. En las cartas del Nuevo Testamento encontramos una amplia gama de temas y una gran variedad de mandamientos que forman el marco ético de la vida cristiana práctica. Pero el evangelio es el elemento que sustenta y provee significado a todos los temas incluidos en la historia de la salvación y que al mismo tiempo motiva al creyente en su obediencia a los Mandamientos de Dios.

Por esta razón, el pastor y teólogo reformado Sidney Greidanus define “predicar a Cristo” como “predicar sermones que integran auténticamente el mensaje del texto con el clímax de la revelación de Dios en la persona, la obra o la enseñanza de Jesucristo tal como es revelado en el Nuevo Testamento”.

Graeme Goldsworthy, teólogo australiano y especialista en teología bíblica, nos provee un buen ejemplo de cómo podemos predicar un pasaje de la Biblia sin predicar a Cristo. Se trata de un sermón sobre la paternidad cristiana que él había escuchado en cierta ocasión, basado en el texto de Efesios 6:4:

“… la exégesis del texto inmediato había sido cuidadosa, y los puntos mencionados eran pertinentes, pero faltaban dos elementos. En primer lugar, no se aclaró que lo que Pablo mencionó era una consecuencia de su previa exposición del evangelio. En segundo lugar, y como resultado, no había consuelo en el sermón para los padres que se dieran cuenta de que no habían podido alcanzar esta alta norma: no había gracia para los padres que habían fallado. La buena exégesis de un texto, restringido por no tener su contexto más amplio, convirtió el texto en ley, sin gracia aparente”.

Spurgeon narra la historia de un anciano ministro que escuchó predicar a un joven; y cuando este le preguntó qué le había parecido su mensaje, el anciano le respondió: “Si debo decirle la verdad, no me ha gustado nada, en su sermón no vi a Cristo por ninguna parte”.

“Claro que no —le respondió el joven— tampoco yo vi que Cristo estuviera en el texto”. Entonces el anciano ministro exclamó: “¡Oh! ¿Pero no sabe que de cada pueblo, de cada aldea, de cada caserío, por pequeño que sea, parte un camino que conduce a la capital? Siempre que tomo un texto, me digo: ‘Hay un camino desde aquí a Jesucristo, y seguiré su senda hasta llegar a Él… Haré lo posible por encontrarlo, lucharé contra viento y marea hasta llegar a Él’”.

Debemos predicar de esa manera, predicando el evangelio desde toda la Escritura.


El pastor Sugel Michelén será uno de los expositores en el próximo evento CRECE, en Mérida (México) los días 18 y 19 de septiembre de este año. Entra aquí para más información.

Imagen: Lightstock.
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